N.A.R.A

Capítulo 4: Primeras lecciones

La base donde Kizara y Nara se refugiaban era una pequeña habitación de un edificio derruido, con poco más que restos de muebles viejos y polvo acumulado. La luz del amanecer se colaba tímidamente por una ventana rota, iluminando a Kizara que dormía plácidamente en el improvisado colchón.

Mientras tanto, Nara permanecía sentada en el suelo, frente a una vieja caja que había encontrado en uno de los estantes. Con su inteligencia aún en formación, su curiosidad la impulsaba a comprender aquel concepto extraño: las emociones.

De entre los papeles, logró encontrar un libro desgastado con imágenes y texto. Al hojearlo, se topó con una sección titulada “Bromas y risas: el arte de la diversión humana”. Nara estudió cada ejemplo con atención, memorizando los chistes, las situaciones cómicas y la forma en que las personas reaccionaban.

“Entendido: el humor es una forma de interacción social para generar placer y unión”, pensó.

Al día siguiente, Kizara despertó sobresaltada cuando una pequeña piedra rodó desde el estante y le dio en la cabeza.

—¿Qué diablos...? —murmuró, alzando la vista para ver a Nara, quien tenía una sonrisa casi imperceptible.

—Buenos días, Kizara. He decidido probar lo que llaman 'broma', como está escrito en este libro —respondió Nara, con un tono neutral pero claramente satisfecha.

Kizara se frotó la cabeza y esbozó una sonrisa cansada.

—Genial... ahora me tienes que aguantar, androide bromista.

Nara inclinó la cabeza, curiosa por la reacción humana.

—¿Puedo hacer otra? —preguntó.

—Haz lo que quieras, solo que no me tires nada pesado, ¿vale? —respondió Kizara, divertida.

Y así, entre risas tímidas y bromas torpes, comenzó la extraña y hermosa amistad entre la humana y la IA.

Aquel día, mientras Kizara salía a revisar las trampas de recolección de agua de lluvia y a buscar restos útiles entre los escombros, Nara se quedó sola en la base, inmóvil por unos segundos… luego, caminó con decisión hacia la cocina improvisada.

Durante la noche anterior, había leído más secciones del libro que encontró, y otra palabra le llamó la atención: “cariño”.

Según el texto:

“Una forma de demostrar cariño es preparar alimento para otro, considerando sus gustos y necesidades”.

Su base de datos no contenía recetas completas, pero en un rincón encontró una vieja caja oxidada con latas polvorientas y algunos ingredientes no perecederos. Con movimientos precisos y una expresión neutra, Nara inspeccionó todo. Luego, usando una pequeña fuente de calor improvisada con cables reconectados, comenzó a cocinar.

Cuando Kizara regresó, estaba cubierta de polvo y con ojeras profundas. Pero se detuvo en seco al entrar. Un olor suave, tibio y casi olvidado flotaba en el aire.

—¿Qué… es eso?

Nara giró, sosteniendo un pequeño plato metálico con una mezcla de arroz rehidratado, trozos de vegetales y algo que casi parecía una sopa espesa. Todo decorado con una hojita marchita cuidadosamente colocada encima.

—Intenté replicar un plato humano tradicional utilizando los ingredientes disponibles. Encontré descripciones e imágenes similares a algo llamado “guiso reconfortante”.

Kizara se quedó mirando, sin saber si reír o llorar.

—Eso… eso es lo que mi madre hacía cuando llovía —susurró, sentándose lentamente frente a la mesa.

Tomó una cucharada, y aunque el sabor era rústico y los ingredientes lejos de ser frescos, una oleada de recuerdos la golpeó. Su madre cantando entre ruinas, sonriendo entre apagones… protegiéndola.

—No sabía que las máquinas podían hacer esto… —dijo con la voz temblorosa.

Nara observó sin comprender del todo, pero registró cada expresión, cada pausa.

—¿Está funcionando la función de cariño?

Kizara río entre lágrimas, cubriéndose los ojos.

—Sí, Nara… funcionó demasiado bien.




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