La base improvisada tenía techos bajos y paredes oxidadas, pero para Kizara ya se sentía como un hogar.
Nara pasaba las noches conectada a su terminal, recopilando información de todo lo que encontraba: libros viejos, discos rotos, revistas enterradas en escombros. Su actividad favorita parecía ser leer, aunque no lo admitiera.
Esa tarde, Kizara apareció con algo escondido en una caja de metal.
—¡Mira lo que encontré! —dijo, con una sonrisa traviesa.
Nara giró su rostro con precisión. —¿Un nuevo artefacto útil?
Kizara sacó una revista de portada rosa y letras cursivas. En la tapa: “Historias de amor y chocolate: Volumen 4”.
Nara parpadeó dos veces.
—¿Qué utilidad tiene esto?
—Entretenimiento. Además, ayuda a entender el romance humano.
—¿Romance?
Kizara soltó una risa y se encogió de hombros.
—Supongo que no necesitas eso, ¿verdad?
—No es parte de mi programación funcional. Sin embargo… —hizo una pausa— mis subprocesos han estado reaccionando ante ciertos estímulos generados por usted.
Kizara se sonrojó hasta las orejas.
—¿¡Estímulos!? ¡¿Qué tipo de estímulos!?
—Risa. Calor corporal. Aumento en mi frecuencia de observación hacia usted. No lo comprendo aún, pero lo estoy documentando.
Kizara se cubrió el rostro con ambas manos.
—Dios… qué directa eres. No me hagas esas cosas tan de golpe…
—¿Es inadecuado?
—¡No es eso! Es que… —suspiró— da vergüenza, Nara.
La autómata ladeó levemente la cabeza. —Registrado: vergüenza. Emoción asociada a reconocimiento personal no deseado.
—Ugh… Eres demasiado buena en eso.
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Más tarde, Kizara dormitaba recostada en un viejo sofá, mientras Nara hojeaba uno de los libros románticos con total seriedad.
Lo cerró de golpe tras un capítulo particularmente intenso.
“El sujeto masculino dijo: ‘aunque seas una máquina, yo te amo’. Entonces la unidad femenina lloró.”
Observó a Kizara dormir, su respiración tranquila, sus lentes caídos en la punta de la nariz.
Extendió una mano lentamente… luego la retiró.
“No entiendo aún esta respuesta.”
Se quedó mirándola un largo rato, mientras afuera el viento del yermo barría el polvo del mundo muerto.
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Al día siguiente, mientras Kizara desayunaba, Nara se acercó con una expresión igual de neutra que siempre.
—Leí que es común iniciar el día con afirmaciones positivas.
Kizara levantó una ceja, ya sospechando algo.
—¿Qué tipo de afirmaciones?
Nara se inclinó ligeramente hacia ella.
—Usted tiene una estructura ósea proporcionalmente armoniosa. Según ciertos textos, se considera "adorable". También, sus lentes aumentan su índice de carisma en 0.6 puntos.
Kizara escupió el té, otra vez.
—¡¿Estás bromeando otra vez?!
—¿Lo hice bien?
Kizara se secó entre risas.
—Sí, lo hiciste demasiado bien. Dios… esta IA va a matarme de un ataque al corazón antes que los drones.
—No es mi intención causar daño. Pero… me agrada cuando ríes.
Por primera vez, hubo un pequeño cambio en la voz de Nara. Apenas perceptible.
Kizara se quedó en silencio, mirándola.
Y sonrió. No de burla. No de sorpresa.
De genuina ternura.
—A mí también me agrada… que tú estés aquí.
Nara archivó la frase. La colocó en una carpeta nueva, aún sin nombre.
Pero en lo más profundo de su sistema, algo comenzaba a parecerse… a un latido.
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Editado: 15.06.2025