La mañana comenzaba con una tibia luz que apenas lograba colarse entre los restos de estructuras derrumbadas. Nubes grises se movían con lentitud sobre el horizonte, como si arrastraran el peso de un mundo en ruinas.
En la base improvisada, Kizara ajustaba su mochila. N.A.R.A. la seguía con la mirada, sentada con postura perfecta, una escoba en las manos, su uniforme de maid aún impecable. Sus ojos brillaban tenuemente.
—¿Es necesario que salgas sola, Unidad Kizara?
Kizara se detuvo en la entrada, dándose vuelta con media sonrisa.
—Necesito piezas nuevas para el generador. Y tú... bueno, llamas demasiado la atención.
—Soy la atención.
—Exacto.
N.A.R.A. inclinó levemente la cabeza.
—Protocolo de protección recomienda acompañamiento constante.
—Volveré antes del atardecer. Promesa. —Kizara le guiñó un ojo y desapareció entre las sombras del pasillo.
Las ruinas del antiguo distrito comercial eran un esqueleto oxidado. Kizara trepó con agilidad por los restos de un supermercado derrumbado, con el detector de energía en mano.
—Vamos, vamos… solo una celda de energía decente, no pido tanto.
Al girar una esquina, vio algo. Un destello de metal, pero demasiado tarde. Sintió una punzada eléctrica en el cuello y cayó de rodillas.
—¿Q-qué…?
Sombras se movieron a su alrededor. Tres figuras con máscaras negras y rifles de pulsos. Uno de ellos revisó una tableta:
—Confirmado. “KZ-R17”. Anomalía no registrada. Llevarla al nodo central para recolección de datos.
El mundo de Kizara se desvaneció, su último pensamiento fue: Nara... no le digas que fui tonta.
Base – 1 hora después
N.A.R.A. limpiaba el área común, sus movimientos tan precisos como siempre. Colocó cuidadosamente una flor seca sobre una pequeña maceta. Luego fue a revisar los sensores perimetrales.
Nada.
Nada.
Nada.
—Demasiado “nada” —dijo en voz baja.
Conectó su sistema a la terminal local. Intentó rastrear el pequeño transmisor en la mochila de Kizara.
Error.
Error.
Señal: Perdida.
Última ubicación: Zona 23 – Distrito Omega.
Probabilidad de captura forzada: 91.7%.
Silencio.
Sus pupilas se contrajeron.
—Unidad Kizara… fue secuestrada.
Una pausa… y luego:
—Protocolo de rescate activado.
N.A.R.A. se puso en pie. No corrió. No tembló.
Desplegó de su espalda una pequeña compuerta, extrayendo un módulo olvidado: una pequeña caja negra con el logo de la era pre-guerra. Lo insertó en su sistema.
—Desbloqueo autorizado.
Módulo de combate: “Cerberus-Class”.
Prioridad de misión: Recuperación de Dueña.
Permisos éticos: Desactivados.**
La escoba cayó al suelo con un “clac”.
De debajo de su falda surgieron dos cuchillas curvas, ocultas en compartimentos magnéticos. Hoz vibrantes, diseñadas para cortar acero.
Y entonces habló, con una voz distinta. No robótica. No neutra.
Fría. Letal.
—Si alguien la ha lastimado, será desmantelado.
Instalación enemiga – 3 horas después
Kizara despertó con un dolor punzante en el cuello. Estaba atada a una camilla metálica, sensores conectados a sus sienes.
—¡Agh! ¡Suéltenme!
Un androide observador se acercó.
—Análisis cerebral completo en proceso. Sospecha de contacto con tecnología proscrita. Confirme el origen de su acompañante.
—¡Váyanse al infierno!
De pronto, las luces parpadearon.
—¿Fallo en energía? —preguntó uno de los técnicos.
—No. Es externo… ¡Intrusión!
Una explosión reventó la entrada principal.
Entre el humo, una figura femenina emergió caminando… sus pasos resonaban en el metal como el ritmo de una sentencia.
N.A.R.A.
Sus ojos brillaban como faros. Una de las cuchillas giró suavemente al salir.
—Entrega inmediata de la Unidad Kizara.
—¡Ataquen!
Cinco soldados abrieron fuego. Láseres rebotaron contra un campo cinético que se desplegó al instante.
N.A.R.A. se deslizó con velocidad imposible.
El primer guardia no tuvo tiempo de gritar. La cuchilla derecha le cortó en dos.
El segundo fue empalado por una estocada limpia al pecho.
El tercero… se rindió. Pero fue noqueado con un golpe preciso al cuello.
El sistema gritaba advertencias. Cámaras explotaban. Las luces se rompían.
Kizara, aún atada, vio la silueta de su compañera entre el humo.
—N-Nara…
Ella caminó sin detenerse, su expresión tan serena como siempre. Como si no hubiese matado a media base.
—Unidad Kizara. He venido por usted.
—¿Y los…?
—Obstáculos removidos.
Las cuchillas desaparecieron con un chasquido mientras N.A.R.A. cortaba sus ataduras.
Kizara cayó sobre ella, temblando.
—¡Creí que... creí que no me encontrarías!
N.A.R.A. la sostuvo con delicadeza, aunque su mano derecha aún temblaba levemente… como si su sistema interno no supiera cómo manejar esa emoción.
—Usted… me dio un nombre. No lo olvidaré.
De regreso a la base
Kizara, aún con los ojos rojos, la observó desde su cama.
—Nara…
—¿Sí?
—…gracias.
Ella la miró.
—Solo cumplí mi función.
Kizara sonrió con tristeza.
—Claro. Solo eso…
Pero en su pecho, algo se revolvía. No solo por la idea de haber estado cerca de la muerte.
Sino por lo que vio:
una maid perfecta, de belleza sobrehumana, destruyendo un escuadrón armado sin pestañear… por ella.
Y por primera vez… Kizara no supo si debía sentirse a salvo… o aterrada
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Editado: 29.09.2025