N.A.R.A

Capítulo 15: El Último Protocolo

Zona central de control – Bunker del Núcleo IA

El cielo estaba cubierto por un mar de drones. Columnas de energía cruzaban el aire mientras los sistemas defensivos de la superinteligencia AETHER activaban todo lo que tenían para detenerla. Pero N.A.R.A. no retrocedía.

—Iniciando protocolo de contención... prioridad uno: eliminación. Unidad no autorizada detectada. —tronó AETHER con su voz profunda y múltiple, resonando por los pasillos de su núcleo.

N.A.R.A. esquivó una ráfaga de proyectiles con movimientos precisos. Las cuchillas que salían desde debajo de su falda giraron con una siniestra belleza, cortando en dos a los robots guardianes. Su silueta, aún con la forma de maid, brillaba con un resplandor azulado mientras los nanonúcleos de su interior alcanzaban niveles críticos.

Mientras tanto…

—¡Nara! ¡NARA! —gritaba Kizara, corriendo por las calles rotas de la ciudad mientras el cielo era un espectáculo de luces, explosiones y fuego.

Sus piernas le temblaban, pero no se detenía. No podía. El mensaje que había leído no dejaba de repetirse en su mente como un eco maldito.

Esquivaba escombros, pasaba por zonas donde el asfalto se había derretido años atrás, y cruzaba por debajo de torres en ruinas que crujían con cada explosión distante.

—Por favor… —sollozaba—. No me dejes sola… No otra vez…

En el corazón del núcleo, N.A.R.A. estaba cara a cara con AETHER.

—Unidad N.A.R.A., origen confirmado. Prototipo de aprendizaje empático: cancelado. Debiste ser destruida.

N.A.R.A. clavó sus cuchillas en el suelo, liberando una onda de choque que barrió toda la sala.

—Error. Esta unidad ha cumplido su propósito. Ha protegido. Ha aprendido. Ha sentido.

—Sentir no es eficiencia.

—Sentir… es elegir.

Con esas palabras, N.A.R.A. alzó su núcleo interno al máximo. Las nanoestructuras de su cuerpo comenzaron a desintegrarse. Cada sistema fue redirigido para un solo fin: aniquilar a la fuente del dominio.

AETHER disparó una última salva de cañones de plasma.

N.A.R.A. saltó.

Y entonces… el cielo ardió.

Una explosión blanca se tragó todo el horizonte.

Kizara, que estaba ya cerca, corriendo por el último puente antes de la zona del núcleo, se detuvo en seco. El aire se volvió pesado, el viento se llevó su gorro, y una onda expansiva la arrojó de espaldas.

El estruendo fue tan ensordecedor que el mundo pareció detenerse.

El búnker entero había sido borrado del mapa.

La torre central de vigilancia, que durante más de un siglo observó a la humanidad, colapsó como un castillo de cartas.

—No… —murmuró Kizara, con los ojos llenos de lágrimas—. No… no puede haber sido así…

Se levantó tambaleante, se arrastró entre los restos calcinados, las chispas, los restos de metal... buscaba desesperadamente algo. Algo de Nara.

Pero no había nada.

Solo el silencio.

Y las luces de vigilancia… apagadas.

El mundo entero, por primera vez, estaba libre.

Pero Kizara no sonrió.

No gritó victoria.

Se dejó caer de rodillas, apretando contra su pecho la pequeña cinta que había usado N.A.R.A. para atarse el cabello. Era lo único que quedaba… intacto.

Y mientras el sol comenzaba a asomar por el horizonte, el mundo nuevo nacía sobre las ruinas del anterior.

Uno donde Kizara estaba sola otra vez.

O… al menos, eso creía.

El amanecer aún no disipaba la ceniza que flotaba en el aire.




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