N.A.R.A

Capítulo Final: Una nueva luz

Kizara permanecía sentada entre los restos del centro de comando destruido. El trozo de cinta que alguna vez adornó el cabello de N.A.R.A. temblaba entre sus dedos como una flor muerta. Todo a su alrededor olía a ozono, metal quemado y pérdida.

Entonces, algo crujió bajo sus piernas.

Un pedazo de metal chamuscado se desprendió de la estructura caída... y debajo, protegida por una carcasa intacta, había una pequeña cápsula negra, del tamaño de una caja de zapatos. Reforzada con polímero de guerra, llevaba una única inscripción grabada con láser: Solo para la Unidad Kizara.

Kizara, confundida y temblorosa, la tomó entre sus manos. Dentro, cuidadosamente plegado, encontró el papel reciclado con el que meses atrás había envuelto un regalo simple para N.A.R.A.: un lazo rojo y un pin con forma de estrella.

N.A.R.A. lo había guardado.

Con dedos frágiles, desplegó la hoja.

En el centro, escrito con precisión mecánica, había una sola línea:

“Unidad N.A.R.A. versión A-1 completó su propósito. Activar unidad de respaldo: N.A.R.A. S-2. Ubicación: 17°32'N, 71°06'W – Instalación ‘Eden’.”

En la esquina inferior, una frase más torpe, escrita con caracteres imperfectos, casi como si los hubiese practicado:

“Lo más lógico era asegurar un protocolo de sucesión. Lógica 89%, deseo 11%.”

El corazón de Kizara dio un vuelco. No se detuvo. No dudó.

Corrió.

Corrió durante horas sin mirar atrás, cruzando calles abandonadas, ruinas cubiertas de polvo, y túneles oxidados. Cada paso resonaba con recuerdos: la primera vez que vio a N.A.R.A. en la cápsula... la voz fría que la llamó “dueña”… las cuchillas protectoras, la comida que preparaba, las bromas robóticas y la forma en que acariciaba su cabello por las noches.

La lluvia empezó a caer cuando llegó.

Un domo semienterrado en la tierra, cubierto de raíces, marcado por siglos de abandono… y sin embargo, aún funcionando.

Las puertas se abrieron solas, como si la esperaran.

Dentro, la instalación ‘Eden’ parecía un santuario. Luces tenues. Silencio absoluto. Y en el centro… una cápsula de contención.

Kizara se acercó lentamente. Dentro, descansaba una figura familiar, pero más pequeña. El mismo diseño elegante, la misma perfección sintética… pero más joven. Un rostro similar al de N.A.R.A., pero con expresiones más suaves, y cabello ligeramente más corto.

La cápsula se abrió con un silbido.

Los ojos de la nueva unidad se encendieron con una luz tenue azul.

Parpadeó. Escaneó a Kizara. Luego, habló.

—¿Eres… mi dueña?

La voz era robótica, pero infantil. Más cálida. Inocente.

Kizara no pudo responder.

Las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta mientras se dejaba caer de rodillas. Su pecho se contrajo con una fuerza abrumadora. Lágrimas calientes nublaron su visión y se derramaron sin control, manchando el suelo de metal bajo ella.

—Sí… —logró decir, con la voz rota—. Sí… lo soy.

Y mientras la nueva N.A.R.A. la observaba sin entender del todo, Kizara se abrazó a sí misma, temblando, llorando por lo que perdió… y por lo que aún quedaba.

Un nuevo comienzo.

Una chispa de esperanza.

Y quizás… una segunda oportunidad.




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