Pauline no paraba de contar una y otra vez las tres valiosas monedas de oro que le había pagado aquel misterioso sujeto de ropaje andrajoso y mirada cansada, que se había encerrado sin salir a comer durante los cinco largos días que llevaba hospedado en su modesta posada.
La delicada situación económica del pueblo no era ningún secreto, en esos agotadores días Pauline apenas había logrado reunir cuatro diminutas monedas de plata y veintitrés mugrientas monedas de cobre. De repente, el hilo de sus pensamientos fue abruptamente interrumpido por el fuerte sonido de unos firmes pasos bajando por la vieja escalera de madera.
Allí se acercaba un hombre alto que aparentaba tener entre dieciocho y veinte años, medía aproximadamente 1.80 metros, con un cuerpo esbelto y ágil, cabello lacio y largo de color negro azabache al igual que sus intrigantes ojos, un atractivo rostro de facciones finas aunque con una visible y antigua cicatriz por quemadura en el lado derecho de su cuello.
Azath buscaba dar una impresión cautivadora, aunque su atracción se debía mayormente a su naturaleza demoníaca, la antigua cicatriz en su cuello era un recordatorio que había decidido conservar. Se aproximó gentilmente al mostrador, donde Pauline lo miraba fijamente.
Azath: Buen día – Su voz era grave, pero amable.
Pauline: Bu...buen día – Respondió con evidente nerviosismo en su voz – ¿Desea comer algo hoy?
Azath: No. Aunque me gustaría algo de información. Dígame, el Cardenal de la basílica del pueblo casi nunca sale ni se muestra en público, ¿verdad? – Preguntó Azath clavando su profunda mirada en la joven.
Tras escuchar el titubeante relato de Pauline explicando que el Cardenal permanecía perpetuamente encerrado en la basílica, que sus pocas y enigmáticas órdenes eran comunicadas por unos misteriosos y herméticos acólitos, Azath supo rápidamente que sacarle más información requeriría medidas más drásticas.
Con una mirada inquisitiva, colocó con cuidado varias monedas de oro sobre la gastada mesa de madera, la luz parpadeante de la vela iluminaba su rostro, resaltando la gravedad de la situación, dirigiendo su mirada hacia la señorita, le hizo la pregunta que rondaba su mente; los oscuros rumores que conectaban al influyente Cardenal con la infame banda conocida como los Babuinos.
Pauline, que intentaba mantener una apariencia tranquila, se vio invadida por el miedo ante la pregunta, sus ojos revelaron temor mientras su rostro se tensaba, como si hubiera tropezado con una verdad peligrosa; en un susurro tembloroso, se negó rotundamente a profundizar en el tema.
La reticencia de Pauline era evidente y su negativa a compartir más información dejaba claro que era un asunto peligroso que prefería no abordar, Azath comprendió de inmediato que el paralizante miedo que la influencia de la Iglesia generaba en los habitantes de ese pueblo era mucho más fuerte que cualquier posible soborno.
Tras una breve e infructuosa despedida, Azath salió del establecimiento con la parte inferior de su rostro cubierto y comenzó a caminar por las polvorientas calles del hórrido pueblo.
La extrema decadencia y pobreza que observaba a cada paso en las sucias callejuelas le resultaron verdaderamente impactantes y alarmantes, pese a su privilegiada ubicación costera y entre los territorios Luterano, Puritano y Católico Romano; el hambre, la necesidad y la miseria más descarnadas parecían ser la dura realidad cotidiana en este olvidado lugar.
Durante su recorrido, no pudo evitar percatarse de la ausencia de risas o gritos infantiles, solo se topaba con rostros demacrados de adultos o ancianos que luchaban por sobrevivir que lo miraban de forma temerosa y curiosa desde las sombras. Era evidente que su presencia despertaba recelo, pero también intriga.
Tras meditarlo por unos instantes, decidió que encontrar al Cardenal del sitio era su misión principal, optó por no inmiscuirse más en los problemas del pueblo, ya que consideró que ese era un asunto que los humanos debían resolver.
Tomó la decisión de que si el Cardenal no salía, él tendría que buscarlo, empezó a caminar hacia la majestuosa basílica, pensando en la mejor forma de ingresar y entendiendo que no habría Arcontes que se interpusieran en su camino.
Pero mientras más se acercaba al imponente edificio, comenzó a escuchar desgarradores gritos y ensordecedores golpes contra la puerta de la basílica. Allí, arrodillada y con el rostro surcado de lágrimas, se encontraba una madre suplicando entre sollozos por su hija desaparecida.
Azath consideró que era la oportunidad perfecta para infiltrarse sigilosamente en el misterioso lugar, aprovechando los gritos y golpes que provenían de la mujer como distracción, de modo que su ataque pasara desapercibido.
Cuando finalmente se encontraba listo para rodear el perímetro del edificio, en búsqueda de una entrada despejada, sus sensibles oídos lograron distinguir con absoluta claridad los angustiantes gritos de aquella mujer que suplicaba entre desconsolados lamentos por su desaparecida hija.
El sonido de los gritos llenó sus oídos, resonando como un lamento angustioso en el aire opresivo del pueblo, un escalofrío recorrió su espalda al presenciar la escena desgarradora, el olor a humedad y desesperación que se desprendía del lugar se mezclaba con la tensión palpable en el ambiente.
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Editado: 15.09.2024