Nasham

Capítulo XV

Lo sucedido aquella noche fue conocido como “La Sinfonía del Silencio Escarlata”. El verde pasto se tiñó de rojo oscuro por la enorme cantidad de sangre derramada; en menos de treinta minutos, más de doscientos humanos fueron masacrados sin distinción alguna entre hombres, mujeres o ancianos, con una brutalidad inenarrable.

Al amanecer, algunos Arcontes del territorio Luterano llegaron al lugar, escandalizados ante la escena, sus botas se resbalaban en el suelo empapado de sangre y vísceras dificultando su avance, cuerpos desmembrados colgaban de los árboles como grotescos ornamentos, sus extremidades dispersas por el suelo formando patrones que parecían casi deliberados.

En algunos cadáveres, las marcas de garras eran tan profundas que habían partido sus huesos, dejando expuesto sus órganos, otros parecían haber sido despedazados por una fuerza sobrehumana, sus torsos abiertos como flores sangrientas.

El horror alcanzó su cima en una visión que desafiaría para siempre la cordura de los Arcontes, docenas de cuerpos se retorcían, empalados en estacas ensangrentadas que surgían de la tierra como dedos acusadores.

Sus gritos agónicos, apenas audibles, formaban una sinfonía macabra que resonaba en el aire viciado, la carne desgarrada y los huesos astillados eran un testimonio brutal del sadismo inhumano que los había condenado a este tormento.

Los Arcontes, pase a su entrenamiento palidecieron ante tal espectáculo, se tambaleaban al borde del vómito y la locura, sus mentes luchaban por comprender qué clase de criatura, qué abismo de odio y rabia, podría haber orquestado semejante pesadilla, el aire mismo parecía vibrar con el eco del sufrimiento, habían sido testigos de algo que iba más allá de la simple crueldad humana, esto era obra de una fuerza primordial, un avatar de venganza y furia que había desatado su ira.

El hedor de la muerte era abrumador, una mezcla de hierro, putrefacción y un olor extraño, casi azufrado, que ninguno de los Arcontes pudo identificar.

Al llegar a una enorme fogata, donde se quemaban miles de cabezas humanas, hallaron en unas jaulas oxidadas a un grupo de niños que iban a ser sacrificados, después de haber confirmado que estaban ilesos, preguntaron a uno de los pequeños sobre lo sucedido, a lo que respondió con voz temblorosa: “Una sombra con grandes alas, temibles garras y ojos escarlatas nos dijo que no tuviéramos miedo, que ya estábamos a salvo... Luego salió y a los minutos volvió cubierto de sangre. Nos ordenó quedarnos en las jaulas, porque no quería que viéramos más horrores, y que la ayuda vendría pronto”.

Los Arcontes, al escuchar estas palabras, decidieron vendarles los ojos a los niños y sacarlos del campamento sin que vieran la carnicería, sus conversaciones se tornaron tensas y silenciosas, de repente, uno de ellos recibió un mensaje y tras leerlo su expresión cambio,  miro a todos y con voz contundente dijo: “Ordenes de Elizabeth, debemos borrar toda evidencia y cesar cualquier tipo de investigación… Lo sucedido aquí queda clasificado a un alto nivel, después de salir de acá no debemos ni discutirlo entre nosotros”.

Aunque confundidos, todos los Arcontes asintieron y decidieron dejar el lugar con las jóvenes almas en sus brazos, uno de ellos observo en el suelo ensangrentado, como una pequeña rosa de color negro nacía cerca de un grupo de orquídeas blancas.  




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