Nasham

Segunda parte - Capítulo IV

Capítulo IV

En el comedor del Claustro se sentía una gran energía al igual, que el ruido de numerosas conversaciones que sonaban simultáneamente que incomodaban a Azath al preferir espacios más silenciosos, él permanencia en su mesa apartado, con una taza de café en sus manos y sintiendo como las miradas curiosas se posaban sobre él, algunos comentarios y risas lo ponían tenso.

Azath: El placer es mío — Observaba a la joven de cabello blanco, que le sonreía amigablemente como si se conocieran desde hace años — Soy Azath — La joven se sentó delicadamente en la mesa con su bandeja.

Alma: Deberías calmarte un poco — Dijo con naturalidad notando la tensión que tenía Azath — Pareces a punto de explotar, entiendo que esto debe ser difícil para ti — Azath sostuvo la taza con más fuerza, sin responder — Se que todos te están observado y murmurando, pero debes entender que es lo normal — Tomó una de las manzanas dándole un mordisco despreocupado.

Azath: Porque dices que es normal — Susurró, observando su taza de café como si allí pudiera encontrar las respuestas que su memoria de siglos no le daba — No estoy muy familiarizado con estas cosas — Del otro lado del comedor, estalló una carcajada estridente, Azath notó cómo varios cadetes volvían a mirarlos, Alma siguió su mirada y suspiró.

Alma: Por lo visto...Mi amiga no es la única que parece que estuvo toda su vida en una cueva — Respiro profundamente, pensando en la explicación más breve — Es muy difícil que entre un cadete nuevo ya empezado los cursos… Todos sin excepción, cuando manifiestan su Nasham deben venir aquí y empezar desde el principio, a los dieciséis años… Se tienen siete años de entrenamiento, protocolo establecido desde el Vaticano.

El sonido de pasos precisos interrumpió la conversación, Azath sintió un cambio en el aire antes de verla; una energía que hacía que su propia esencia reaccionara instintivamente, como si reconociera algo familiar pero distante, Iris se acercaba con una bandeja, su cabello rubio rizado cayendo sobre sus hombros y sus ojos verdes penetrantes eran indistinguibles.

Un tenue aroma a jazmín y hierba fresca, tan distinto al olor a comida y sudor del comedor la precedía, se sentó junto a Alma con movimientos elegantes, tomó un vaso de jugo y lo llevó a sus labios, evitando deliberadamente mirar a Azath.

Alma: ¡Iris! Justo le estaba explicando porque todos lo están mirando y están algo tensos con el — Iris asintió fríamente, sin apartar la vista de su vaso — Veras, tu entraste directamente al séptimo año, el curso más avanzado del claustro, ya estamos a un paso de ser Arcontes… Eso casi nunca pasa… Además —Alma continuó mirando ahora a Iris — Ya había ingresado una cadete nueva este año al mismo curso… Y tampoco sabía muchas cosas de aquí.

Iris se detuvo a medio sorbo, sus mejillas adquirieron un leve tono rosado, bajó el vaso lentamente, visiblemente incómoda por ser el centro de atención, Azath notó cómo sus dedos se tensaron alrededor del vaso.

Alma: Dos cadetes nuevos en el séptimo año, es algo que nunca había pasado.

Posó sus dos codos sobre la mesa para apoyarlos sobre su rostro, dejando al descubierto sus muñecas y parte del brazo, fue entonces cuando Azath notó, bajo las mangas del uniforme de Alma, apenas visibles, había marcas circulares en sus muñecas, cicatrices finas del tipo que dejan los… Grilletes, había otras marcas más pequeñas en sus manos, señales de un entrenamiento brutal, no quiso decir nada, pero su pecho se apretó dolorosamente, “Grilletes. Tortura sistemática. Lo he visto antes en esclavos, en prisioneros de guerra…” Reconocía esas marcas demasiado bien después de siglos caminando entre humanos.

Alma, al percibir la tensión y que Azath había descubierto sus heridas, cambió de posición, Iris también noto la situación, por lo que intervino.

Iris: De todas formas, según me explicaron, el Claustro tiene recursos prácticamente infinitos — Viró su mirada directamente a Azath, con una mezcla de curiosidad y amenaza, al tiempo que Alma terminaba su manzana — Por orden del Vaticano, se invierte una cantidad absurda de recursos en a la fuerza militar, los líderes de cada territorio viven en los claustros precisamente por eso, creen que la humanidad debe tener un ejército preparado para cualquier eventualidad.

Alma: Después de la Segunda Devastación, no podemos darnos el lujo de estar desprotegidos, no sabemos si debemos pelear solos — Alma se limpió las manos en una servilleta y se inclinó nuevamente hacia adelante — Oye Azath… Seguramente tienes una mutación de Nasham, ¿verdad? Por eso Elizabeth te trajo aquí y te metió a este curso.

Azath: ¿Mutación?

Alma: Claro, eres nuevo en esto — Sonrió — No todos manifestamos el Nasham de la misma forma, la mayoría puede controlar uno o dos elementos terrenales: fuego, agua, aire, tierra. Pero algunos nacen con... variaciones.

Iris: Mutaciones, habilidades únicas que nos hacen diferentes, por ejemplo…

Azath: Los Ojos de Ángel — Interrumpe a Iris — Conocí a alguien que los tenía — Su pecho se apretó dolorosamente, El ambiente cambió sutilmente. Alma e Iris intercambiaron una mirada rápida.

Alma: Perfecto, Los Ojos de Ángel permiten ver la verdadera naturaleza de la energía espiritual, pueden distinguir intenciones, detectar mentiras e identificar el tipo exacto de Nasham de una persona.

Iris: La Iglesia los considera extremadamente valiosos — Añadió, mirando fijamente su vaso.

Alma: También están los Elementos Diferenciados… Normalmente podemos usar elementos como tierra, aire, agua y fuego, pero estas personas pueden usar otros elementos — Explicó, bajando un poco la voz como si compartiera un secreto, con el tenedor señaló sutilmente hacia la otra mesa — Mira a Julie, la que activó su Dam'Avanim en clase, su Nasham es de tipo relámpago y luego... Está Iris, que puede…

Un pie bajo la mesa presionó con fuerza el empeine de Alma; no fue un golpe, sino una advertencia firme y discreta. Alma se atragantó ligeramente con sus propias palabras, Azath vio cómo los dedos de Iris se crispaban alrededor del vaso, un silencio cortante cayó sobre su mesa, tan abrupto que el bullicio del comedor pareció amortiguarse.




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