Intenté estudiar hasta que me dolió la cabeza. Las líneas de mi libro lucían como un mar de tortura. Estaba cansada, pero no quería admitirlo. Eran casi las nueve de la noche y seguía retraída en el pensamiento y la duda acerca de Nash. No quería tomarle demasiado interés. Y, sin embargo, me esforzaba tanto en olvidarlo que había terminado dándole más vueltas de las necesarias a su asunto.
El pestillo de la puerta rechinó y lo siguiente que vi fue la figura de Siloh entrar en la pieza. Ella arrastró su delgada humanidad hasta tirarse en la cama y dejó en el suelo su bolsa de la que cayeron dos o tres libros de tapa dura.
—Somos patéticas —le dije y me recosté a su lado. Un leve suspiro brotó de su boca a modo de resoplido; vi sus ojos acuosos al mirarla—. ¿Estás bien? —le pregunté.
Ella negó con la cabeza levemente y me echó una mano encima.
—¿Qué sucedió? —insistí.
Sabía que no me merecía su confianza porque en el tiempo que teníamos allí viviendo juntas yo no había logrado abrirme del todo. Pero quería saber qué le ocurría.
—¿Recuerdas el chico con el que me quedé en la fiesta de la fraternidad? —preguntó. Hice una mueca de ignorancia y fruncí el ceño. Hasta donde sabía, Siloh siempre había sido una chica de casa que no había tenido más que un novio. Le di el mérito de pensar que era virgen, y eso me hizo suponer lo peor cuando mencionó a uno de los chicos de la universidad presentes en la fiesta. Después de unos minutos de buscar en mis memorias y de sentirme parcialmente culpable por haberla dejado a su merced, asentí y limpié de una de sus mejillas las lágrimas que caían corridas una tras otra—. Me acosté con él. —Me sentí muy apenada. Ella, que era un símbolo de pureza total, amigable, linda, educada; no parecía ser el tipo de chicas que dan trompicones como aquellos—. Y, para colmo, ni siquiera me ha gustado.
Solté una pequeña risa y ella me sonrió.
—La primera vez nunca es placentero. —Siloh frunció su rubio ceño y se incorporó en la cama, el cuerpo apoyado en sus codos. Me estaba viendo directamente y pude detectar en su rostro un semblante que apuntaba a que me había equivocado con respecto a su castidad.
—¿De verdad parezco tan puritana como para que pienses que soy virgen? —Yo me puse de pie a su lado y le tomé la mano cariñosamente. Un atisbo de sonrisa se dibujó en sus labios; quería decirle que no era la única que esa noche había metido la pata.
—No. Pareces demasiado pura, es todo —le dije, para hacerla sentir mejor—. ¿En verdad no te ha gustado?
Se encogió de hombros ante mi pregunta.
—Ni ha valido la subida de las escaleras.
Un nuevo suspiro salió de su boca. Yo la acompañé al resoplar y un silencio trémulo nos embargó después.
—Dormí con Nash esa noche —confesé. Ella se irguió y me observó con detenimiento. No supe qué era lo que había en sus ojos. ¿Enojo? ¿Preocupación? ¿Miedo?—. Sé lo que vas a decir. Al menos lo mío sí fue bastante placentero.
—¿Qué pasa si te enamoras de él? —La sola idea me aterró. Me estremecí.
Era consciente de que Nash no tenía nada de normal, que según los rumores era lo peor que le podía pasar a cualquier chica. Y, aun así, mi cuerpo parecía magnetizarse con el suyo cuando estaba cerca. Resultaba incontrolable.
Sacudí la cabeza y me dediqué a guardar mis cosas en la bolsa. Siloh esperaba una respuesta, pero la realidad era que ni yo sabía qué iba a suceder si llegaba a tener sentimientos adicionales al deseo por él, por Nasty.
—Tendré que arriesgarme —dije, expectante—. Además, solo necesito entrar en su habitación y conseguir la foto. Entonces podré dejarme de tonterías. —Siloh asintió sin mucho convencimiento—. De hecho, iré de una vez; si tengo suerte tal vez lo encuentro en su pieza. No quiero vivir en ascuas lo que resta del año escolar. —Me puse mis sandalias y tomé mi celular para luego salir por la puerta antes incluso de que Siloh pudiera objetar algo.
*
Toqué la madera de ese escalofriante cuarto dos o tres veces y, justo cuando estaba por rendirme, Sam se asomó para ver quién era. Al notarme, dejó a la vista su cuerpo entero y la imagen de su torso desnudo me obligó a dar un paso atrás, a la defensiva. Desde los pectorales hasta los oblicuos, era todo músculos marcados, de apariencia suave.
Aunque sabía muy bien que él se dio cuenta de mi impresión al mirarlo, se mantuvo en silencio, quizás gozándose de mi introspección al observar su figura.
—Qué oportuna, Penny —me espetó con un tono de voz ronco, casi adormilado.
—Necesito hablar con Nash —dije, terminante.
En ese momento sentí que las piernas se me aflojaban. El solo hecho de pensar que en pocos minutos estaría frente a él me puso los cabellos de punta y el corazón me latió a mil por hora.
—No está. Dijo algo acerca de estudiar a solas y cuando dice eso es porque irá al gimnasio. —Esta vez fue Sam quien lució interesado en mi short de mezclilla, mis sandalias y mi camisa de franela. Con un simple “gracias” me fui sintiendo aún su mirada clavada en mi nuca, y también en otras partes.
El vestíbulo del edificio estaba casi vacío a esas horas. Uno que otro estudiante se paseaba en la estancia; tal vez en la búsqueda de un poco de tranquilidad, pero fuera de eso el lugar parecía desierto e incluso lucía macabro por la poca iluminación.
Anduve por el pasillo norte, hasta el gimnasio. Las enormes puertas necesitaron de todo mi peso para poder abrirse. La primera visión que capté fue de las caminadoras, cuatro o cinco alineadas perfectamente. Máquina de Pilates, de cardio, pesas, tríceps, etcétera. Pero no había señal de Nasty, así que estiré mi cuello y me puse en puntitas para inspeccionar más a fondo el lugar que estaba más que sumido en la penumbra. Solo había un poco de luz al fondo y esta misma hacía que el amplio gimnasio se viera lúgubre y tétrico.