Incómoda hasta la muerte: así me sentía. Del otro lado de la mesa, Sam me miró, desconcertado. Casi pude leer su mensaje corporal de que no me moviera de donde estaba. Su madre, Kathy, tenía la vista clavada en la playa detrás de mí, que lindaba con la parte trasera de la casa.
Siloh le acababa de decir sobre su relación con Shon. Y la expresión inmediata de la mujer era esa que yo tenía al frente y que trataba de evitar a toda costa. En varias ocasiones me había preguntado por qué mi compañera estaba tan reacia a contarle a su progenitora la relación estable que mantenía con nuestra amiga.
Su reacción siempre había sido de indiferencia, pero en el fondo yo sabía que le pesaba mucho. Como un yunque en la espalda.
—Voy a mi habitación. Si me disculpan —Kathy se levantó estirada y tensa como un resorte. Los ojos de sus hijos la siguieron.
—Mamá —la tanteó Sam, también incorporándose.
Hasta ahora, la cena había transcurrido en son muy pacífico. Kathy me había preguntado sobre mi carrera, y como toda una dama prudente, ni siquiera había mencionado el chisme que todo mundo sabía sobre mí, pero que ya nadie, para entonces, tenía los pantalones de espetar en voz alta.
Sam, con la misma indulgencia de siempre, se limitaba a mirarme, estoico, pero con una sombra de duda en la mirada; parecía que aún se sintiera incómodo conmigo, y que nada de lo que pudiéramos charlar actualmente como dos buenos amigos, podría reparar el puente roto entre nosotros.
Antes, cuando me refugié en los brazos únicamente de mi familia, la ausencia de mis amigos no había sido tan brutal como la sensación posterior a enfrentarlos. Primero a Siloh, luego a Shon y por último a Sam; salvo que a las primeras dos las había afrontado al regresar a clases. A Sam apenas un día atrás. Después de que me hubiese recogido.
Por esa y varias razones, yo justifiqué sus evasivas, sus miradas fulminantes y el hecho de que acabase por ignorar cualquiera de mis acercamientos. A lo mejor, pensé anoche antes de irme a dormir, le cuesta mucha de su voluntad el tener que confiar en mí.
Pero luego, tras meditarlo, me dije que no se había roto nada. Porque Sam y yo, de cualquier manera, nos habíamos quedado en un vaivén que acabé rompiendo.
—¡No! —gritó Kathy en ese instante. Le apuntó a la cara a Sam antes de girarse, y mirando hacia Siloh, dijo—: No lo acepto. Y no te atrevas a sugerirlo siquiera.
Después se marchó a través del enorme patio, que coronaba su belleza con una piscina pequeña, pero elegante. Las luces del farol ayudaron a que la silueta de Kathy sobresaliera hasta que abrió el cancel de la puerta y se perdió en el interior.
El silencio de vergüenza se cernió sobre el resto de nosotros. Yo traté de comer más mientras Siloh se cubría el rostro con ambas manos. Shon, con la espalda recargada totalmente en la silla, me lanzó una mirada suplicante que entendí a la perfección.
No sabía qué exactamente tenía que hacer, pero hice lo primero que me cruzó por la mente.
—¿Sam? —Él se encontraba de pie, con la vista en el suelo. Estaba tan pensativo que sentí pena de tener que traerlo de regreso a la realidad. Alzó las cejas para hacerme entender que había escuchado mi voz, y entonces me apresuré a decirle—: ¿Caminamos por la playa? —Dejó ver un semblante desagradable, pero miró hacia Siloh y, con una velocidad impresionante, acabó por comprender lo que sucedía.
Mientras caminaba en mi dirección, porque yo me puse de pie al notar que me había entendido, vi que se guardaba las manos en los bolsos del pantalón. Avanzó con la mirada gacha, sorprendiéndome en el camino cuando la levantó para mirarme. Cruzó el jardín a paso lento y miró alrededor.
Había más casas en las inmediaciones, pero todas estaban encerradas en su propio mundo. Por la hora, solo se alcanzaban a notar una que otra pareja en la playa; Sam aguardó por mí justo en el instante en el que un niño corría a su lado. Él, aún cabizbajo y sumido en sus cavilaciones, se detuvo en mitad de la playa.
—No es tu culpa nada de esto —le dije, adelantándome a su mente.
Intentó esbozar una sonrisa, pero vi que el gesto se desdibujaba de su rostro antes incluso de haber nacido totalmente. Así que, para hacer menos pesada la escena, me quité las chanclas que llevaba puestas y arrugué los dedos encima de la arena.
Sam me observó durante un par de segundos.
—Mi madre va a pensar lo contrario —dijo.
—Pues tu madre va a necesitar unas clases de apoyo moral, entonces —sonreí. Él entrecerró los ojos hacia mí y yo, para huir de la recriminación en su rostro, miré al horizonte; había muy pocas estrellas en el firmamento, pero la luna de finales de julio brillaba como toda una señora luciendo sus más preciosas alhajas—. Lo único que quiero decir con esto, es que Siloh siempre será su hija, y lo suyo con Shon siempre será amor aunque ni ella ni tú ni yo podamos entenderlo.
—Tal vez es solo la primera impresión —repuso Sam.
Asentí, bastante convencida de que la expresión de Kathy no era producto de una sorpresa amarga, sino de sus prejuicios arcaicos, cuyo pilar más fuerte era el qué dirán. Y, mirándola de esa forma, se parecía muchísimo a mi madre y a Maggs.
Se parecía un poco a mí, incluso.
—Cambiando de tema —Él se rascó la ceja derecha con desgarbo. Miró mi perfil como si yo no pudiera darme cuenta—, ¿qué te depara este año? —preguntó.
Llené mis pulmones de aire, incapaz de sopesar su pregunta. Uno de mis lados cobardes me decía que el suyo era un intento por hablar conmigo de algo que no tuviera que ver con los prejuicios —los cuales hacían mella en mí—, de manera que me sentí acalorada en menos de un segundo.
Mi estómago se revolvió con violencia, cuando el recuerdo de mis errores, de las burlas, de los comentarios en los pasillos, ocupó mis pensamientos. Pero, para mi fortuna, por estos días las ganas de hacerme ovillo en el suelo, fingir que nadie existía e ignorar al mundo, habían quedado reducidas a una capa ligera de vergüenza.