Navegando entre sueños y realidades

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​Las semanas siguientes fueron agotadoras. La universidad exigía mucho, pero mi proyecto de renovación del orfanato me mantenía despierta por las noches, y no solo por la carga de trabajo.

​La columna de documentos que Camila y el equipo me habían dejado como castigo era inmensa. Lo tomé como un desafío, pero significaba más horas en la oficina. Irónicamente, eso me obligaba a interactuar constantemente con la única persona que intentaba evitar.

​Noa había respetado mi espacio desde ese día en su oficina. Nuestra comunicación era estrictamente profesional, pero su presencia se sentía como una temperatura diferente en el ambiente. Su silencio, su mirada sostenida cuando le entregaba los informes, todo me decía que la tensión seguía ahí, latente.

​Un martes por la mañana, llegué al orfanato "Corazón Puro" con el equipo de arquitectos. Hoy era un día importante: la demolición de la pared para crear la nueva "Sala Nana", mi aula de enseñanza especial.

​—Señorita, según los planos, la pared de la sala de juguetes es la que derribaremos. Pero hay que asegurarnos de que la estructura sea estable —me explicó el ingeniero a cargo.

​Pasé la mañana supervisando el trabajo. Me sentía orgullosa, este era mi sueño hecho realidad. Mientras los martillos neumáticos rugían, la Cuidadora Zul me hizo una seña.

​—Nana, el Señor Noa está en la oficina de dirección. Dice que necesita hablar con usted.

​Mi estómago se encogió. Me limpié el polvo del pantalón y caminé hacia la pequeña oficina prefabricada en el patio trasero. Al entrar, el aire acondicionado me golpeó y, de inmediato, mis ojos se encontraron con los de él. Estaba inclinado sobre unos planos, con su camisa de vestir remangada, dejando ver sus antebrazos tonificados.

​—Noa —saludé, intentando que mi voz sonara firme.

​—Nana, justo a tiempo. —Levantó la cabeza, y esa mirada intensa hizo que me temblaran las rodillas—. Necesito su opinión inmediata. He traído los planos del mobiliario fijo para tu aula. Dado que serás quien la use, debes garantizar la funcionalidad.

​Me acerqué a su lado, sintiendo el calor de su cuerpo. El pequeño espacio se sentía aún más reducido.

​—Me gusta la idea de las mesas hexagonales para promover la interacción... —empecé a señalar.

​Él no me miraba. Solo miraba los planos, pero estaba demasiado cerca. Pude oler su colonia, una mezcla de sándalo y algo amargo que me recordaba a aquella noche.

​—Nana, tengo un problema. —Su voz se hizo más grave y acercó su cara a mi oído, susurrando—. La universidad me ha pedido que te asigne un espacio de trabajo permanente y privado, lejos del área de pasantes, para que te concentres mejor en tu proyecto. Dado que la oficina de dirección aquí en el orfanato está en obras, no tenemos donde ubicarte.

​—No hay problema, puedo trabajar en casa o en la biblioteca de mi cuñado, Sora.

​—No. Si algo he aprendido, es que cuando una mujer es apasionada por lo que hace, hay que darle el mejor ambiente. Y la única oficina disponible que cumple con el nivel de seguridad y privacidad que requiere este proyecto es... mi oficina personal en el piso 30.

​Mi corazón se disparó. Lo miré con los ojos abiertos. Compartiría espacio de trabajo con él, todos los días.

​—Noa, eso no es necesario. Con la biblioteca de la universidad basta...

​—Sí, es necesario. —Su voz se hizo autoritaria, con el tono de jefe que no acepta un "no" por respuesta—. A partir de mañana, quiero que te sientes en el escritorio que está frente al mío. Quiero supervisarte de cerca. Y no solo por los planos.

​Se enderezó y su mirada oscura se clavó en la mía, sin una pizca de profesionalismo.

​—Quiero asegurarme de que mi pasante favorita no vuelva a tener otro ataque de pánico por falta de sueño y estrés.

​Me quedé helada. Sabía que se refería al día de la pelea con César, pero la forma en que lo dijo, con esa mezcla de autoridad y preocupación personal, me hizo dudar de sus motivos.

​—¿Me está amenazando? —pregunté, sin aliento.

​Él sonrió de lado, una sonrisa que siempre me hacía sentir vulnerable.

​—No, Nana. No amenazo. Yo controlo. Acepto tu noviazgo con el músico. Es el camino seguro, lo entiendo. Pero no puedo permitir que afecte tu salud, ni que te distraigas de tu proyecto. Mañana a las ocho, en mi oficina. Sin excusas.

​Salí de la oficina sintiendo que no había podido respirar en los últimos cinco minutos. Había elegido a César, el camino tranquilo, pero el destino (y Noa) acababa de obligarme a sentarme directamente frente al camino más peligroso.




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