El resto del martes transcurrió en una bruma. La emoción de ver la pared de la "Sala Nana" convertida en escombros se mezclaba con la ansiedad fría que me había dejado el ultimátum de Noa.
—¿Estás bien, Nana? Estás muy pálida —preguntó el ingeniero cuando le di la aprobación para iniciar el levantamiento de las nuevas vigas.
—Sí, solo es el polvo. Mucho polvo —mentí, sintiendo que el verdadero polvo estaba asentándose en mi corazón.
Esa noche no pude concentrarme en mis apuntes universitarios. La imagen de Noa, inclinado sobre los planos, con su aliento cálido en mi oído, se repetía en mi mente. Me había puesto un límite: César. César era la calma, la promesa, el chico que me amaba
abiertamente sin juegos de poder. Pero Noa... Noa era la tormenta que no dejaba de llamarme por mi nombre.
A las 7:45 a.m. del miércoles, estaba de pie frente al ascensor privado de Noa en el lobby del piso 30 de la corporación. Mi pulso golpeaba como un tambor de guerra. Llevaba mi mejor conjunto profesional: un pantalón de tela azul marino y una blusa blanca de cuello alto. Quería gritarle al mundo que era una profesional, no la chica que él podía desarmar con una mirada.
El ascensor se abrió con un suave ding, revelando una alfombra gruesa de color carbón y una única puerta de madera oscura. Al salir, una asistente que nunca había visto me recibió con una sonrisa discreta.
—Buenos días, Señorita Nana. El Señor Noa la está esperando.
La oficina de Noa era impresionante, como una extensión de su personalidad: minimalista, impecable, y con un poder silencioso. Una pared entera era de cristal, ofreciendo una vista panorámica de la ciudad que parecía extenderse hasta el infinito, como su ambición.
Mi nuevo escritorio estaba exactamente como él lo había dicho: frente al suyo. No había distancia. Solo unos pocos metros de madera pulida y dos sillas de diseño.
Noa estaba al teléfono, con el traje de sastre gris oscuro que acentuaba su figura. Me hizo un gesto con la mano para que tomara asiento, pero yo permanecí de pie, esperando a que terminara la llamada.
—...Sí. Quiero ese contrato cerrado antes de fin de mes. Sin peros, Richard. Es una orden. —Su voz era fría, absoluta.
Colgó el teléfono y me miró. La intensidad de esa mirada era casi física.
—Siéntese, Nana. No pretendo que trabajemos en silencio, pero quiero su total concentración.
Me senté y coloqué mi mochila a mi lado, intentando parecer más tranquila de lo que estaba.
—Noa, no es necesario que esté aquí. Créame, soy responsable con mi trabajo.
—No dudo de su responsabilidad. Dudo de su enfoque. —Se reclinó en su silla, cruzando los brazos sobre su pecho—. Anoche se quedó hasta tarde en el orfanato, según el informe de la Cuidadora Zul. Quiero recordarle que su salud es tan crucial para el proyecto como la demolición de esa pared. Ahora, ¿me puede mostrar el flujo de caja que preparó para el mes de diciembre?
Sentí que me estaba auditando, no solo mi trabajo, sino mi vida. Le extendí el informe en papel. Cuando nuestras manos casi se tocaron, la conexión fue innegable.
Él no comentó nada. Revisó el informe con velocidad, su ceño ligeramente fruncido en señal de concentración. De repente, una alarma estridente comenzó a sonar en su reloj de pulsera.
—Disculpe. Es mi recordatorio. —Noa lo apagó—. Tengo una reunión de quince minutos con el equipo de Marketing en la sala contigua. Estaré de regreso a las 8:30. Mientras no estoy, quiero que revise estos documentos —dijo, empujando hacia mí una pila de contratos legales con una banda roja.
—¿Qué son estos?
—Son los acuerdos de patrocinio que le harán llegar los fondos para el mobiliario de su aula. Léalos y marque cualquier cláusula que le parezca ambigua o abusiva. Y no se distraiga.
Se levantó, y al pasar por mi lado, la sombra de su cuerpo me cubrió por un instante.
—Ah, y una cosa más, Nana.
Se detuvo en la puerta y se giró, su expresión ahora inescrutable.
—Mándale un mensaje a tu novio. No quiero interrupciones. Aquí arriba, solo existe el trabajo.
Noa cerró la puerta de la sala de reuniones y el silencio se hizo profundo. Miré los contratos legales, una tarea que en cualquier otra circunstancia me habría entusiasmado.
Pero en ese momento, el papel me parecía menos denso que el aire que respiraba.
Noa me había dado una orden, no una sugerencia: Mándale un mensaje a tu novio.
Era su forma de marcar territorio, de recordarme que, a pesar de estar sentada frente a él, mi corazón y mi compromiso debían estar en otra parte.
Saqué mi teléfono, sintiendo una punzada de culpa. La noche anterior había estado tan absorta en el drama de la oficina compartida que apenas le había respondido a César.
Abrí su chat. Su última foto era de él practicando en el estudio de su universidad, con una melena despeinada y una sonrisa que me recordaba a la paz.
Para: César 🎸
Yo: Buenos días. Perdona la tardanza. Ya estoy en la oficina, pero el jefe me ha cambiado de ubicación.
César: ¡Hola! ¿Cambio? ¿Dónde estás ahora? ¿Es mejor?
Yo: Estoy en la oficina central. En el piso 30, frente al escritorio del jefe. Literalmente. Es temporal mientras terminan las obras. Es impresionante, pero me siento un poco... vigilada.
César: ¿Vigilada? ¿El Señor Noa? Jaja. Suena aterrador. No te preocupes, mi hermosa, sabes que solo tiene ojos para tu eficiencia. Te llamo a la hora del almuerzo, ¿sí?
Yo: Sí, por favor. Necesito escuchar tu voz. Por cierto... ¿Recuerdas que dijiste que me llevarías a cenar? Hoy es el día perfecto. Necesito una distracción de esta torre de cristal.
César: ¡Hecho! Te recojo en tu casa a las 7 p.m. Prepárate para que te mime. Te quiero
Yo: También te quiero ❤️
Bloqueé el teléfono y sentí un pequeño alivio. El amor de César era un ancla en ese mar agitado que era trabajar con Noa. Era reconfortante saber que al final del día, él estaría allí, ofreciéndome la ligereza que me faltaba.
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Editado: 25.11.2025