La noche envolvía el campamento, y la luna filtraba su luz plateada entre los árboles. Christian Lamars caminaba junto a la mujer nativa, y cada paso aumentaba la tensión entre ellos. Sus cuerpos se rozaron, primero accidentalmente, luego buscando más contacto. Él deslizó una mano por su espalda, sintiendo la curva de su cintura, y ella respondió arqueando ligeramente el cuerpo hacia él.
Se acercaron más, y sus labios se encontraron en un beso profundo y prolongado, lleno de hambre contenida. Él la sostuvo con firmeza por la cintura, mientras sus manos recorrían suavemente sus hombros y brazos. Ella le acarició el cuello y el pecho, explorando su piel con delicadeza y deseo. Cada roce despertaba calor y un fuego que parecía imposible de apagar.
Lamars bajó un poco la cabeza, besando su cuello y oído, sintiendo cómo su respiración se aceleraba. Ella gimió suavemente, y sus manos viajaron hacia su rostro, agarrando su cabello mientras lo acercaba nuevamente para un beso más intenso. Cada contacto, cada caricia, era un juego de entrega y control, donde ambos cedían a la pasión sin prisa.
Cuando la noche empezó a ceder al amanecer, se separaron lentamente, jadeando y con los cuerpos aún temblando. Sus miradas decían más que las palabras, y la conexión que habían compartido permanecía viva en la memoria de ambos. La isla seguía allí, silenciosa y enigmática, pero ellos habían creado un momento que jamás olvidarían.