Navegantes Del Alba

Secretos Revelados

Después del arduo ascenso y de haber encontrado el pozo central en la montaña, la tripulación descansaba mientras Lamars examinaba con detenimiento los grabados en las paredes de roca. No eran símbolos mágicos, sino signos de antiguas rutas, advertencias sobre terrenos peligrosos y marcas de asentamientos humanos que habían existido mucho antes de su llegada.

—Estos no son recientes —dijo Lamars en voz baja—. Alguien estudió la montaña y documentó sus recursos y peligros.

La mujer nativa asintió, señalando los grabados y luego el pozo. Parecía comunicar que el respeto hacia ese lugar era una tradición milenaria, transmitida de generación en generación.

Marcellin, observando con cautela, preguntó:
—¿Estamos seguros de que esto era solo un asentamiento? Algunas marcas parecen estratégicas, como si planearan algo.

Lamars se inclinó sobre los mapas improvisados y comparó los grabados con los senderos y los ríos que habían recorrido.
—No hay misterio sobrenatural —dijo—. Esto es real: rutas, vigilancia, recursos. Los antiguos habitantes entendían la geografía mejor que nosotros. Su “corazón de la isla” es simplemente su conocimiento profundo del territorio.

Los hombres asintieron, algunos aliviados, otros impresionados. La tensión que había crecido entre la tripulación comenzó a ceder, reemplazada por admiración y respeto. La isla, con su vegetación densa y su terreno traicionero, había sido un maestro exigente.

Mientras descendían lentamente de la montaña, Lamars reflexionaba: la verdadera historia no estaba en tesoros ni en secretos místicos, sino en la relación de los humanos con la naturaleza, el ingenio para sobrevivir y la transmisión del conocimiento. Cada paso que daban era un recordatorio de que lo desconocido podía enseñarte más que cualquier riqueza.

Al llegar al campamento, encontraron que el resto de la isla, sus ríos y refugios, estaban llenos de señales similares: marcas en los árboles, construcciones escondidas, y caminos estratégicos. Comprendieron que la expedición había sido testigo de un sistema de vida eficiente, organizado y respetuoso con el entorno, un secreto que los nativos habían protegido por generaciones.

Lamars reunió a la tripulación y a la mujer nativa. Con gestos y palabras simples, comunicó lo que habían aprendido: cada descubrimiento implicaba responsabilidad. La isla no era un premio, sino una lección viva.

Esa noche, mientras los hombres dormían agotados, Lamars observó la montaña desde la orilla del río. Su corazón no estaba lleno de oro ni de aventuras fantásticas, sino de un profundo respeto por la historia real que habían desenterrado, y la certeza de que su viaje había cambiado para siempre su manera de ver el mundo.




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