Vi los transbordadores desaparecer en el cielo nocturno dejando una horrenda estela de humo negro capaz de cubrir las estrellas, el silencio era absoluto. Los soldados robóticos a bordo listos para destruir al enemigo, aunque éste fuera sólo un delirio. El presidente había insistido en que era necesario, estaba convencido y nada podría cambiar su parecer, había una especie extraterrestre y debía ser destruida. Maldito idiota, su egocentrismo y paranoia nos destruirían a todos algún día. Me sentía paralizado por la furia y el miedo.
El frío aire no lograba tranquilizarme, probablemente se necesitaría el sedante más potente para relajarme un poquito o desaparecer la tensión entre mis hombros.
-Voy a renunciar-Le dije al bosque vacío, consciente de que los arboles eran simples réplicas plagadas de cámaras y micrófonos.-Juro que esta vez sí renuncio.
Había apoyado al presidente en todo, incluso cuando los inconformes lo acusaron de fraude, fui su más fiel consejero cada vez que decía alguna pendejada y enojaba a la población. Todo empeoró cuando nuestras naves de exploración desaparecieron de los sensores, pasaron meses sin recibir cualquier comunicación o señal de vida.
El cielo dejó de ser una posibilidad para volverse una amenaza. Cada objeto entrando al sistema solar era sospechoso, podría tratarse de una nave hostil, o peor aún, un ejército entero. Y claro, como el vocero-consejero de nuestro líder, era mi obligación tranquilizar a la gente y repetir como grabación: “No existe amenaza extraterrestre”, “Las naves están bien”, “Si existiera dicha forma de vida no buscaríamos entrar en conflicto”. Como si el gran presidente Rupert fuera capaz de pensar o resistir un desafío.
En el mejor de los casos la amenaza era falsa y sólo experimentamos una falla de comunicaciones. En el peor, acabábamos de provocar a una especie superior. Acelerar el programa espacial fue la peor idea del milenio, no estábamos listos para enfrentarnos a lo desconocido.
Maldito Rupert. ¡Mil veces maldito! Su trabajo era volverme loco. Pero ya no más, no volvería a interceder por él o limpiar sus malditos desastres.
Mejor hacerlo de una vez, o me podría arrepentir más tarde. Activé el chip de comunicación en mi muñeca presionando un botón rojo en el pequeño recuadro metálico insertado en la piel. Al inicio me negué al implante pero era necesario para el trabajo, con un localizador y número de serie, nos recordaba que éramos simples peones reemplazables.
-¿Carter? ¡Qué demonios haces!, ¿Por qué estás ahí como imbécil en medio del bosque?-Gritó a todo pulmón el iracundo gobernante, de seguro temblaba de ira-Tenemos una guerra por planear, regresa en este instante…
-No puedo señor
-¿Cómo que no puede? ¿Acaso agoniza?
-No, pero señor…
-¡Entonces mueve tu flojo trasero! Necesitamos más robots y alistar las naves de reserva. Contacta a Ramírez, que su gente comience a diseñar nuevas armas.
Con la paciencia agotada necesité contenerme para no gritar, inhalé antes de responder con toda la calma posible.
-Yo renuncio, busque a alguien más.
-También debemos apresurar a esos malditos constructores, la base lunar debe estar lista en un mes, nos dará una gran ventaja táctica.
Acerqué el implante a mis labios mirando la placa con recelo, tal vez tendría que deletrearlo, alguien tan hueco de la cabeza de seguro desconocía el significado de palabras como “renuncio” o “cordura”.
-¿Acaso no me escuchó? ¡Renuncio!-Grité sin considerar las consecuencias.
-Y yo no acepto su renuncia, déjese de tonterías. Tenemos una transmisión global en media hora y más le vale estar listo.
Se cortó la señal. ¡Maldición!. Le dediqué una última mirada al cielo antes de regresar a la base. Los arboles a mi alrededor eran copias casi exactas de los reales pero nunca sería lo mismo, el mundo había cambiado, ahora lo artificial reemplazaba casi todo, incluso los robots recibían los trabajos considerados triviales como barrenderos o trabajadores de maquila y construcción. El bosque se sentía carente de vida y los animales robóticos eran simplemente patéticos.
Las luces de la base iluminaban a la distancia, revelando la forma de un frío y metálico cubo. De cerca se confirmaba mi teoría; quien diseño la base ni siquiera intentó volverla un poco más estética. Coloqué mi chip sobre la superficie y se abrió una entrada. Seguí un pasillo iluminado con luces blancas. Dudé al llegar a una intersección. El camino derecho me llevaría hacia el presidente, el izquierdo a la sala de espera.