Navidad con mi jefe

3

 

 

—¿Qué es eso de allá?

Mis hermanitos están atentos a un lugar que parece ser una pequeña guarida de brujos que vemos en mitad de la peatonal de la ciudad al tiempo que vamos en camino hasta la cena de mi jefe. El señor Marinero nos aguarda y no podemos perder tiempo, sin embargo, vamos con cierta anticipación. Estuve contando los minutos hasta que llegó esta precisa hora para la cena.

Una vez que leo el letrero de lo que dice el espacio que ha llamado la atención de mis hermanitos, el corazón me carcome profundo de la intriga.

Cielos, ¿será verdad? ¿Realmente tienen la respuesta a todas las preguntas? ¿Tendré que creerle? No lo sé, pero me consume la intriga a medida que más observo, más ganas siento de acercarme a consultar.

Algo en mi pecho presiona con fuerza a medida que avanzo, echando un vistazo al lugar, dando así con la entrada. Hay una campana.

—¿Qué hacemos acá?—pregunta mi hermanita.

—Es que Brenda quiere saber la verdad de las brujas.

Pues, en ninguna parte dice que sea bruja, al contrario, solo tiene aspecto de que alguien con mucha sabiduría asegura poseer un saber y está dispuesta a compartirlo.

—Chissst, por favor, ya hablamos antes de salir de casa—les advierto—. Les pedí que se comporten.

—Ya, ya—dice ella.

Y se hacen gestos hasta que la cortina se abre. Me sorprende ver a un hombre quien separa el intersticio, tiene un gesto de suma amabilidad en el rostro, además de que no hay gesto de sospecha alguna en su rostro, nada que haga pensar en algo malo, sino una idea que haga pensar en mucho más.

—Buenas tardes, ya casi de noche. Adelante, por favor, pasen. ¿Los pequeños también requieren hacer una consulta?

—Sí, así es—confirma mi hermanito. Y le doy un sacudón rascándole la cabeza para que no sea pícaro.

El hombre no se molesta, simplemente se sonríe al escucharme.

—Bueno, a final de cuentas, todos estamos conectados por la misma yosoydad Adelante, tomen asiento.

¿Yo soy qué?

Sigo sus palabras, me siento delante y no hay ninguna bola de cristal sobre el escritorio a partir del cual trabaja.

Solo hay un cuaderno con un bolígrafo y anotaciones. ¿Acaso se cree terapeuta? Un momento, ¿y si es un psicoterapeuta? Lo dudo, creo que no trabajan de esta manera.

—Disculpe—le digo—, ¿usted qué clase de profesional o adivino es?

—Ningún adivino y no hay ninguna labor profesional sino netamente espiritual. ¿Cuál es tu nombre?

—Brenda—contesto, suponiendo si no sería mejor idea esconder mi nombre real. Qué va, estoy acá con este cometido y nada más que este.

—Bien, Brenda. Dime, ¿qué es lo que quieres saber, por lo cual estás acá?

—¿Cuántas preguntas puedo hacerle?

Se encoge de hombros.

—Bien… ¿Usted puede responder a cualquier cosa?

—Eso intento.

—Pues… ¿Cuál es el secreto de la felicidad?

Su rostro vuelve a convertirse en una sonrisa y comienzo a considerar la opción de que en verdad las cosas son diferentes. De que hay algo que me puede traer a la realidad desde otra versión de mí, que me envuelve el corazón la idea de que él sabe algo que yo no, y quiero que me conteste.

Que no piense como una falta de respeto mi pregunta, realmente la tengo.

—Está en agradecer. El secreto de la felicidad es agradecer.

Mis hermanitos comienzan a gritar y a celebrar y a reír como en un juego de niños:

—¡Gracias, gracias, gracias! —Una y otra vez, hasta que no paran de hacerme sentir valiosa en medio de todo lo que sucede.

Les miro y me vuelvo al señor.

—No…entiendo.

—No es casualidad que los niños sí lo entiendan, a veces los adultos perdemos la fe en el poder y en la magia.

—¿Hummm?

—Me refiero a que no dejes de ser quien realmente eres, ten fe y vive en pensamiento y en emoción, como si estuvieras haciendo realidad y que tienes lo que deseas. Es asunto de perseverar y ser tenaz.

Trago grueso y niego con la cabeza.

Antes de emitir alguna objeción al respecto y decirle que me siento estafada, él se vuelve a mis hermanos y les dice:

—¿Qué les parece si probamos un juego? Un juego en el que Brenda sea parte también, ¿sí?

—¡Siiii!

Gritan a viva voz y me aturden, la diferencia es que yo ya estoy acostumbrada. Al hombre parece no molestarle.

—Bien. Todos nos sentemos, por favor. —Eso sucede—. Ahora les pido que cierren los ojos.

Mmm, ni loca. Podría entrar alguien más al lugar y robarme, asaltarnos o llevarse a alguno de mis hermanitos.

No obstante, ellos ya lo están haciendo y algo en el gesto del hombre me indica que debo confiar en él.

Espero que me sean perdonados todos mis pecados, pero finalmente accedo a la meditación que me propone.

—Observa tus manos antes de cerrar los ojos, Brenda.

Asiento.

—Imagina qué quisieras tener en tus manos. Imagina, visualiza tus manos sosteniendo eso que tanto amas y quisieras.

Pues, lo que termino anhelando es que mis manos posean una feliz alianza de matrimonio y unos cuantos miles de dólares. Imagino que mis manos cuentas billetes y que la argolla de matrimonio da la pauta de que no solo no tengo necesidades materiales sino que estoy llena de abundancia, de amor y que soy feliz.

Prosigo con mi accionar hasta que termino por encontrar una suma lo suficientemente jugosa como para convenir lo que significa el número de al menos cuatro ceros que está delante de mi.

¿Diez mil? Sí, es bueno para empezar.

—Bien—agrega—. Con tus ojos cerrados, agradece que ya tienes lo anhelado. Agredece de corazón.

—Agradecer a quién…

—No es necesario que me respondas a mí. Lo que importa es tu estado interior. Eso es… Bien. Agradece. Lo tienes. Tú lo eres.

Yo… Yo soy fortuna. Yo soy abundancia. Yo soy amor de una pareja. Yo soy amor de una familia. Yo soy mi propio deseo de navidad de trabajo. Yo soy mi libertad. Yo soy todo lo que siempre he soñado. Yo soy.




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