Paul insistió en que debía ir a cenar a su casa para conocer a los niños y acepte creyendo que sería lo mejor para ir conociéndonos mejor. Por lo que a las siete en punto de la tarde él estaba estacionado en la puerta de mi edificio esperando a que yo saliera para llevarme personalmente a su hogar. Mientras salía del edificio refregué varías veces las palmas contra la tela de mi vestido azul noche dos talles más grandes que yo; para secarme el sudor provocado por las miradas de aquellos que me conocían y que me habían visto varías veces entrar y salir con Jon de ese mismo lugar. Y ahora un hombre de metro ochenta y tantos, cabello color caramelo y ojos como el zafiro era quien abría la puerta del auto para mí. Era muy distinto al hombre de pelo negro, ojos cafés y estatura cercana al metro setenta y cinco que se quedaba sentado en su sitio hasta que yo estaba arriba y entonces ponía en marcha su auto sin preguntar siquiera si ya tenía el cinturón puesto.
-Te ves realmente radiante esta noche Molly.
Estaba bastante segura de que el rubor de mis mejillas nada tenía que ver con el maquillaje previamente puesto y que las mariposas que danzaron en mi estomago con esas simples palabras no eran por hambre.
-Gracias señor, usted también se ve muy bien.
Él me regalo una sonrisa con ese distintivo hoyuelo que solo había notado ese día. ¿Cómo es qué no había notado la belleza natural de este hombre? Cuando cerró la puerta paso frente al vehículo acomodándose los botones de su saco antes de entrar a su sitio. Llevó la mano a las llaves para arrancar y a último momento me miro y chasqueo la lengua y se inclinó sobre mí para buscar algo y yo contuve la respiración para no inhalar su fragancia embriagadora de menta y pino.
-Creí que ya te habías puesto el cinturón; ya sabes, la seguridad, primero que nada.
-Si señor, lo siento.
Paul abrocho muy lentamente la hebilla y entonces me miro directo a los ojos y yo desvié los míos por miedo.
-Molly, si vamos a montar una pareja felizmente comprometida ¿no te parece que deberías dejar de llamarme señor? Además, realmente quiero conocerte. Ahora mismo tú no eres mi secretaria y yo no soy tu jefe, somos dos simples amigos. ¿Sí?
-Como usted... como tu digas Paul.
-Ohm, así está mejor. Ahora vamos a casa; los niños están ansiosos por conocerte.
Los edificios pasaban velozmente, pero yo a penas si era consciente de ellos. Mi mano comenzó a acariciar sin darme cuenta el lugar vacío donde hace unas horas tenía el anillo puesto. No me pareció correcto traer puesto una sortija de mi ex en un caso como este. Por extraño que pareciera extrañaba sentir ese pedazo de metal alrededor de mi dedo, ahora se sentía desnudo y al parecer Paul noto mi inquietud. Se aclaró la garganta y fingiendo una toz me pidió que abriera la guantera.
-Supuse que te lo quitarías así que decidí pasar por una joyería hoy, no sabía tu medida exacta por lo que dime si te no llegara a servirte.
Saque una pequeña cajita de terciopelo rojo y a pesar de saber las circunstancias en que lo estaba recibiendo y el motivo, igual mi corazón se aceleró ante la idea del anillo. Cuando la abrí en su interior yacía una sortija donde sobre la lianza de oro se superponían dos más, pero eran ondeadas y en cada curva asomaba una hoja y en el centro de estás dos un diamante azul con forma de corazón descansaba plácidamente sostenido por esas dos lianas metálicas de una manera tan delicada. Tuve que contener un suspiro y sofocar un grito de emoción.
-Es realmente hermoso. Lo cuidare como si fuera mío lo prometo.
Él desvió la vista un momento de la carretera y me miró extrañado.
-Pero si es tuyo.
-Yo creía que era prestado.
-No, como te dije, llena tu mente de recuerdos aún más bellos para olvidar los malos y quiero que comiences con esto.
-Gracias.
La emoción hizo que se me quebrara la voz, pero eso no evito que comenzara a sacar el anillo de la caja. Entonces Paul negó con la cabeza mientras chasqueaba la lengua y desaceleraba el coche para estacionar al borde de una plazoleta que limitaba con un bosque.
-No, definitivamente no.
Mis dedos se congelaron y mi corazón se aceleró al comprender que al fin se había dado cuenta de que esto era una locura y ahora me quitaría el anillo incluso antes de haberlo probado siquiera; no es como si una recibiera un regalo así todos los días, pero parecía un anillo muy costoso así que quizá fuera lo mejor. Con un suspiro cerré los ojos al mismo tiempo que la caja para no tentarme y la deposité sobre el tablero.
-Sí, lo sé, tienes razón Paul esto es una locura. No es así como debería de ser.
- ¡Exactamente! Qué bueno que lo hayas entendido. ¿Podrías bajarte por favor? Espera, yo te abriré.
- ¿Qué? ¿Qué me baje?
Yo lo miré boquiabierta y mis ojos parecían los de las caricaturas y por un momento creí que solo bromeaba, pero entonces él se bajó del coche y entonces supe que hablaba en serio.
-Esto debe ser una jodida broma, sí, está bien, entiendo si se arrepiente de hacer esta locura; de hecho, desde un principio este plan fue como tirarse de un avión sin paracaídas, pero eso no le da derecho a dejarme del otro lado de la ciudad contrario a donde yo vivo y en medio de la nada, así como asi.
La puerta se abrió de golpe y Paul extendió la mano así que de mala gana le di la mía, pero el negó con la cabeza y señalo la caja del anillo.
-Ah. En serio, hombres.
Tome la caja con brusquedad y se la deje en la palma abierta mientras bajaba del auto y él me miraba extrañado.
-En serio, pudiste haberme dicho que estabas arrepentido y no habría pasado nada, pero dejarme aquí... ¿No te parece demasiado?
- ¿Quién dijo que te estoy dejando aquí?
- ¿No lo hace?
-Por supuesto que no.
- ¿Y en entonces porqué paramos aquí y para que me pidió bajar? Además, lo que dijo ahí arriba de que no es así como debe de ser y todo eso.
-Técnicamente tú lo dijiste, pero creo que nos referíamos a cosas diferentes; evidentemente.
Entonces Paul se paró frente a mí y se arrodillo al tiempo que abría la caja y las personas que por allí caminaban se detuvieron a ver el espectáculo y yo no sabía dónde esconderme o que hacer.
-Molly Bradford, me harías el honor de hacerme el hombre más feliz del mundo casándote conmigo.
Una voz molesta en mi interior me dijo que no fuera idiota y que no me emocionara tanto ya que todo era falso, pero la otra parte de mí que se emociona incluso con un pedazo de torta la hizo callar. Así es, falso o real yo iba a disfrutar de este momento. Paul me sonrió y me guiño el ojo haciendo que me riera antes de responderle.
- ¡Si! ¡Por supuesto que sí!