V

La mañana siguiente amanecio con una tormenta había dejado las calles cubiertas de nieve, y el aire tenía ese aroma frío y limpio que solo aparece en invierno.

Sofía entró a la cocina con el pelo revuelto y una manta sobre los hombros, como una burrito humano. William ya estaba allí, sentado en la mesa, revisando el “contrato” con una taza de café caliente.

—Buenos días, mi socia sentimental temporal —dijo él.

—No me hables hasta que tome café —respondió Sofía con voz muerta.

Will le alcanzó una taza.
Ella la tomó como si fuera un trofeo.

—Gracias —murmuró.

—De nada. Necesitamos que estés lúcida para nuestra misión de hoy.

Ella abrió un ojo.

—¿Qué misión?

Su falso novio levantó la hoja.

—Preparativos familiares. Debemos practicar cómo nos comportaremos frente a mi mamá.

Sofía sintió el alma abandonar su cuerpo.

—¿Tu mamá? ¿Vamos a verla?

—No hoy —aclaró él—. Pero es mejor estar listos. Mi madre es… intensa.

—Define intensa.

—Imagínate a un huracán vestido de cardigans y perfume floral.

Ella asintió lentamente.

—Ok. Eso suena manejable.

—Y también —añadió él— es capaz de saber si estás nerviosa solo por cómo sostienes tu tenedor.

—¿Qué? ¿Cómo?

—No sé. Es un superpoder.

Sofía puso la cabeza sobre la mesa.

—Vamos a morir.

William rió, rodeando la mesa hasta colocarse frente a ella.

—Por eso —dijo— debemos practicar un escenario típico: “William y Sofía llegan de visita y la madre se emociona demasiado”.

Ella frunció el ceño.

—¿Qué se supone que haga?

—Pues… te acercas a mí. Me tomas del brazo —dijo él, gesto incluido— y sonríes como si de verdad quisieras estar conmigo.

Ella rodó los ojos, pero se levantó.

—Bien. Ensayemos.

Se acercó a él y tomó su brazo.
Pero lo hizo con torpeza, como si estuviera agarrando un perchero.

El la observó con una ceja levantada.

—¿Qué… es eso?

—Tu brazo.

—Pareces una turista perdida agarrando a su guía.

—¡Estoy nerviosa! —protestó ella.

—Ven —dijo él con una suavidad inesperada.

Tomó su mano y la acomodó con cuidado sobre su antebrazo, acercándola un poco más.
Sofía sintió el olor a su colonia, tibio, perfecto, como madera y café.

—Así —murmuró él.

Ella tragó saliva.

—Ok… así.

—Ahora mírame —indicó William.

Sofía levantó la vista.
Ese fue su error.

Estaba demasiado cerca.
Sus ojos tenían ese color verde suave que no había notado tanto antes.
Y él la miraba como si la conociera desde siempre.

El aire se tensó.

—Y ahora sonríe —pidió William, apenas en un susurro.

Entonces lo hizo.
No la sonrisa práctica, ni la obligada.
Una verdadera.

Will también sonrió, despacio… con una calidez que la derritió un poco por dentro.

Y justo en ese instante, el piso decidió traicionarlos.

Sofía, todavía medio dormida, pisó un pequeño charco de agua que había dejado la nieve de sus botas y— resbaló

Ella soltó un grito suave mientras caía hacia adelante.

Su roomie reaccionó al instante, rodeándola con los brazos para evitar que se golpeara.

Resultado:
Quedó pegada a su pecho, sosteniéndose de su camisa, respirando cerca de su cuello.
Will la tenía agarrada por la cintura, firme, cálido, demasiado perfecto.

Los dos se quedaron congelados.
En silencio.

Sintiendo más de lo que un contrato permitía.

—¿Estás bien? —preguntó él finalmente, con voz baja.

—Sí… yo… sí —respondió, sin moverse.

—No quiero presionar —susurró el— pero… deberías soltarme la camisa o voy a pensar que te gusta estar así.

Sofía dio un respingo y se separó rápidamente, roja como un adorno navideño.

—Fue un accidente —aclaró ella.

—Claro —dijo él, sonriendo con esa expresión que gritaba no te creo nada.

—Ok, lo que digas. Sigamos practicando.

—Perfecto —respondió William—. Aunque si todos los ensayos terminan con abrazos accidentales, quizá deberíamos ponerlo en el contrato.

Ella lo fulminó con la mirada.

Él sonrió.

Y sin que ninguno lo dijera, ambos sabían que algo había cambiado.
Muy poco.
Pero suficiente para que el siguiente paso fuera aún más peligroso.