Navidad por Contrato

VI

Sofí estaba sirviendo café en dos tazas desparejadas —porque claro, ¿qué compañeros de piso normales tienen juegos completos?— cuando escuchó un toque en la puerta. No uno casual, sino un toc-toc-toc rápido, ansioso. El tipo de toque que no pide permiso, sino que anuncia la llegada de un huracán humano.

—¿Esperas a alguien? —preguntó sin apartar la vista del café que se negaba a dejar de burbujear.

—No —respondió William desde el sofá, donde trabajaba con sus audífonos puestos—. Nadie viene aquí sin avisar.

Otro golpe, más fuerte.

—Bueno… alguien claramente no recibió ese memo —dijo ella.

William se levantó, extrañado, y abrió la puerta.

Y ahí fue cuando ambos quedaron congelados.

—¡SORPRESA! —gritó una mujer rubia, de unos cincuenta años, impecable y con un abrigo verde navideño tan brillante que parecía un elfo ejecutivo de Santa Claus.

Detrás de ella, un hombre alto, sereno, cargaba dos bolsas de regalo y sonrió con calma.
—Hola, hijo.

William parpadeó como si acabara de despertarse de un coma.

—Mamá… ¿Papá? ¿Qué… qué están haciendo aquí?

Su madre entró como si atravesara la alfombra roja.
—¿Qué no estoy haciendo? Vine a rescatarte.
Se volvió hacia su esposo con dramatismo teatral.
—Thomas, dile que vine a salvarlo.

—Vino a salvarte —repitió el padre con voz monótona, como quien ya ha vivido este episodio muchas veces.

La madre dejó su bolso y los regalos sobre el sillón de un tirón.

—Tengo al menos dos citas perfectas para ti, William. . Te escribí diez veces, pero como nunca respondes, vine personalmente. La primera vive a unas cuadras, es abogada, tiene un excelente historial médico y quiere tener hijos…

—¡Mamá! —Will levantó las manos como si ella estuviera a punto de lanzar un hechizo—. No necesito una cita a ciegas.

Fue entonces cuando Margaret Torres vio a Sofía.

La mirada evaluadora que lanzó podría haber desarmado a un soldado. Se acercó un paso, ladeó la cabeza y sus ojos se estrecharon con sospecha pura.

—¿Y… tú quién eres? —preguntó con una voz tan dulce que helaba la sangre.

Sofía tragó saliva.
—Yo… soy Sofía.

La madre de William la examinó de pies a cabeza como si fuera un mueble que necesitaba restauración.

William respiró hondo, tragó nervios y dijo:

—Sofía es… mi novia.

Silencio absoluto.

El tipo de silencio que anuncia terremotos.

—¿Qué? —dijeron Margaret y Thomas al mismo tiempo, el uno sorprendido y la otra prácticamente oliendo la mentira en el aire.

Margaret entrecerró los ojos.

—¿Novia? —repitió despacio—. En todo el tiempo que has vivido lejos, jamás te había escuchado mencionar ni a una amiga mujer.
Se cruzó de brazos—. Y llevo años esperando conocer a alguien. A quien sea.
Se inclinó hacia Sofía—. ¿Y resulta que han estado saliendo… en secreto?

—No exactamente… —empezó Sofía, pero William la tomó suavemente del brazo. Recordando sus lecciones entrelaso su brazo al de el. Y le sonrió.

—Mamá —dijo él—. No te lo mencioné porque estamos tomando las cosas con calma. Y ella y yo… bueno… hemos sido roomies menos de un año. No quería que te hicieras ideas equivocadas.

—¿Ideas equivocadas? —replicó ella, ofendida—. Vivo CINCO horas lejos. Nunca he venido a tu casa. Y la primera vez que entro, encuentro que tienes novia.
Se giró bruscamente hacia su marido—. ¡Thomas, nuestro hijo tiene novia y no nos dijo!

—Hmmm —respondió Thomas, asintiendo como si le hubieran contado el clima—. Qué bueno, ¿no?

Margaret ignoró completamente la serenidad de su esposo. Caminó hacia Sofía con una intensidad que casi hizo que la chica retrocediera.

—Así que… tú eres Sofía —dijo ella, en ese tono que usan las madres para decidir si un novio es apto para su hija… o un criminal peligroso.

—Sí, señora Torres —respondió Sofía, intentando sonar confiada—. Mucho gusto.
Sonrió.
Un poco.

Como Will le enseño.

La madre la miró, aguzó la vista, respiró hondo…

Y de pronto, su rostro cambió.

Se iluminó como un árbol de Navidad encendido.

—¡Estoy feliz! —declaró emocionada—. ¡Me encanta! ¡Esto es maravilloso!

—¿Qué? —preguntó su hijo, desconfiando por puro instinto de supervivencia.

—¡Mi hijo no morirá solo! —exclamó Margaret, diciendo la frase más reconfortante y a la vez perturbadora del mundo.

Sofía se atragantó con su propia saliva.

William se llevó una mano a la cara.
—Mamá, ¿puedes no decir eso?

—¡Es que eres mi único hijo! —continuó ella, ignorando todo—. Y ya estaba preocupada.
Se volvió hacia Sofía—. ¿Sabías que este niño no me trae una novia desde la secundaria? ¡La secundaria!
Luego a su marido—. ¡Thomas, tendremos nietos!

—Todavía no —dijo William, horrorizado.

—Como sea —respondió ella, optimista hasta la locura—. ¡Estoy feliz por ustedes!

El padre se acercó a Sofía y le dio la mano con serenidad.
—Bienvenida a la familia.
Hizo una pausa.
—Lo siento por mi esposa. En su defensa, puede ser peor.

—Papá —gruñó William.

—¿Qué? Es cierto —respondió.

Margaret, mientras tanto, ya estaba planeando su próximo movimiento.

—Mañana, cena. Aquí. Los cuatro.
Chasqueó los dedos—. O esta noche. Sí, esta noche es mejor.
Miró alrededor—. Aunque este departamento necesita un poco de espíritu navideño, ¿no les parece?
Se volvió a Sofía—. ¿Te gustan las luces blancas o multicolor? ¿Y la foto familiar? Podemos hacer una. Tengo mi cámara en el auto.

William se desmoronó internamente.

—Mamá, por favor. Podemos… hablarlo.

—¡Claro, claro! —respondió ella, mientras agarraba a su marido del brazo—. Lo hablaremos esta noche.
Sonrió a Sofía con un cariño exagerado—. Encantada, Sofía.
Y a William—. Estoy tan orgullosa.
Susurró a Thomas, pero todos la escucharon:
—Nuestro hijo no morirá solo. ¡Lo sabía!



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En el texto hay: romace, navidad, relacion falsa

Editado: 28.11.2025

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