La semana avanzó más rápido de lo que ambos esperaban. De pronto, ya faltaban solo un par de días para la cena del 23. Sofía fue quien insistió en que necesitaban ropa decente para las fiestas, y Will aceptó, aunque parecía más dispuesto a dejar que la tierra lo tragara que admitir que le emocionaba la idea.
El aire frío de Chicago golpeó a Sofía en cuanto salieron del departamento. Las luces navideñas ya estaban encendidas en las calles, aunque aún fuera de día. Will caminaba a su lado con las manos metidas en los bolsillos del abrigo, el cuello levantado hasta casi cubrirle la cara.
—Creo que esto debería considerarse sacrificio emocional —murmuró él mientras cruzaban hacia el centro comercial.
—¿Salir conmigo? —bromeó Sofía.
—Salir de compras —corrigió Will—. Contigo siempre es… bueno.
Sofía sintió un pequeño aleteo en el estómago, pero decidió fingir que no lo había oído.
Cuando entraron al centro comercial, el ambiente era puro desorden navideño: niños corriendo con bastones de caramelo, parejas discutiendo por regalos, un Papá Noel agotado, y villancicos sonando a un volumen indecente.
—¿Lista para la batalla? —preguntó Will.
—Nací para esto —respondió Sofía con una sonrisa confiada.
La primera parada fue una tienda grande de ropa formal. Sofía quería que Will se viera perfecto para las cenas familiares, y él… bueno, él solo quería sobrevivir.
—Ve probándote esto —dijo Sofía, arrojándole un traje azul oscuro y una camisa blanca.
—No puedo creer que estoy haciendo esto —protestó Will mientras entraba al probador.
Ella esperó afuera, revisando su teléfono. Cuando Will salió, se detuvo a mitad de frase.
—Bueno, creo que… —Sofía se quedó en silencio.
Will se veía ridículamente bien. Elegante, sobrio, atractivo de una forma que le revolvió el estómago. El traje resaltaba sus hombros, su postura, y le iluminaba los ojos.
—¿Tan mal quedó? —preguntó él, inseguro.
—¿Mal? —Sofía rió, sorprendida—. Will, pareces el protagonista de una película navideña de esas que tienen millones de vistas.
Él se sonrojó un poco, bajando la mirada.
—Entonces supongo que… está bien.
Mientras Sofía acomodaba el cuello de su camisa, una voz femenina se acercó.
—Disculpa… —dijo una chica rubia, alta, con una sonrisa de catálogo—. ¿Puedo ayudarte?
Will abrió la boca para responder, pero ella se dirigió directamente a él, ignorando la proximidad obvia entre Sofía y él.
—Soy Emily—se presentó, colocando una mano en el brazo de Will—. Trabajo aquí. Y… wow, ese traje te queda increíble. Pero creo que podría mostrarte otros que resaltarían más tus ojos.
Sofía sintió un pequeño, incómodo, ardiente pinchazo en el pecho.
No.
No era celos.
No podía ser.
Will parecía confundido por la atención, pero no se apartó.
—Eh… no sé. Creo que este está bien —respondió él, mirando a Sofía como pidiendo ayuda.
Emily sonrió demasiado.
—Solo déjame mostrarte uno —insistió—. Te prometo que no te vas a arrepentir.
Le colocó una corbata roja alrededor del cuello, acercándose tanto que Sofía se tensó completamente.
—Ese tono te ilumina el rostro. Y… tienes una mandíbula muy atractiva. Deberías resaltarla —susurró Emily.
Sofía sintió un calor agresivo subiéndole por el pecho.
Ya basta.
Caminó hacia ellos, con pasos decididos y una sonrisa tan falsa que le dolían las mejillas.
—Disculpa —dijo colocándose justo al lado de Will y agarrando la corbata roja—, pero ese color no le favorece mucho.
Emily levantó la vista, sorprendida.
Sofía entrelazó su brazo con el de Will e inclinó la cabeza sobre su hombro.
—Además, él ya eligió. ¿Verdad, amor?
Ella no sabía por qué había dicho “amor”.
Ni por qué sonaba tan natural.
Will abrió los ojos, sorprendido… y luego sonrió, suave, encantado.
—Sí, amor —repitió él, disfrutando cada sílaba—. Ya elegí.
Emily parpadeó, procesando la escena.
—Oh… ¿ustedes…?
—Pareja desde hace un año —respondió Sofía con voz dulce—. Vinimos a comprar ropa para nuestras cenas familiares. Ya sabes, Navidad, tradición…
La vendedora retrocedió un poco, incómoda.
—Claro… sí… bueno, si necesitan ayuda, estaré al fondo.
Cuando se alejó, Sofía soltó de golpe a Will y se pasó una mano por el cabello.
—No sé qué pasó —dijo rápido—. Es que… se estaba pegando demasiado a ti y—
—¿Y te pusiste celosa? —completó él con una ceja levantada.
Sofía abrió la boca, indignada.
—¡No! Solo estaba protegiendo… el plan.
—Claro —Will dio un paso hacia ella, quedando peligrosamente cerca—. El plan.
Ella cruzó los brazos.
—Solo cumplí mi papel.
—Tu papel incluía tomarme del brazo y llamarme “amor”? —preguntó él con una sonrisa pequeña, traviesa.
—Improvisación —se defendió ella.
Will se inclinó un poco, acercando su voz a su oído.
—A mí me encantó tu improvisación.
Sofía tragó saliva. No supo qué responder.
Él se alejó ligeramente, mirándola con afecto.
—Debo admitir algo —dijo de pronto.
—¿Qué cosa? —preguntó ella, todavía intentando recuperar la compostura.
Will la recorrió con la mirada, lento, sin esconder nada.
—Me encanta cómo te ves cuando llevas rojo.
Sofía se quedó completamente inmóvil.
—¿Rojo?
—Rojo —repitió él—. Ese suéter que te pusiste la semana pasada… Y el vestido rojo que usaste en la fiesta del edificio… —sonrió, un poco nervioso—. Te queda increíble. Te ves… no sé. Brillante.
Sofía sintió que su corazón hacía algo raro. Algo brusco. Algo nuevo.
—Gracias… —susurró.
Will sonrió, un poco más tímido esta vez.
—Tenía que decirlo.
El momento se volvió tan íntimo que Sofía tuvo que mirar hacia otro lado, respirando hondo.
—Vamos —dijo al fin—. Aún nos faltan mis outfits.
—Perfecto —dijo él—. Así puedo elegir qué vestido rojo te queda mejor.