Navidad por Contrato

XIII

La fiesta siguió creciendo a medida que avanzaba la noche. Sofía había conocido a más personas en una hora que en todo el último mes: la profesora de música que le enseñó piano a Will cuando tenía siete años, el vecino que recordaba cómo Will rompió la ventana con una pelota, una prima lejana que afirmaba que él le había robado su primer helado.

A cada presentación, Will se mantenía cerca, su mano en la espalda de Sofía, orgulloso de mostrarla, aunque a veces él mismo parecía nervioso por el ritmo frenético con el que la familia la adoptaba.

Carla rondaba por ahí como un perfume caro, siempre observando desde lejos, siempre esperando un momento para acercarse. Pero Sofía, con una calma que Will encontraba irresistible, lograba mantenerla a raya sin siquiera intentarlo demasiado.

—¡Willy! —gritó un hombre robusto desde una esquina.

—No me llamen así —murmuró Will entre dientes—Ella es Sofía, ¡ Mi novia!

La palabra “novia” salió proyectada como un misil. Sofía sintió el impacto en el estómago. Will también. Pero lo dijo, así que no había vuelta atrás.

De inmediato se acercaron los primos.

El primo Nate, un tipo alto, barbudo y tremendamente ruidoso, le estrechó la mano.

—Así que tú eres Sofía. ¡Por fin! Este tonto nos había dicho que nunca iba a conseguir a alguien que lo aguantara —miró a Will—. Primo, sabes que te quiero, pero eres insoportable cuando no duermes.

Sofía rió.

Will se cubrió la cara con una mano.

—¿Hay alguna historia que no puedas contar hoy? —suplicó él.

—¿Hoy? ¡No! Hoy es el mejor día para contarlas todas —respondió Nate con un entusiasmo casi infantil.

Su esposa, una mujer simpática llamada Rachel, intervino:

—Una vez Will se quedó dormido en la mesa durante la cena de Acción de Gracias. ¡En la sopa!.

—No fue en la sopa —se defendió Will, indignado—. Fue en el puré de papas. Además, yo tenía doce.

—Sofía —añadió Nate, ignorándolo—, ¿sabes que una vez lloró porque no encontraba su peluche?

—¡TENÍA CINCO! —protestó Will.

—Cinco o quince, da igual —bromeó Nate—. Fue un momento emocional.

Y así siguieron:
Que Will tenía miedo a las cabras de niño.
Que una vez corrió maratón… y se desmayó al kilómetro tres.
Que lloró cuando perdió su primera pelota de béisbol firmada.
Que creyó que los renos eran “perros mágicos gigantes”.

—Por favor… —susurró Will entre dientes, completamente rojo.

Sofía trataba de no reír demasiado, pero cada historia era mejor que la anterior. Y mientras más intentaba contenerse, más le brillaban los ojos.

—No sabía que eras tan… adorablemente trágico —dijo Sofía bajito.

—No lo soy —contestó él, pero sonrió igual.

En un momento, la madre de Will apareció con una bandeja de copas.

—Sofía, querida, ¿cómo te estás sintiendo? —preguntó mientras ofrecía una bebida.

—Muy bien, gracias —respondió ella, sincera—. Su familia es… acogedora.

—Ay, sí, mi amor, somos un poco intensos, pero todo con cariño —dijo la mujer con emoción—. Te ves hermosa esta noche.

Will miró a su madre, sorprendido por la manera en que se estaba encariñando de golpe.

—Mamá, dale un respiro —murmuró él.

—¡Ay, tú cállate! —respondió ella, dándole un golpecito en el brazo.

El padre de Will se acercó entonces, con un vaso en mano y una sonrisa más tranquila.

—Sofía, ignora a mi esposa —dijo—. Ella no sabe hacer nada sin involucrar a todo el pueblo.

—¡Te escuché! —respondió ella desde el otro lado de la mesa.

Will rió; Sofía también.

La música se detuvo de repente, y varias luces se atenuaron. La madre de Will subió a un pequeño estrado improvisado cerca del árbol navideño, golpeando suavemente una copa para llamar la atención.

—¡Familia! ¡Amigos! —su voz se elevó con una emoción cálida.

Todos se fueron silenciando, reuniéndose alrededor de la sala, formando un semicírculo expectante. Will tomó la mano de Sofía, entrelazándola con la suya. Ella lo miró, preguntándose si sabía qué iba a decir su madre. Pero la expresión de Will era de pura confusión.

Cuando todo quedó en silencio, la madre de Will respiró hondo y sonrió con orgullo.

—Gracias a todos por venir esta noche. Sé que es solo la cena del 23 —varias risas—, pero para mí siempre ha sido un día especial. No sé, siento que es el momento perfecto para recordar lo importante que es la familia… —puso una mano en el pecho—. Para mí, la familia es el mayor regalo que uno puede tener. Son las raíces, el hogar, el lugar al que siempre volvemos.

Varias personas asintieron, otros alzaron copas.

Sofía sonrió, conmovida. La mujer hablaba con el corazón.

—Y este año —continuó ella, su voz elevándose con emoción—, tengo la dicha de dar la bienvenida a alguien muy especial.

Sofía sintió el pulso acelerarse. La madre de Will la miraba directamente.

—A Sofía —dijo, y los aplausos comenzaron—. Una mujer maravillosa, dulce, fuerte… y que ya queremos mucho.

Will apretó su mano; ella sonrió tímidamente.

Pero todavía faltaba lo peor.

La madre de Will alzó la copa y añadió, con una alegría explosiva:

—¡La futura esposa de mi hijo! ¡La prometida de Will!

Un silencio absoluto.
Exactamente tres segundos.

Y luego…

—¿¡Prometida!?
—¡Ay Dios mío, Will!
—¡Felicidades!
—¿Cuándo será la boda?
—¡Por fin!
—¡Yo sabía que este día llegaría!

La sala entera estalló en gritos, aplausos, abrazos, copas chocando. Primos corrieron a abrazar a Will, tías rodearon a Sofía como si estuvieran protegiendo una reliquia familiar, y Carla, desde una esquina, abrió tanto los ojos que casi se le caen los párpados.

Sofía permaneció inmóvil.

Will también.

Ambos con la misma expresión: shock absoluto.

—¿Prometida? —susurró Sofía.

—Yo tampoco sabía —susurró Will, igual de pálido—. Te juro… no… no sé qué está pasando.



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En el texto hay: romace, navidad, relacion falsa

Editado: 28.11.2025

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