El aire frío de la noche los recibió como un balde de agua helada cuando finalmente escaparon de la casa de los padres de Will. Todavía podían escuchar el eco lejano de los primos riendo, de las tías preguntando fechas de boda y del brindis triunfal de la madre de Will, emocionadísima por un matrimonio que no existía.
Sofía bajó los escalones del porche casi trotando, con las mejillas encendidas por igual de vergüenza y rabia.
Will la seguía, con las manos en el cabello, despeinado y tan nervioso que parecía haber envejecido tres años solo en esa noche.
—Sofi… —la llamó—. Sofi, espera.
Ella no esperó. Llegó primero al auto y se apoyó en la puerta, respirando profundo como quien intenta evitar gritarle al cielo.
—¿Prometida, Will? ¿En serio? —dijo sin mirarlo, incrédula—. ¿Qué clase de… broma… es esa?
—¡Yo no lo sabía! —Will levantó las manos en señal de defensa—. Te juro que no lo sabía. Mi mamá… se emocionó. Mucho. Demasiado. No pude detenerla, lo intenté.
—¿Y qué? ¿Tu mamá piensa que tú te casas y eres el último en enterarte? —bufó Sofía.
Will se acercó más despacio, como si ella fuera una bomba a punto de estallar.
—Cariño… —se le escapó sin pensar.
Sofía lo fulminó con la mirada.
—No me dijas“cariño” .
Will tragó saliva.
—Ok. Pero, por favor, créeme. Ni siquiera sabía que Carla estaría ahí. Ni que la mitad de mis primos. ¡Tampoco sabía de ese brindis! Yo pensé que sería una cena tranquila, no… una reunión con 40 personas y un anuncio matrimonial.
Sofía apretó los brazos contra su pecho.
—Encima esa Carla.
—¿Qué pasa con Carla? —preguntó Will, genuinamente confundido.
—Pues que te miró como si fueras buffet libre.
—Exageras.
—¡Te tocó el brazo, Will! Eso es territorio personal.
—Pensé que estabas siendo amable.
—Amable es saludar. No tocar bíceps.
Will se quedó callado un segundo. Luego, lentamente, sonrió.
—¿Estabas celosa?
—¡No! —mintió Sofía inmediatamente. Demasiado rápido—. Solo estaba… incómoda. Nada más.
Will inclinó un poco la cabeza, esa sonrisa ladeada que siempre la desarma.
—Me gustó que marcaras territorio —confesó.
Sofía abrió la boca para contestar, pero no salió sonido.
Will dio un paso más, quedando frente a ella, lo bastante cerca para que su respiración cálida chocara con la de ella.
—Sofi… —su voz bajó, seria ahora—. Sé que lo de dentro fue un desastre. Pero quiero que sepas algo: Disfrute mucho esta noche, sino fuera el anuncio hubiera sido perfecto. Estar contigo siempre suele ser el mejor momento de mi dia.
Ella lo miró sorprendida.
—No me gusta cuando te incomodan… o cuando alguien intenta algo contigo que no quieres. Pero tampoco me gusta cuando se acercan a mí y tú te pones triste. No sé qué significa eso todavía. Pero me importa.
Sofía sintió que el corazón le subía a la garganta.
—Will…
—No tienes que decir nada. En serio. Solo… quería que lo supieras.
El silencio entre ambos se llenó de esa tensión suave y peligrosa que ya habían sentido antes, como si algo invisible tirara de ellos para acercarlos más.
Will bajó la mirada a sus labios, apenas por un segundo, como si luchara contra una tentación.
Ella lo notó.
Ella también lo sintió.
—Vamos a casa —dijo él finalmente, rompiendo el hechizo antes de que fuera demasiado tarde—. Es tarde. Y mañana será peor si mi mamá decide publicar en Facebook que ya estamos comprando anillos.
—No bromees con eso —soltó Sofía, intentando no sonreír.
—No estoy bromeando. Es capaz.
Él le abrió la puerta del auto como siempre, en silencio.
Cuando ella se sentó, él se inclinó un poco más hacia dentro, como si quisiera decirle algo más… pero se detuvo.
—De verdad… —murmuró, mirándola con esa sinceridad que casi dolía—. Estoy contigo. No contra ti.
Sofía sintió que la respiración le temblaba apenas.
Will cerró la puerta con suavidad, rodeó el auto y subió al asiento del conductor.
Encendió el motor, pero no arrancó. Se quedó mirándola un segundo, como si quisiera memorizar el momento.
—Prometida, ¿eh? —bromeó al fin, en un susurro.
Sofía le pegó en el brazo.
—¡Will!
—Auch, ok, ok. Muy pronto. Entiendo.
Y mientras el auto se alejaba de la casa luminosa donde la familia aún reía, los dos siguieron en silencio.
Un silencio lleno, cálido, incómodo y dulce a la vez.
Uno que decía mucho más que todas las palabras que habían evitado decir.
El departamento estaba oscuro cuando entraron. Solo el brillo tenue de las luces del árbol iluminaba el espacio, creando sombras cálidas que bailaban en las paredes.
Will dejó las llaves en la mesita, pero no avanzó más. Se quedó ahí, con la espalda contra la puerta, respirando hondo.
Sofía se quitó el abrigo lentamente.
Sabía que él la estaba mirando. Lo sentía.
—¿Quieres té? —preguntó, más para romper el silencio que por ganas reales.
—No —respondió Will, bajito, como si tuviera algo atorado en la garganta—. No todavía.
Sofía se giró hacia él.
Will seguía ahí, sin moverse, con una mirada que era una mezcla peligrosa de cansancio, confusión… y algo más profundo, más cálido.
—Sofi… ven —pidió él, suave.
Ella se acercó despacio.
Cuando estuvo a un paso, Will levantó la mano, muy lento, como si temiera que ella pudiera alejarse.
Con los dedos le recogió un mechón detrás de la oreja.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—Creo que… sí. ¿Tú?
Will soltó una risa baja, sin humor.
—No lo sé. Siento que esta noche viví tres vidas diferentes.
Ella también soltó un suspiro cansado.
—Lo sé…
—Pero lo que más me afecta no es lo que dijo mi mamá —admitió él—. Es cómo te vi a ti.
Sofía parpadeó, sorprendida.
—¿Cómo me viste?
Will se humedeció los labios.
Apenas un gesto, pero a ella le aceleró el corazón.