Navis y el coleccionista de mundos (saga Navis 1)

El niño que vivía en “El hogar de los sueños”.

Nuestra historia comienza en un orfanato situado a las afueras de Maryland, una de las ocho regiones de Borka. Ese orfanato era conocido como “El hogar de los sueños”, tenía un gran campo para que los niños se divirtieran y cultivaran cereales, una fuente y mucho espacio para descansar debajo de un árbol, y se encontraba bajo la supervisión de una buena mujer, la señorita Girasol.

La señorita Girasol era una novo Borka-Adharus, con ascendencia de Pewtto-Nott. Su rostro era muy bello para ser treintañera, tenía su cabello siempre recogido para que no le estorbara al momento de limpiar el orfanato y evitar así que los más pequeños le jalaran su cabello lacio y castaño. Era habitual que llevara vestidos floreados con colores vivos, agradables a la vista de los niños. Todas las mañanas se despertaba temprano para encender las ollas de comida para alimentar a los centenares de niños que vivían allí. Todos los niños permanecían en “El hogar de los sueños” desde que los encontraban recién nacidos hasta los nueve años, y cumpliendo los diez entonces podrían ser adoptados o en el caso contrario, eran llevados al Cuartel Infantil para determinar su vocación y colocarlos en los oficios en los que fueran útiles. La mayoría de ellos obtenían su donum conforme crecían, y la señora Girasol cuidaba y atendía a cada niño dependiendo del donum que poseía.

Entre todos los niños había uno en particular que destacaba por su noble y buen corazón. Su nombre era Navis. El muchacho se la pasaba la mayor parte del tiempo en el ático, rodeado de cajas, baúles, libros olvidados y demás artilugios. Su ropa era igual a la de los otros huérfanos: una túnica blanca remangada y zurcida que le quedaba un poco grande, y que también fue en algún momento la vestimenta de alguien en el pasado, porque era común heredar las ropas para no gastar mucho en ellas, lo cual significaba cuidarlo de por vida.

Navis era demasiado delgado, su cabello rizado y oscuro tenía un toque rebelde cuando le caían en su frente, su cuello era de un tono verde pálido que llegaba hasta la clavícula, una nariz pequeña y unos labios muy finos. Lo mejor de él eran sus ojos curiosos. Su iris izquierdo era azul y el derecho verde, que brillaban cuando estaba alegre sin importar el lugar en donde estuviera, pero cuando se enojaba o enfurecía, sus ojos (incluida la esclerótica) se tornaban negros.

Además de que gracias a sus ojos, podía ver en la oscuridad.

En el ático, el chico se encontraba leyendo un libro interesante titulado “Mitos Borkianos” de Soren Phineas Aragoni.

—¡Navis!

Se escuchó la voz de un infante.

—¡Navis! ¿Estás aquí?

—¿Qué ocurre Vasco? —Navis salió de entre una pila de libros polvorientos con “Mitos Borkianos” a la mano.

Vasco, de seis años, era un rubio con ojos de reptil. Un novo Tilius con alguna mezcla de otra raza, para ser precisos. Se acercó al mayor con sumo cuidado de no tropezarse entre tantas cosas.

—La señorita Girasol quiere que vayas antes del mediodía a Maryland por víveres. Dice que te puede acompañar Tirso.

Tirso era el mejor amigo de Navis, pero más calmado y reservado.

—Está bien. Iré —Navis cerró el libro y lo dejó sobre una columna de libros, y así saber en dónde lo acomodó en cuanto regresara. Bajó las escaleras junto con Vasco, recorrió varios pasillos repletos de niños que jugaban entre sí, o que platicaban en grupitos, o uno que otro estornudando fuego por la nariz accidentalmente, hasta que llegó al pórtico. La señorita Girasol estaba esperándolo junto con Tirso, al lado había una carreta vacía.

—Creí que ya no vendrías —dijo Tirso mientras que sujetaba un extremo de la carreta.

—Por supuesto que sí. ¿Dónde está Ponny? —preguntó Navis al no ver al único cuadrúpedo que ocupaban.

—Lamentablemente Ponny está en el establo con una pata torcida —la señorita Girasol le tendió una bolsa a Navis que contenía dinares borkianos y una lista de compras.

—No tardaremos mucho, señorita Girasol —Tirso levantó un costal que se había caído de la carreta.

Navis sujetó el otro extremo para arrastrar juntos la carreta por el camino. La señorita Girasol y el pequeño Vasco los despidieron desde la entrada y regresaron tomados de la mano a la enorme casa. Durante el camino una nube cubrió al Sol que alumbraba al planeta Borka, y ambos niños apresuraron el paso para llegar a tiempo a Maryland.

—Navis, ¿has pensado que hacer con tu vida? —Tirso le preguntó a su amigo, sus bigotes se movieron y sus orejas peludas estaban atentas.

Navis parpadeó los ojos. Ya sabía a que venía esa pregunta. Su décimo cumpleaños se acercaba, o mejor dicho, el aniversario luctuoso se acercaba. No le gustaba la idea de ser adoptado, pero tampoco quería salir del orfanato para que lo entregaran a un oficio que tal vez no le gustaría, aunque también él podía escoger. Solo se limitó a mirar la cara gatuna de Tirso. Su amigo tenía un aspecto exótico, ojos amarillos y el pelaje marrón le cubría gran parte del cuerpo. Eran casi de la misma edad, solo por dos meses.

—No tengo idea —respondió.

—¡Pero tu cumpleaños es en dos semanas!

—¡Lo sé! Todavía tengo tiempo de pensarlo —el chico se veía muy confundido, alzó la mirada para ver los ojos de Tirso—. ¿Y tú?




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