Navis y el coleccionista de mundos (saga Navis 1)

El décimo cumpleaños

Las dos semanas pasaron demasiado rápido. Navis despertó con el estómago revuelto de tanta emoción, tendió su cama y le arrojó su almohada a la litera de arriba. Su amigo Tirso apenas si movió el bigote. Navis estaba cada vez más nervioso en conocer sobre cómo serían sus nuevos padres, el lugar en donde viviría, si seguiría viviendo en Borka o si se mudaría a uno de los mundos aliados. Eso sería emocionante, ya que por fin vería de cerca uno de los portales. Se dirigió a la enfermería y sacó la bolsa en donde se escondían sus nuevos zapatos, frotó su manga en cada uno para sentir el tipo de piel del calzado. Era piel de grummy. Y olía a piel de grummy.

Sus ojos comenzaron a brillar de emoción.

Se los llevó al cuarto de baños para ducharse, porque no pensaba ponérselos con los pies sucios, y aparte debería de estar presentable para cuando vinieran por él. Aunque la bata del orfanato no ayudaban en mucho.

Extrañaría “El hogar de los sueños”, y a todos los niños con los que convivió, extrañaría a Tirso, a Ponny, a la señorita Girasol, pero sobre todo extrañaría la biblioteca.

Navis caminó hacia el comedor, en donde fue recibido con un aplauso por sus demás amigos. Tirso salió de la cocina junto con Vasco cargando un pastel entre los dos y lo llevaron a la mesa.

 —Pide un deseo, Navis —la señorita Girasol sostenía una cámara a la mano, porque siempre que un niño se iba, ella tomaba la foto del recuerdo y las coleccionaba en un pequeño álbum que conservaba.

Navis sopló las velas, y la señorita Girasol cortó en pequeñas rebanadas el pastel para que alcanzara para todos.

—¿Y cuál es tu regalo? —preguntó una niña con rasgos de novo Mob. Su pequeño cuerpo estaba encima de una esquina de la mesa.

—Es este —Navis señaló sus nuevo par de zapatos—. Son muy cómodos.

—¿Eso es piel de grummy? —dijo otro niño con curiosidad, se acomodó en la silla—. ¿Pero esas pieles no son muy caras?

—Algo así.

—Vendrán por ti dentro de media hora —la señorita Girasol le informó.

Algunos niños hicieron pucheros para que Navis se quedara más tiempo, pero Navis los calmó diciendo que estaba bien, y que podría visitarlos de vez en cuando. No conformes, algunos de ellos se le colgaron en los pies y Navis caminaba a rastras para avanzar por sus cosas.

—¿Quieren dejarlo en paz? Pesan demasiado —Tirso jaló de la mano a Navis para ir juntos al ático. Caminaron entre todos los libros

—¿Qué pasa ahora?

—Ni pienses en irte sin antes llevarte esto —sacó de debajo de un montón de libros el plato que el señor Brie le regaló.

—Lo estaba olvidando —Navis agarró el recipiente, dio un ligero vistazo alrededor y con cierta melancolía exclamó—. Extrañaré comer pan y queso por las madrugadas.

—Yo igual, ¿pero me escribirás?

—Por supuesto que sí, eres mi mejor amigo.

Chocaron los puños, como siempre lo hacían desde pequeños.

 

 

 

 

 

A lo lejos se escuchó un claxon.

—Son ellos —afirmó la señorita Girasol.

Un tumulto de niños salieron corriendo al patio para admirar el coche de suspensión electromagnética que venía descendiendo.

Navis salió de la casa con un pequeño maletín en la mano. El chofer bajó para abrir la puerta de atrás y de allí bajó una señora regordeta, casi pegándole a la vejez, usando un vestido azul de invierno, un gorrito adornando su cabeza, y un bolso. Caminó hacia ellos, mientras que el chofer se quedó esperando. Navis no entendía por qué una persona como ella quería adoptar, parecía demasiado grande.

Decidió quitarse esa idea de la mente. La señora llevó justo donde estaban él. Lo miró a los ojos y le dedicó una sonrisa:

—Entonces, tu debes de ser Navis.

Navis sintió un leve empujón por la espalda y reaccionó.

—Sí.

—Es una ternura, ya veo por qué el Sr. Niccals escogió adoptarlo, tiene unos ojos muy hermosos.

—Y brillan en la oscuridad —comentó Tirso.

—Eso suena bastante interesante —la mujer le pellizcó la mejilla hasta dejarla roja.

¿Quién era el Sr. Niccals?

—Los papeles de adopción están preparados. Si gusta puede pasar por ellos.

—Excelente.

Ambas entraron al orfanato, y en lo que tardaron, Navis se acercó a Tirso.

—Es algo extraño, ¿sabes? Ella ha dicho que un tal Sr. Niccals me adoptó. ¿Por qué vendría ella y no él por mí?

—También me lo estaba preguntando. Es muy raro.

Tirso levantó las orejas atentamente para poder oír mejor.

—Ya viene para acá.

La señorita Girasol salió al patio junto con la mujer del gorrito.

—Ya es hora de irnos, pequeño. Despídete de tus amigos.

La mayoría de ellos corrieron a abrazarlo, algunos con lágrimas en los ojos, y otros deseándole lo mejor. Tirso solo chocó su puño una última vez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.