Apenas Faust abrió la puerta del coche, los niños salieron corriendo casa adentro, casi arrastrando entre los pies al pobre de Noor que limpiaba los pisos de la entrada principal, para dirigirse a la oficina de su padre, y entraron sin tocar. Frente el escritorio estaban el Sr. Niccals y otro hombre más, de cabello rubio y ojos verdes. Ambos se sorprendieron de la interrupción repentina.
—¡Papá! ¡Bienvenido! —se abalanzaron contra él casi tumbándolo de la silla.
—¡Dios! Que susto —dijo a carcajadas el invitado llevándose una mano al pecho.
El Sr. Niccals se levantó de su asiento y sacó la lengua debido a su acostumbrado tic. Miró a su acompañante y habló mientras que los abrazaba:
—Perdonen por no avisar que llegaría hoy, pero mi trabajo finalizó más rápido de lo que iba a tardar. Gracias por la bienvenida, hijos.
—¿Hijos? —dijo su compañero de trabajo con demasiada confianza y tono amistoso—. La última vez que vine sólo tenías tres, William. Esto es un ejército.
El Sr. Niccals lo miró desafiante pero luego se rio con él.
—Hijos, él es el señor Fulvius Fiametta. Un gran amigo de la infancia.
—Buenas tardes, chicos —saludó levantándose de sus asiento y volvió a sentarse, girando levemente la silla y sonriendo.
—Un placer —respondió Kitty por todos.
—Fulvius, te presento a mis hijos, del mayor al menor, Rufio —levantó la mano señalando a cada uno de ellos en orden—, Kitty, Warren, Babilonia, Arthur, Meredith, Caronte y Navis.
—¿Cuántos son?
—Trece —contestó William Niccals.
Fulvius Fiametta brincó de su silla.
—¡Trece! —exclamó sorprendido—. Willy, no me digas que hay más por allí.
Los hermanos empezaron a reírse de la reacción del hombre.
—Trece —volvió a repetir—. Yo tengo sólo tres hijos: Zoe, Roxanne y Joshua. Espero que ya los hallan conocido en clases, a los pobrecitos los cambié de escuela a última hora y están adaptándose todavía a la vida en Zenith.
—Sí, ya tuvimos la oportunidad de conocerlos —Rufio lo dijo con un poquito de reproche, y Warren, Arthur y Navis sabían por qué. Aún así se rieron a sus espaldas. El cabello de Rufio empezó a prenderse un poco.
—Phornix, ¿cierto?
—Sí señor —contestó a la pregunta del señor Fiametta.
—Está en el equipo como capitán —presumió su padre.
—Sabes, yo también fui capitán en el equipo de vadoleto. Willy se la pasaba más tiempo en clases coleccionando, en los estudios y en Zinnia.
—Buenos tiempos —recordó.
—¿Te acuerdas de aquella vez en tercer año que conseguiste un luxe y éste se fue a esconder en la butaca de Bethlem?
—Dio un brinco y nos azotó sin piedad con látigos —se rio.
—Pero valió la pena.
Los chicos también rieron. Merry llegó para avisarles que la mesa estaba servida. Kitty le hizo una pregunta al señor Fiametta.
—¿Nos acompañará en la mesa, Sir Fiametta?
—Mejor esta noche —lo invitó su padre—, y así traes a Sanelly y a los niños para que se conozcan mejor.
—Buena idea. Entonces esta noche —estrechó su mano y salió de la oficina—. ¡No te preocupes! ¡Me sé el camino a la salida! —gritó a medio pasillo.
El señor Niccals se acercó a los niños y sostuvo a Caronte con las manos.
—¿Más abrazos?
—¡Más abrazos papi!
Todos ellos lo rodearon demostrando cuánto lo echaron de menos. Noor apareció por el pasillo y se unió a los abrazos, pero sólo abrazó parte de la pierna de Navis, porque era lo único que le importaba. El Señor Niccals miró a Noor e hizo una mueca en el rostro, y sacó su lengua como siempre lo hacía.
—¿Me creyeran si les digo que Fulvius y yo tuvimos que entrar por la parte de atrás debido a que este pequeñín bloqueó la puerta principal?
—Noor, eso no se hace —le reprochó el chico.
—Ugh.
Noor seguía aferrado a la pierna de Navis, miró al coleccionista y le mostró sus dientes e hizo un pequeño gruñido como osezno. Navis tuvo que explicarle que ese hombre era su padre y que vivía allí, y que aunque no le gustara, él era el verdadero dueño de la mansión.
El señor Niccals les trajo regalos a todos, e hizo que Merry les entregara sus obsequios que tenía escondidos en la parte trasera de la despensas. Cada uno abrió sus regalos y esta vez fueron distintos. Rufio recibió un juego de flechas de punta de plata, Kitty un medallón de oro con un zafiro incrustado en medio, Warren un reloj de oro, Baby Boom sus aretes, Arthur una esclava delgada de oro, Meredith un collar de perlas, Caronte un pequeño collar de diamante a su medida que fue difícil de conseguir, y Navis obtuvo un anillo con un ópalo oscuro con fragmentos verdes y azules. Navis miró la piedra del anillo y le gustó bastante que se lo puso de inmediato.
Mientras tanto, Noor continuaba limpiando el piso. Se veía que era amante de la limpieza, y lo hacía con tal pulcritud, que los suelos quedaban demasiado lizos, tanto que se veían reflejados sus pies. El señor Niccals escribió una carta para pedir una solicitud y así comenzar los trámites del permiso para que Navis se quedara con Noor, y por el atardecer, se sentó en el sillón mirando a la chimenea.