Durante los siguientes días, “Los dragones de hielo” obtuvieron pase a la final de vadoleto. Navis estaba muy entusiasmado con la idea de poder participar en un final de temporada representando a su escuela, tanto así que parloteaba por todas partes. Francis también compartía esa misma alegría. Tuvo la idea de no ocupar todavía su donum, y esperaba poder debutarlo en la final para sorprender a todos con su habilidad y que no lo vieran más como una amenaza por ser un wrovil, debido a que llovían demandas a la escuela sobre por qué rayos permitían jugar a un wrovil en el campo. El director evitaba contestarlas y la mayoría de las cartas cuyo contenido eran reprochables las quemaba en la chimenea de su casa.
A pesar de la incomodidad de las personas, los chicos practicaban los fines de semana con Howell en la Cumbre Crisantemo para que Navis pudiera controlar su donum Borka.
El día del aniversario de Whitlacier, Navis se unió a los rastreadores junto a su hermano Arthur, logrando cazar 19 luxes, muchos más que los cristales y los glaciares.
Pero las cosas no fueron bien para Rufio. Había caído en la maldición de los capitanes oficiales. Una maldición que según contaban los estudiantes, los capitanes recibían en su último año de equipo para dejarlos con un mal sabor de boca, y cuyo origen inició hace unos treinta años con Nablus Greyman, y esa maldición pasó a manos de Chris Kelly, y así sucesivamente. Incluso el capitán pasado, Buford Frankground fue “víctima” de la maldición de los capitanes oficiales. Eran charlatanerías de jóvenes, pero tan mencionadas que se creían que eran reales. De echo, esperaban el día en que un capitán rompiera dicha maldición. Rufio estaba desanimado, y aunque había jugado bien en el primer partido, en el segundo estaba totalmente agotado por jugar dos partidos seguidos, y perdió contra el bando de los glaciares. Además, el pobre de Acier Encina que ocupaba el puesto de anotador, salió del campo sin que la barrera lo electrocutara porque su phantasmagoria le jugó una mala racha en el último partido.
—Algún día, esa maldición se va a romper —se consoló a sí mismo, y se reunió de nuevo con sus hermanos aceptando la derrota dignamente.
Ese año ganaron los glaciares, y por así decirlo, las vacaciones de invierno comenzaron. El señor Niccals había prometido llevar a sus hijos a Pewtto para conocer a Granate Bethlem. Pero Howell le contó a Navis en uno de sus entrenamientos que su prima y su docena de gatos castrados no estarían en Pewtto durante el invierno. Se decepcionó mucho, y las vacaciones de invierno las pasaron en Zenith.
Aprovecharon para sacar ventaja de la oscuridad del invierno, para poder hacer más luz. Navis ya podía controlar las esferas de luz de Francis, y ahora estaba en la práctica para poder crearla de su mismo cuerpo. Un alivio para Howell, que después de unas semanas vio que ya no había necesidad de hacer campos de fuerza. Sólo llevaba un farol para poder alumbrar el lugar, porque en la Cumbre Crisantemo no habían postes de luz.
—¿Qué sientes cuando te doy luz?
—Emoción—contestó.
—Bien —dijo Francis—. Mantén esa emoción y deja que fluya en tu mano.
—Emoción, ¿y en qué me emocionas?
—Ah. Tu cállate y sigue con lo tuyo.
—De acuerdo, profesor Fritz —se burló.
—No me veo como un profesor. Más bien, quisiera ser un buen jugador de medievalia.
—Uy, interesante. Veremos entre los demás cómo derrotas gargotz.
—¿Y si tú eres un gargotz y yo el jugador?
—No —se negó.
—Entonces apresúrate con tu entrenamiento, niño —estaba imitando a Howell. Navis sólo sonrió.
Navis alargó su mano en el aire y pudo crear pequeñas chispas. Howell tuvo el presentimiento de que no estaban solos. Apagó el farol y alertó a los chicos. Hizo señas a Alphonse de que también apagara las luces del coche.
—¿Qué ocurre, profesor? —preguntó Francis.
—Quietos —ordenó—, escuché pasos.
Un ruido provenía de lejos. Alguien estaba corriendo entre la oscuridad. De inmediato Howell empezó a correr tras él.
—¡Espere! ¡A dónde va!
—¡Quédese con los chicos! ¡Yo regresaré después!
—¡Profesor! ¡Regrese! ¡Puede ser peligroso!
No lo escuchó. Howell perseguía un bulto oscuro entre la oscuridad. No podía ver bien entre tantos diamantitos cayendo lentamente del cielo. Corrió lo más que pudo, hasta que lo perdió de vista al doblar un árbol.
—¡Pamplinas!
Dio media vuelta a la espera de volver a escuchar los pasos, y apenas volteó cuando una pequeña daga se incrustó en el brazo derecho. Lo quitó de inmediato y se sintió fatal. Al parecer esa daga tenía una especie de paralizante en el filo.
—Demonios —masculló. Otra daga apareció por la misma dirección, y esta vez pudo bloquearlo con su campo de fuerza—. ¡Muéstrate, desgraciado!
El arbusto se movió. Otra daga más salió a su encuentro, pero se detuvo en el aire por unos instantes, y después se fue al suelo.
—¡Deje en paz a mi profesor! —lo amenazó Navis—. O… o …¡o ya verá que crearé un höggrid para que lo atrape!