Navis y el obelisco de oro (saga Navis 3)

La Justiciera

Las vacaciones de verano habían comenzado. La noticia del juicio de Regnus Batthory causó una ola de revuelos sobre los mundos de la alianza. En Zenith, las cosas parecían volver a la normalidad, pero para Navis no. La pasaba todo el tiempo encerrado en su habitación porque el sobre que le enviaron no significaba nada bueno para él. El señor Fulvius y el señor Sebastian, amigos de su padre, habían llegado con breves noticias. El Consejo Galáctico haría un interrogatorio a Navis para determinar su destino.

El señor Niccals estaba en desacuerdo, así que lo primero que hizo después de dejar a Gordon y Rufio en el sector 7 fue ir al ministerio de Zenith para estar al pendiente del asunto. Le sonaba ilógico que solamente quisieran interrogar a Navis cuando hubieron muchos chicos que fueron también como voluntarios en el rescate, y a ninguno de ellos les dieron un sobre. El señor Niccals entró con la cabeza en alto y fue directo a hablar con el Consejero Galáctico de Zenith, el viejo Anton Yas.

Anton Yas estaba en su cubículo, esperándolo.

—Me sorprende sobremanera que ahora quieran interrogar a un niño —dijo el señor Niccals al entrar. Anton Yas se levantó de su asiento—. No, no. No hace falta que se levante, siéntese, por favor.

Anton Yas volvió a su silla. Su café estaba intacto sobre la mesa.

—¿Gusta algo para beber? —le ofreció.

El señor Niccals negó con la cabeza. El viejo Yas sí bebió de la taza.

—Lo que ocurre —dijo después de darle un sorbo—, es que hay once más en el Consejo Galáctico. Y la votación será entre nosotros doce, y uno del Supremo Líder. Trece votos en total. De mi parte no hay de qué preocuparse porque sé que el chico se vio obligado a contribuir con Regnus para que dejara a los demás libres. La Consejera Galáctica de Tilius, Virbia Blackwood está a favor del chico, y también el Consejero Galáctico de Borka, Flux Highstone. Tres votos a favor del chico. Raphael Frensby no está de acuerdo desde lo que ocurrió en Tepec, así que será un pequeño problema, pero lo más conveniente será escuchar al chico para saber cómo ocurrió todo, y probablemente pueda cambiar de opinión.

—¿No podría haber otra cosa que se pueda hacer? —preguntó el señor Niccals.

—Me temo que no. El interrogatorio está decidido. Pero en dado caso de que las cosas se tornen oscuras, no podré hacer nada. Debe decirle a su muchacho que por ningún motivo omita palabras, que hable sinceramente que fue lo que ocurrió exactamente, o cualquier tropiezo podría afectarlo.

—Lo haré. Hablaré con él.

—Tengo curiosidad, señor Niccals. ¿Cómo es que el chico sabía dónde hallar a Regnus? —preguntó—. La Brújula había hecho un recorrido anteriormente y no encontró nada, no contaba con la guarida de Regnus, y nadie más sabía cómo encontrarlo.

—Mi otro hijo, Gordon, lo hizo. Pero fue despedido.

—Lo sé, me hubiera gustado ayudarlo más, pero rompió varios códigos. Es un gran muchacho, ¿sabe?

—Por supuesto.

—Despreocúpese, señor. Ya verá como todo se arreglará.

Dos días después, Navis se levantó más temprano. Se vistió normalmente y con sumo cuidado cerró la puerta para no despertar a Noor. Caminó por el pasillo y fue directo al jardín de plantas terrestres que estaba dentro de la mansión. Se sentó un buen tiempo allí, mirando al Bosque de Nefroria. ¿Cómo Regnus había sobrevivido tanto tiempo sin sombra en una cueva, alejado de todo y de todos?  Lo único que parecía mantenerlo vivo era la esperanza de reencontrarse con su hermana. Navis pensó que posiblemente el también habría hecho lo mismo si se tratara de él. En su mente vagaban los recuerdos de la cueva. De todos. Rufio y Gordon derrotados en el suelo por el extracto de Belladona. Los chicos atrapados en la pequeña prisión, la sangre de Arthur en la boca de Regnus, y Regnus amenazándolo de muerte si no cooperaba con él con un cuchillo. Él haría lo mismo. Haría todo lo que estuviera a su alcance si por alguna razón tuviera que vivir como fugitivo. Se detuvo. Hasta su forma de pensar le parecía horrible. ¿Qué estaba pensando? ¿Huir?

—No —se dijo a sí mismo—. Hay algo dentro de mí que está mal si me comparo tanto con él.

Faust abrió la puerta del jardín.

—Aquí estás —lo estaba buscando—. Nos tenías alarmados a todos. La nave está por llegar y todavía no has desayunado nada.

—Lo siento.

Faust lo llevó al comedor. El señor Niccals estaba en su lugar y los demás también. El comedor parecía una habitación fúnebre porque todos estaban preocupados por él.

—Lo encontré, estaba sentado en el jardín artificial.

—Gracias, Faust.

Navis recorrió la mesa y se fue a su asiento. La silla de Rufio ahora estaba desocupada, y Kitty era ahora la única hermana sentada en el otro extremo de la mesa. Era extraño ver los lugares vacíos. Navis despegó ese pensamiento de su mente y comió un poco.

«Por favor, no vomites otra vez. No vomites otra vez», pensó. Ese día la comida le sabía insípida, como si esperaras una tarta de manzana y que al final sólo llevarán el pan pero sin nada de manzana dentro. Por fortuna, la comida se quedó dentro de su estómago.

—Terminé —dijo con el plato medio vacío—. ¿Puedo levantarme sólo por está vez?




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