Navis y el obelisco de oro (saga Navis 3)

El medallón de plata

Para las siguientes dos sesiones, el señor Niccals se llevó a ambos chicos casi a rastras. Arthur y Navis opinaban lo mismo sobre el señor Ross. Ninguno de ellos quería estar encerrado en esa sala durante media hora sólo para hablar sobre su desafortunada experiencia y escuchar la voz arrulladora del señor Ross.

—No queremos ir, padre.

—No es que no quieran ir, Arthur. Deben de ir porque es necesario.

—Arthur tiene razón, padre. Ese lugar es muy aburrido. ¿No pueden cambiar al señor Ross por otra persona?

—Eso no lo sé, Navis. Ahora, lo único que quiero es que cumplan con ir a las sesiones. Después probaremos con otra cosa.

—Pero a mí no me afectó en nada —Arthur casi se cae al suelo—. No estamos locos como para ir a que nos traten como si lo fuéramos.

El señor Niccals sacudió la cabeza. Sus dos hijos se le estaban saliendo de sus manos.

—Niños, no me obliguen a tomar medidas drásticas. Escuchen, si se niegan a ir, tendré que suspender el viaje a Tilius, y Arthur esperarás otros cinco años más para conocer ese planeta —dijo su padre. Arthur dejó de rezongar. Lo que más quería era ese viaje y presentarse ante el obelisco de oro—. Y en cuanto a ti, Navis, me veré obligado a decirle a Crowe que suspenda tus entrenamientos.

Navis cerró el pico.

 

 

 

 

 

Las siguientes noches fueron demasiadas arduas. Se podría decir que Navis estaba poniendo todo de su parte para poder transportarse, pero al final del entrenamiento sólo seguía sin poder llegar a donde quería. Una vez casi muere de hipotermia porque, a pesar de que sí logró hacerlo, luego se dio cuenta que no tenía los pantalones y la camiseta puesta. Aparecieron otros metros después. A Navis se le estaban complicando las cosas, y temía que su entrenamiento durara más tiempo que del previsto.

Un día, el señor Niccals estaba decidido a ayudar a Murdock, tal y como se lo prometió a Crowe Branwen. Navis lo siguió sumergiéndose en las sombras. Le pareció curioso que su padre fuera a buscar a ese chico que causaba dolores de cabeza. El señor Niccals sacó del armario una caja de tapa oscura donde guardaba su primera colección de piedras y fue a la habitación del chico.

—¿Quién? —contestó de forma brusca.

—El señor Niccals.

Murdock abrió de inmediato. Navis seguía sumergido en el suelo detrás de un cuadro.

—Lo siento, creí que era uno de los chicos, señor —se disculpó.

—Necesitas trabajar en eso, ¿no crees? Acompáñeme.

El señor Niccals lo llevó hasta la oficina. Navis también, pero con sumo cuidado de no ser descubierto. Murdock no conocía esa parte de la casa. Observó el inmenso librero y la cantidad de libros que contenía, el cuadro con el rostro del señor Niccals y algunos de los adornos. Whimsy estaba arriba, terminando de convulsionarse.

—¿Qué quieres, bribón? —le graznó al chico.

—Baja para que esta noche haga cuervo asado, Whimsy.

—¡No! —le dio la espalda y salió por la ventana.

Acto seguido, Navis asomó la cabeza donde antes estaba Whimsy, y se puso a espiar la conversación para no perder detalles.

El señor Niccals sacó la primera piedra. Era la misma piedra que Bhodi le entregó. Se le vinieron a la mente bellos recuerdos: Bhodi intentando hacerlo sonreír a pesar de que él no quería, cuando Bhodi le regaló un lindo barco dentro de una botella de cristal, a sus amigos correteando por los pasillos de Whitlacier y huyendo de los castigos, a Fulvius anotando su primera croack dorada, a Granate molestando a los chicos que se querían burlar de ella y defendiendo a Branwen de sus insultos sólo por ser demasiadamente tímido y bajo de estatura, a Sebastian dándoles la bienvenida a su casa porque era un buen lugar para pasar la tarde, y sobre todo Zinnia. Su pequeña y amada Zinnia. Sonrió dulcemente al pensar nuevamente en ella, y le mostró la piedra Zenith a Murdock.

—¿Qué ves aquí, Murdock? —la observó detenidamente antes de que el chico dijera algo.

Murdock arqueó una ceja.

—Una piedra, señor —contestó de la manera más amable que pudo, porque estaba claro que eso era una piedra.

«Es más que una piedra, Murdock», pensó Navis.

—Es más que una piedra —dijo el coleccionista. Esperaba escuchar esa respuesta—. Verás, joven Murdock, pensarás que te estoy tomando el pelo al hablar de una insignificante piedra, pero esta piedra tiene muchas cualidades. Tómala —la dejó en sus manos.

Murdock sostuvo la piedra.

—Está fría.

—Claro, y ahora prueba con esta otra —le entregó la piedra Phornix.

—Está caliente —la hizo a un lado para que no se le quemara la mano.

—Esta piedra proviene de Phornix. Es por eso que su temperatura es así.

—¿Hay más piedras allí? —preguntó interesado.

Murdock se asomó a la caja. Habían piedras de todos los tamaños y colores. La piedra Lithus era azulada y llena de musgo, además estaba resbalosa. La de Mob estaba encerrada en una cajita de cristal, porque a pesar de ser pequeña, era demasiado resistente. La piedra Gigas también, pero sólo que en color amarillento. La piedra Adharus flotaba un centímetro de la caja. La de Pewtto brillaba levemente en la oscuridad. A un lado estaba la piedra Borka, brillaba igual que la de Pewtto, pero solamente si frotabas tus manos en ella y después de cierto tiempo se apagaba. La de Tilius se ocupaba como camuflaje, el señor Niccals la puso entre la mesa y el tintero, le dio unos toquecitos, y la piedra se volvió invisible. La de Tepec era roñosa. Y la piedra de Whenua, bueno, era común. La piedra de Nott vibraba si acercabas tus labios a ella y le susurrabas cosas «Esta es mi preferida. Uno puede contarle todo lo que quiera, y la piedra parece que te está escuchando de verdad. Varios Nott lo ocupan cuando quieren confesar pequeños secretos, pero no quieren que nadie más lo sepa», dijo el coleccionista. Murdock le susurró algo a la piedra, y la piedra se movió un poquito como si estuviera acariciando su mano.




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