Navis y el obelisco de oro (saga Navis 3)

Galletas con sabor a derrota

—No soy un buen hermano mayor —se sentó a un lado de él—. Pero tampoco voy a dejarte solo en esto.

Colocó su mano en la cabeza de Navis.

—Gracias. Y no digas que no eres un buen hermano mayor, eres un gran hermano, Warren.

—¿Aunque sea un poco gruñón?

—Sí.

 

¿Acaso intentaba decirle eso?

—¿Estás segura? —preguntó por última vez.

—No es por meter cizaña, pero Hans dice que últimamente ha visto a tu hermano seguido en el club pese a que él no tenga club a esa hora.

—Debe ser un error. Sianne me dijo que Warren la está ayudando con una melodía —entró en pánico.

—Tal vez, Niccals. Pero es Warren el chico que siempre está a su lado.

—Tal vez —repitió.

—Yo ya me voy. Suerte —entró de nuevo al colegio.

Navis todavía se quedó un buen rato en ese lugar. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser Warren? Caminó lentamente. La nieve cubrió parte de sus hombros y de su boina roja. Tenía la nariz fría, pero él no sentía frío. Entró sin más al colegio. La última hora de clases había comenzado y varios estudiantes aparecieron por los pasillos. Debía ser una broma, claro, era eso. Se sumergió en el suelo para vagar sin que nadie lo viera. Asomó la cabeza en el club de música. Sianne estaba a un lado del piano, y Warren sentado en el banco tocando algunas partituras que tenía enfrente.

—¿No crees que has estado mucho tiempo ensayando, Sianne? —le oyó decir.

Sianne se sentó a un lado suyo.

—Obvio no —contestó—. Para mí, la música no es cansado.

—Me refería a tu voz, no fuerces demasiada tu garganta o quedarás ronca.

—Pero qué locuras dices, soy una novo Nott-Zenith, ¿lo olvidas? —sonrió.

—Aún así toma un descanso de vez en cuando —le devolvió la sonrisa. Comenzó a guardar las partituras en su portafolios.

—Esta bien, Warren.

—Hablo en serio. No quiero que uno de estos días estés afónica.

Un mechón de cabello cayó de la frente de Sianne y ella se lo acomodó con la mano, pero el mechón rebelde volvió a caerse, y esta vez Warren con suma delicadeza lo acomodó por detrás de la oreja de la chica.

—Me importas.

Esas palabras rebotaron en los oídos de Navis. Sianne se puso colorada y se llevó ambas manos a las mejillas.

—¡Oh! ¡Casi olvido que tengo que ir a clases con la profesora Breena! —se levantó torpemente del banco y riéndose nerviosamente. Navis no la había visto así nunca—. ¡Gracias por la ayuda! Te veo mañana, ¿verdad? —casi se tropieza con una tuba que tenía por detrás. Warren se levantó para ayudarla y la sostuvo de la mano para que no se resbalara—. ¡Ay! Qué torpe soy. Estoy bien.

—Ten más cuidado para la próxima.

Sus narices casi se rozan. Warren también se sonrojó. Se apartó cortésmente y la acompañó hasta la puerta.  

—Te veo mañana —casi tartamudea.

Sianne se fue. Warren se quedó todavía allí porque tenía otra hora más de Club. Navis no pudo resistirlo más y salió de entre las sombras. Warren se sobre sobresaltó.

—¿Qué hacías allí? ¿Estabas espiándonos?

—Lo vi todo. Te gusta Sianne, ¿cierto?

Hubo un pequeño silencio.

—Sí —pronunció a duras penas.

—Ella me gusta, ¿lo sabías?

Warren ladeó la cabeza.

—Sí —y después musitó—. Lo siento.

Navis se fue corriendo de allí. Las clases habían comenzado ya, pero no entró a la última hora. ¿A dónde más podía ir? Se fugó por el escondite de la valla para ir el resto de las clases a Whispering Dinks.

Entró a la tienda como si nada. No le importó que lo vieran con el uniforme de Whitlacier. Se sentó en la barra. Albert Muriel llegó a atenderlo.

—¿Qué te trae por aquí?

—Problemas.

—¿Tan joven y con problemas? —preguntó.

—Sí, tengo muchos problemas. ¿Me da una malteada? —sacó un par de monedas de su bolsillo—, cualquiera —Albert Muriel preparó la especialidad de la casa: Una malteada de vainilla y chocolate derretido. Se lo entregó en un vaso de cristal—. Gracias.

—Si tienes problemas, te recomiendo que los enfrentes —le aconsejó Albert Muriel—. No huyas de ellos, o de lo contrario cuando crezcas no sabrás cómo resolver nada. Estarás condenado a huir.

Navis dio un sorbo a la malteada. Todo ese tiempo había sido bueno con Sianne. Sabía escucharla, le agradaba su voz, y cuando ella cantaba, sentía que la canción sólo era para él. ¿Qué había visto en Warren que no tuviera él? Alzó la mirada al dueño de la tienda de bebidas.

—¿Cómo?

—Debes enfrentarlo.

—¿Pero y si lo enfrento, y  ese problema no tiene solución?




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