Navis y el obelisco de oro (saga Navis 3)

El perro de la calle

Verano en Zenith, meses después. Una calle desolada y atiborrada de nieve. Una panadería cerca, un hombre lanzando un palo a la nada y un perro pardo huyendo de la panadería con una hogaza de pan en el hocico.

—¡Maldito saco de pulgas! ¡Regresa aquí! ¡Ladrón! —lanzó el maso para ablandar la harina que tenía a la mano y le dio en el lomo.

El perro dio un quejido sin soltar el pan pese al dolor. En cambio, corrió más de lo que le permitían sus cuatro y escuálidas patas. Oyó pasos detrás de él, pero al voltear sólo logró ver al panadero recoger el maso de la nieve y regresar nuevamente a la panadería, acomodándose su estúpido sombrero blanco de chef. Bien, al menos no se tomaría la molestia de perseguirlo.

Si los animales hablaran, se podría ver otro ser viviente con sentimientos. En este caso, su historia te resultaría interesante; Él vio una vez una luz muy brillante cuando abrieron la caja en la cual venía, luego unas manos lo cargaron y fue ahí donde conoció lo que significaba una caricia. Sus ojos de cachorro se encontraron con los de un hombre lampiño y abrigado con un saco verde. El olor a galletas y a chocolate estaban esparcidos por el aire. Un collar fue puesto en su cuello y esa misma noche durmió en una cama al lado de su mejor amigo, su amo, su dueño. Juntos iban a jugar a la pelota, o a pasear, o a visitar a algunos parientes o familiares en la nebulosa marca 1002. Para eso tenía su propio casco de protección.

Su dueño lo quería demasiado, o al menos eso pensaba. La última vez que fueron a pasear, lo trepó a la nebulosa 1002, le colocó su casco y se fueron al bosque. Él bajó para seguir a su amo. ¿Por qué solemos ser tan crueles con aquellos que no tienen voz? Su amo arrojó la pelota para jugar, y él obedientemente la buscaba para entregársela. Era su juego preferido.

El hombre la arrojó una última vez. Esta vez fue muy lejos, hasta perderse entre los arbustos. Nuestro amigo lo fue a buscar. Lo encontró. Estaba por debajo de algunas ramas y escarbó entre la nieve para desenterrarla, la tomó por la boca y regresó donde su amo.

Que raro. La nebulosa ya no estaba. Dejó la pelota en el suelo y comenzó a olfatear el camino, en espera de hallar un rastro. Luego la nieve comenzó a caer, cubriendo todo. A lo mejor tuvo un imprevisto y volvería por él. Se quedó sentado un buen tiempo hasta que cayó la noche.

Una noche helada.

Su nariz le dolía demasiado por el frio. Sus patas se estaban congelando y a pesar de tener una melena grande que lo ayudaba mucho para calentarse, sentía que no podía estar ahí. Caminó varios kilómetros de vuelta a Zenith. Por suerte reconocía el camino a casa. Al llegar a su hogar rascó la puerta como solía hacer siempre que se quedaba afuera. De seguro su amo le abriría.

Nunca lo hizo.

Una semana después, una nueva familia se mudó a aquella la que fue su casa. ¿Quiénes eran? ¿Por qué invadían su propiedad? Comenzó a ladrar. El señor lo echó de ahí con cubetas de agua y comenzó a estornudar. No soportaba el pelaje de los animales cerca. Creo que por eso siempre usaba abrigos que no estuvieran fabricados con piel de animal.

Así que el perro se fue de ahí. Nunca volvió a ver a su dueño. Y ahora, siete años después de ese incidente, él se encontraba ahí, en el callejón sucio y lleno de inmundicias, como único techo una vieja caja vacía de leche, en espera de que todo fuera una pesadilla. Sí, una pesadilla, y al abrir los ojos lo volverían a sacar nuevamente rejuvenecido de la caja y volvería a oler el aroma a galletas y chocolate, y volvería a sentir el significado de una caricia. Comenzó a nevar.

Tenía frio.

Tenía hambre.

Tenía un sueño.

Y a la vez no tenía nada.

Escuchó pasos cercanos. No quiso abrir los ojos, ¿y si era el panadero que venía a buscarlo para matarlo a palos por robarse el pan? Dejó que sus otros sentidos trabajaran para poder saber qué era. Un aleteo en el aire, y unos pasos en el suelo. Y una conversación entre ellos dos, o bueno, sólo uno estaba hablando porque el otro seguía caminando sin hacerle caso.

—¿Crees que voy a perdonarte sólo porque fuiste a buscarme al bosque? ¡Ni lo pienses! ¡A la primera oportunidad me iré con él y le hablaré para que venga a matarte! —dijo la voz, pero su acompañante no dijo nada, y siguió caminando por el callejón para ir a la otra calle. Bueno, al menos tenía prisa y por eso tomó ese atajo—. ¡Bribón! ¡Tú vienes muy cómodo y el amo duerme sólo Dios sabe dónde! ¿Al menos tienes algo en mente?

Unos niños pasaron por la calle y ambos se ocultaron entre las paredes para pasar inadvertidos. Al no haber nadie cerca, los pasos cesaron. Y la primera voz siguió hablando.

—¡No tienes nada! ¡Lo sabía! ¡Sólo eres una vergüenza! ¿Para qué vas a buscarme si te ibas a quedar de brazos cruzados? ¡Venga! ¡Quisiera cambiar este estúpido cuerpo de ave por uno de un hombre para aniquilarte!

Un quejido provino de perro. Se enroscó en el cartón porque sabía que ellos estaban peleando. Si no se movía, tal vez no lo notaran, y los desconocidos se irían pronto para dejarlo dormir. Pero su olfato no lo engañaba. El caminante sí logró oírlo, y ahora escuchaba aleteos y pasos acercarse a él. Tenía miedo. No quería abrir los ojos. ¿Y sí le hacían más daño?

Una mano le acarició la cabeza, y volvió a sentir una caricia después de tanto tiempo. Sollozó y soltó una lágrima. Abrió los ojos. La persona era alguien que portaba una capucha para cubrirse de la nieve que caía del cielo, y no le podía ver bien el rostro. En su brazo portaba un canastito cubierto por un pequeño mantel y sacó un trozo de pan para dárselo.




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