Navis y el portal oscuro (saga Navis 5)

El Regazo

Cinco minutos antes de que dieran las cinco y media, Navis se dirigió al despacho de su padre porque quería ser puntual. Cómo no. Ahí estaría su nueva profesora. No podía entrenar por ahora con Crowe Branwen debido a que se encontraba todavía enfermo, pero tomando en cuenta que seguía enseñándole algunos trucos wrovil, decidió que era buena idea reajustar su horario.

Caminó con pasos apresurados, tratando de no parecer tan ansioso.

Antes de tocar la puerta, se quedó parado unos momentos, pensativo. Su padre había vuelto a cumplir uno de sus caprichos, ¿y qué le daba él a cambio? El señor Niccals sospechaba que ocultaba algo. Pero como Navis lo prometió; se lo contaría en el momento adecuado.

Volvió a levantar la cara hacia la puerta, y se enderezó para recuperar la confianza. Del otro lado de la puerta, se podía oír una plática ajena. La voz de una mujer y la de su padre.

—No me sorprende que él haya viajado desde Borka a Nott para buscarme. Me pareció curioso que me hiciera la petición de aceptar venir aquí. Tendrá sus razones, él es muy… cuidadoso con sus decisiones. No entiendo por qué escogió protegerlo si anteriormente buscábamos eliminarlo, y repentinamente cambió de parecer. Y la razón es su muchacho —habló la mujer.

—Lo entiendo, él sabe quién es mi hijo. Por eso quiere ayudarlo, y al parecer también a él.

Navis se quedó atento a la plática. Estaban mencionando a una persona. No sabía quién era él. Pero ese él sí lo conocía. Se preguntaba qué era lo que sabía, o qué era lo que había averiguado de sí mismo. ¿Su pasado? ¿Acaso su origen? ¿De dónde provenía? Se estremeció ante esas ideas. Sobre todo, ¿dijo algo sobre que intentaban eliminarlo anteriormente? ¿A quién? ¿Acaso a él? Pero había otro «él». Si no, ¿entonces por qué un desconocido buscaría ayudarlo a él?

—¿Pero por qué? —replicó la mujer.

Su voz indicaba que era un poco irritable e intimidante.

—Debió de ver algo en él, como lo vio en mí el día en que nos conocimos. De no ser así, no estaría interesado.

—Bueno, yo sólo vengo por dos razones. Una; para enseñarle a su hijo el lanzamiento de cuchillos, y la otra; para vigilar de él.

—Navis puede cuidarse por sí sólo.

—No me refería al chico, si no al otro.

—Ah.

Claro. Navis comprobó que hablaban también de otra persona más.

—Ese chico… Señor Niccals, ¿qué fue lo que vio en ese chico? No me salga con el cuento de que vio un vago recuerdo de nosotros en él.

Navis dio un pequeño sobresalto. ¿En qué se parecería él con aquella mujer?

—No. No es así. Navis es especial. Lo comprenderás en cuanto lo veas —se apresuró a decir el coleccionista—. Lo conozco bien. Tanto así que él está justo detrás de esa puerta ahora mismo. Ya puedes pasar, hijo mío.

Navis abrió la puerta, exactamente cuando el reloj dio las cinco y media. Hizo una pequeña reverencia y caminó, colocándose enfrente del escritorio y a un costado de la mujer.

—Sí iba a tocar, pero me ganó la curiosidad. Lo siento, padre. Volví a escuchar conversaciones ajenas.

—Bueno, estás progresando. Lo has admitido —dijo el señor Niccals, dejó su estilógrafo sobre la mesa y se levantó de su asiento—. Navis, ella es la señorita Spinelli. Será tu nueva profesora. Señorita Spinelli, le presento a mi hijo: Navis Lew Niccals.

La profesora Spinelli tenía una apariencia extraordinaria. Cabello corto y rizado, piel morena, unos labios bien definidos y unos ojos preciosos color ámbar que le daban el aspecto de una fiera. Por encima de los ojos, se veía una ligera capa de rímel plateado para resaltarlos. Y su cuerpo, su cuerpo era distinto de lo que imaginaba. Se notaba que se ejercitaba mucho, porque estaba en forma, pero tampoco llegaba al grado de ser una fisicoculturista. Era un cuerpo normal, un cuerpo formalmente cuidado. Desconocía su edad, pero le calculaba que estaba cerca de los cuarenta.

—Un gusto —Navis extendió la mano hacia su nueva profesora, pero la señorita Spinelli prefirió ignorarlo, algo que no le agradó en lo absoluto al muchacho.

Entonces ocurrió algo que ninguno de los adultos esperaban. Spinelli levantó la mano, y sin alarmarse, se la estrechó a Navis. Ella esbozó una sonrisa.

—Vaya, qué chico —contestó, irónica—. ¿Qué otra virtud oscura sabes ocupar aparte de la virtud «reeteppup»?

—¡Navis! ¡Suéltala inmediatamente! —bramó su padre, un poco apenado por el comportamiento del chico.

Navis obedeció, infantilmente.

—Disculpe eso, señorita Spinelli —dijo el señor Niccals, que no sabía cómo reparar eso—. Pero, Navis no es… no suele ser así. ¿Qué te pasa? —le susurró al chico.

—Oh no, déjelo —insistió Spinelli—. Quiero ver qué tanto sabe.

—Bueno —contestó Navis—, no mucho. Hasta ahora sólo he ocupado al höggrid, el furumbra, el reeteppup y la virtud sorberius.

No quiso mencionar la virtud screecher para no estropear sus planes. Ahora que lo pensaba, contando las virtudes que sabía, eran cinco. Cinco de nueve. Pero sólo mencionó cuatro a propósito. Y mejor dejarlo así.




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