Navis y el portal oscuro (saga Navis 5)

Bienvenida

Poco tiempo después, unos chillidos desgarradores se oyeron a lo lejos. Eran tan profundos y cortados, que cualquiera que no supiera comparar el sonido de un zorro con el de los demonios, moriría de miedo con tan sólo oírlos. Luego, un largo y lastimero aullido resonó en el bosque. Esa era la señal. No bien Rabel había dejado de aullar, Navis se colocó el abrigo, el indispensable distorsionador, y salió a hurtadillas por la ventana.

Corrió entre la oscuridad hasta el punto de reunión, que era un viejo pino pelado hasta copa, y una roca en medio de su corteza.

Comenzó a nevar despacio.

Navis pasó con gran velocidad entre los árboles y se detuvo unos cuantos metros atrás de él. Regnus estaba sentado sobre la roca, mirando las luces nocturnas de la ciudad despierta.

La nieve seguía cayendo del cielo.

Él cambió mucho (de lo tuerto no tanto, pero se tomó la molestia de cuidar la herida de la gran cicatriz). Ahora no tenía la gran barba que creía recordar y sus ropas estaban impecables y nuevas, y tenía la pinta de que eran vestimentas de Tepec, porque no eran tan abrigadoras como la piel de grummy que tanto usaban en Zenith. Tenía un parche negro en el ojo y un saco con algunas pertenecías que consiguió por el camino y que le servían hasta ahora. Se veía tan arreglado, tan cuidado, que podría pasar desapercibido entre la multitud.

«Es verdad, padre me dijo que alguien estaba ayudando a Regnus», se dijo a sí mismo.

La nieve seguía cayendo para el hombre, para el niño y para el pino que estaba entre ellos dos.

Rabel, quien estaba descansando sobre la nieve, se levantó de inmediato cuando olfateó a su amo y empezó a agitar la cola. Regnus giró la cabeza, todavía sentado.

Navis abrió los brazos.

—Vengan, muchachos —llamó a sus mascotas caninas.

—¡Amo!

Rabel fue a encontrarse con él. También Norte y Sur. Entre los tres brincaron, se pararon de patas, lloraron, y se abalanzaron sobre su amo para demostrarle y decirle cuánto lo extrañaron. En cuanto terminaron, Navis levantó la vista a Regnus.

Regnus se levantó por fin de su sitio y dio unos pasos con dificultad entre la nieve. El hombre extendió levemente los brazos por una fracción de segundos diciendo:

—Ya estoy aquí.

No hubo nada. Regnus esperaba algo, pero Navis no lo entendió.

—Regnus Batthory —dijo el niño para romper el hielo.

—Navis Lew Niccals… no te oí llegar.

Navis sacó el distorsionador del bolsillo para mostrárselo, y lo metió de nuevo.

—Vaya, entonces le estás dando un buen uso.

—Sólo para mis propósitos —dijo Navis—. Primero lo primero. Tenemos que irnos de aquí. Podrían observarnos.

—Casi es media noche. Dudo que alguien esté despierto a esta hora en el bosque mas que tú y yo.

—Dudo que no —lo dijo pensando en la señorita Spinelli—. ¿Olfateas a alguien más, Rabel?

El perro olfateó un poco por todas las direcciones, alzó la nariz y volvió a su amo.

—Nadie, mi señor.

Navis notó que faltaba alguien.

—¿Dónde está Azjak?

—Murió en el camino, antes de cruzar el portal —contestó Regnus—. Ya estaba viejo ese cuervo, pero aún así su ausencia me incomoda.

—Lo siento. Ven Regnus, sígueme por aquí.

Lo llevó hasta la entrada del túnel que conducía al Regazo. Ordenó a Rabel y a los zorros escarbar la nieve apaleada y bajaron al túnel seco, oscuro y frío. Por fortuna, ambos podían ver perfectamente en la oscuridad.

—Rabel, quédense aquí. No tardaré.

Los tres obedecieron la orden y cuidaron la entrada en lo que Navis y Regnus entraron. Al llegar a la puerta, Navis sacó una llave y abrió el cerrojo. El Regazo los estaba esperando.

—Aquí puedes quedarte a salvo.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Regnus sin dejar de mirar a todos lados.

El lugar estaba bien cuidado y limpio. Navis se había esforzado muy bien en la limpieza.

—El Regazo. Mi padre lo llama así. Dijo que podías quedarte un tiempo. Después ya veré qué hacer contigo para que los Liptor di Corps no sigan buscándote y te dejen en paz.

—Bueno, pues dile a ese hombre que tienes por padre que muchas gracias —dijo Regnus, un poco taciturno.

—Te dejé algunas historietas sobre aquel anaquel. No sé si te gusten…

—No me gustan… —dijo Regnus dando una hojeada a las decrépitas historietas de niños.

—…¡Ah! Y también algunos libros de lectura clásica. Le pediré a Norte y a Sur que sigan cazando para ti. Por asar la comida no te preocupes, hay piedras Phornix en la cocina, y bueno, eso es perfecto para ti. Si oyes voces arrullándote, no te asustes, es el Regazo que te está calmando.

—¿Esta morada habla? —Regnus lo dijo como si el chico en realidad le estuviera tomando el pelo.




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