Nayla, Amor, Magia y Aventura

Capítulo Diez: Revelaciones

—¿Te gusta mucho esa obra cierto? —Pregunta Nayla al tan temido espectro del teatro. 
—La verdad si, yo mismo la escribí. 
—¿Tú? —ríe— Me cuesta creerlo. 
—Normalmente, pero me tomó algo de tiempo, solo tuve que escribirla y dejarla justo en el escritorio del director, de otro modo no iba a verla. Aun recuerdo su cara mientras la leía, estaba fascinado, como si le hubiera caído oro del cielo. 
—Pero todos creen que fue él quien la escribió. 
—No me molesta que se lleve el crédito. No escribí por fama ni gloria, así que me siento pleno cuando veo que llega cada noche al escenario. 
—¿Me enseñarías la canción? —pregunta ella con entusiasmo frente a ese piano, sus manos aun no conocían las teclas de uno. 
—Estaba esperando que lo pidieras. 
—No esperaste hasta que te pidiera aprender esgrima, solo me enseñaste. 
—Te vi aburrida ayer, por eso. 

Él le enseña como y donde tiene que colocar las manos, también el ritmo y tiempo de los acordes. Nunca tocó un instrumento, pero escucha e imita los movimientos de su maestro. En cuestión de minutos, logra aprender los tres primeros acordes, con los que puede tocar la primera parte de la canción, antes del estribillo.  

—Muy bien, ahora toquemos juntos. —Le dice y toma otra octava.— A la una, a las dos y … —Comienzan a tocar. 

Nayla tropieza un par de veces, pero realmente disfruta del talento musical de su acompañante, la dulce melodía le hace eco, calmando todo su interior, tanto que siente como si sus pies se despegaran del suelo.  

Ahí todo se vuelve sub real y extraño, de pronto ya no es ella, sino el aire que la rodea, el aroma que la inunda, y la canción que mece sus oídos, es ella, y a su vez, es todo. 

Sus dedos se alejan del teclado, pero las teclas siguen bailando sin necesidad de su contacto, entonces Víctor se da cuenta, y ella también, que despertó su mana, a través de la música. 

—Impresionante, no me lo esperaba. —menciona él con alegría. 
—Yo tampoco. —Responde ella riendo. 

Las teclas progresivamente se detienen, ella intenta que toquen por magia nuevamente, de manera impulsiva, y lo hacen, pero dan un sonido horrendo, como si alguien las estuviera aplastando, por eso Nayla frena eso al instante. 

—¿Qué pasó? 
—La magia requiere cierto control y concentración. Lo has encontrado, ahora tienes que desarrollarlo, y también podrás incrementarlo, para que tus hechizos sean más fuertes y duraderos. 
—Jamás imaginé que encontraría el mana a través de un piano. 
—Yo también lo encontré por la música, nunca olvidaré ese momento, era apenas un infante, es como el primer beso, nunca se olvida. 
—Si, supongo. 
—¿Aun recuerdas al afortunado no?  
—¿Qué afortunado? 
—El que te besó por primera vez. 

Ella guarda silencio, y hace un gesto que refleja tanto su timidez, como la respuesta a la pregunta. 

—La verdad es que, nunca besé a nadie.. 
—Está bien, no hay que sentir vergüenza por eso, la verdad yo tampoco, ni siquiera mi madre quiso besarme. 
—Yo nunca conocí a mi madre. 
—¿Ahora es una competencia de quien sufrió más? 

Y así pasaron la mañana, entre charlas triviales, él le contó de su infancia, y ella se animó a hablar de la suya, contándole sobre Kira, debelándole porqué estaba en ese pueblo. 

Las tardes eran de esgrima. Víctor le demuestra ser un buen espadachín, pero ella tampoco se quedaba atrás. En esa amplia sala, las espadas chocan. 

—Si gano tienes que prometerme algo. —Dice ella. 
—Soy todo oídos señorita. 
—Que te quitarás la mascara. 
—Puedo prometer eso con tranquilidad. Ya que no creo que con solo tres clases puedas vencerme. 
—Esa confianza hará que te quites la mascara para mi.  

Ella carece de técnica, aunque lo compensaban sus golpes tenaces. Habiendo encontrado el mana, lo usa para fortalecer aquella arma mortal que blande. Ambos danzan al compas de la espada. 

Él no le trasmitía sus conocimientos a una persona hace décadas, y ella jamás había sido instruida, lo que sabía lo aprendió por sus propios medios. 

Con astucia, Víctor logra que Nayla toque el suelo. 

—¿Touche? —Le dice apuntando la espada a su pecho. 
—Ganaré la próxima. —Le devuelve una sonrisa mientras se levanta enérgica del suelo.  

Otro pasatiempo que adoptaron fue el picnic, aprovechando el patio que rodea al castillo.  
De esta forma, los días pasaron como si fueran horas. El último día del encierro los encuentra en un picnic, sobre el suave césped. 

—Hoy, a las doce horas, se abrirá el portal. —Menciona Nayla. 
—Así es, serás libre. 
—Me siento libre contigo. 

Dijo con cierta timidez, casi por lo bajo, es la primera vez que experimenta un sentimiento como ese.  Pero él solo la mira y le devuelve una sonrisa, como quien no sabe que decir. 

—¿Y tu que harás?  
—Quedarme aquí, como siempre. 
—Quería saber si te gustaría venir conmigo, en mi viaje, dudo que a Kyros le moleste. 
—Aprecio tu consideración, pero me temo que debo quedarme aquí. 
—¿Por qué tienes que permanecer aquí, de qué fue esa deuda que te hizo pagar este precio? 

Él guarda silencio, como si las mismas palabras le pesaran, ella lo comprende, por eso también calla esperando hasta que el habla vuelva a nacer de su boca. 

—Nayla, me temo que no soy digno de tu confianza. Tenías razón al desconfiar de mi, siempre la tuviste. 
—¿Qué estás diciendo Víctor? 
—Que tengo una deuda de vida con aquellos que te persiguen desde la edad media. Los proclamados caballeros celestiales, y aquel que ha ido reencarnando solo para perseguirte. Él mismo me encontró cuando estaba a punto de morir como si fuera un perro, por una enfermedad que me consume, él la selló, y a cambio me pidió que le sirviera. 
—Entonces la razón por la que me secuestraste fue para… —Así es, para matarte.  
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.