Nayla, Amor, Magia y Aventura

Capítulo Veinte: El Último Dragón Y La Reina Serpiente

Atravesando el jardín de los Bubus llegaron a la zona montañosa. Salvando el incidente con la bruja, fue un viaje tranquilo, Kyros pudo sanar sus heridas gracias a los Bubus, y Nayla logró salvar el día, lo que significa mucho para alguien que apenas domina la magia. 
—Sé que no te gusta que pregunte, ¿pero falta mucho? —dice Nayla. 
—Algunos kilómetros más. 
—Okey. Sólo decía. El terreno es muy árido y seco, además la noche está próxima, y caminamos durante todo el día… 
—Lo sé. Hay una posada por aquí, tiene habitaciones para los viajeros. Ahí pasaremos la noche. 
—¿Y falta mucho para llegar a ese lugar? 
—Está cerca. Solo da un esfuercito más. 

Y así es. Con sólo unos pasos más puede divisar una cabaña bajo el sol del atardecer. Un lugar al que solo los viajeros con deseo de aventura van a parar, ya que está alejado de la ruta principal. Es la cabaña de Curly, hace décadas fundada por Arthur Curly, ahora dirigida por su hijo mayor Arnoldo Curly. 

Al entrar al lugar, notan que es tan viejo por dentro como se ve por fuera. Encuentran algunos parroquianos bebiendo alcohol y viajeros de paso, como ellos, degustando de un bocado.  

—Jóvenes, ¿en qué puedo servirles? —dice el cantinero, que lleva una pinta muy clásica encima. 
—Necesitamos dos habitaciones para esta noche. —responde Kyros. 
—Perfecto. El tercero B y D están disponibles para ustedes, solo debo anotar sus datos. 

Al finalizar ese tramite, pudieron subir a las habitaciones, abandonar el peso que agobiaba a sus hombros y ponerse cómodos, para luego de una ducha bajar a cenar. Pero lo que parecía una comida tranquila, se ve interrumpida por un misterioso visitante, que parece salir de la misma noche.  

Se trata de un hombre rapado, de un metro ochenta de alto, que tan pronto atraviesa las puertas, se queda mirando a Nayla fijamente. Ella lo nota, y queda atónita al verlo, cuando se acerca, su corazón se acelera. Observa que tiene un físico muy desarrollado debajo de una ceñida remera negra. Sus músculos  parecen hechos de cemento, como ver a una escultura caminante. 

—Kira. —dice con una mirada de piedra, que la hace despertar de su encanto. 
—¿Cómo me llamaste? —pregunta ella. 
—No te hagas la tonta. Te doy dos segundos para tomar tus cosas y desaparecer de mi vista. —advierte furioso. 
—¿Quién te crees que eres? —se levanta enérgica de su asiento, plantándole cara. 
—Nayla tranquila. —interviene Kyros. 
—No me digas a mi que me tranquilice. ¿Quién es este, acaso lo conoces? 
—Basta. —dice el extraño—. Se largan los dos. Ahora.  

De pronto sus ojos se vuelven rojos, y su piel emana un calor muy intenso, como si estuviera rodeado de llamas. Entonces Nayla comprende que se trata de algún tipo de mago, o criatura sobrenatural, no es una persona común y corriente. 

—¡Erick! —clama la voz de una mujer, que entra corriendo por la puerta—. Por favor, cálmate. 

Dice esta mujer, corriendo hacia este misterioso hombre, que al parecer se llama Erick. Tiene curvas voluptuosas, envueltas en un ajustado vestido verde, de piel de serpiente. Es morena, con rulos que adornan su cabeza, apoya sus manos en el pecho del hombre, de manera delicada, intentando apaciguar su ira. 

—Ya lo hablamos. Si no se marchan abra problemas. Kira siempre trae desgracias a donde sea que va.  
—Erick, ella está aquí para liberarnos. ¿Por qué no lo entiendes? 
—Porque ya somos libres.  
—Nos casaron como animales al igual que a ella. También estuvimos en su lugar. ¿Acaso no lo recuerdas? 

Él responde con un suspiro cansado. Retirándose lentamente por donde vino, sin ánimos de tener una discusión con esa mujer, con la que al parecer está familiarizado.  

—Lo siento chicos, les ofrezco una disculpa por eso. —menciona ella, muy apenada, y espera hasta que las aguas se calmen para volver a hablar. 

—Soy Shahmaran. —dice ahora—.Me da mucho gusto conocerlos, en especial a ti. —menciona mirando con delicadeza los ojos de Nayla—. ¿Cómo te llamas? 
—Mi nombre es Nayla. —responde ella, luego de un breve momento de silencio. 
—Igual que la antigua hechicera. —dice como si estuviera realmente maravillada al verla—. Por favor, siéntense, sigan con su cena, les explicaré todo ahora. Mesero, una cerveza por aquí. 
—Creo entender lo que ocurrió. —menciona Kyros—. Pero mejor explícalo tu. 

Nayla toma asiento de nuevo, pero se encuentra desconcertada, todo ocurrió muy rápido. ¿Acaso tendrá que acostumbrarse a este tipo de cosas ahora? 

—La casa invita. —dice el mozo, que se roba la atención un minuto, para servirle una enorme jarra de cerveza. 
—Gracias cariño. —le responde coqueta tomando el tarro con la mano—. Verán el hombre que los interpeló de manera tan agresiva se llama Erick. Y no es un hombre, es el último dragón con vida. 
—¿Un dragón? —menciona Nayla, con cierta incredulidad. 
—El último de ellos. Y yo soy Shahmaran, la reina de las serpientes. Soy su amante, y su compañera. Es un gusto conocerte, Nayla. 
—Escuché mucho sobre ustedes. —menciona Kyros con entusiasmo estudiantil—. También aparecen en varios libros. Su romance ya lleva siglos. 
—Mas de quinientos años comiéndose a este bombón. —dice irónica mientras le da otro trago a la cerveza—. Aun recuerdo la primera vez que lo vi, tan grande, tan imponente. Libera una gran cantidad de testosterona, por eso es capaz de atraer a cualquier mujer. 

Con ese detalle, Nayla entiende porqué se sintió tan atraída al verlo, y de solo recordar eso su cara se ruboriza, haciendo que los nervios la obliguen a tomar un poco de agua para bajar ese calor. 

—Pero aun así, conmigo fue diferente. —prosigue Shahmaran, con la vista perdida en el recuerdo de su relato—. Él surcaba su vuelo triunfal por el cielo, hasta que, por alguna razón, sintió que la tierra lo llamaba con suaves suspiros. Entonces su gigantesca figura se posó sobre mis tierras. 

Me sentí amenazada, no era algo habitual que un dragón rojo bajara a mi territorio. En mi forma de serpiente, envolví sus patas, para que no pudiera moverse, aunque tampoco mostró resistencia. Con mis colmillos pinché sus escamas, dejando salir el veneno mortal que fluye por mi ser. Pero él solamente sonrío. 

El poder de mi veneno no tenía efecto alguno, apenas atravesaba sus escamas. Y Pude ver que le agradaba, entonces seguí mordiéndolo durante horas, frotando mi cuerpo contra el suyo. Con magia, podemos tomar forma humana, y fue lo que hicimos esa tarde. E inmediatamente hicimos el amor hasta que las estrellas mostraron su firmamento en el cielo. 

Y nos quedamos mirándolas, abrazados el uno al otro. Y desde esa tarde tan mágica, nos unimos en el amor y el deseo cada día en las montañas, me toma con la misma fuerza y energía que usó en la primera vez. Pasaron los siglos, pero nuestra llama parece eterna... Creo que hablé un poco demás.  

Dice mirándolos, dejando escapar una leve risa de vergüenza. Terminando con su jarra de cerveza, para pedir otra entre señas. Ellos se miran entre si, sin saber realmente que decir. 

—Entonces, ¿Todos los dragones se extinguieron? —pregunta Nayla, rompiendo el silencio. 

—Así es niña. —responde, recibiendo su jarra—. Verás, había tres tipos de dragones, y ellos gobernaban el cielo. 

Por un lado, estaban los dragones blancos. Sus escamas blancas brillaban bajo el sol resplandeciente, y su naturaleza, mansa como gentil era de alivio para las demás criaturas de la naturaleza.  

Por el otro, los dragones negros eran, irónicamente, todo lo contrario. Sus escamas eran negras como la noche, y verlos acercarse solo significaba la aniquilación. En sus ojos se reflejaba la oscuridad de un vacío sin alma. Eran bestias caóticas, y muy poderosas, parecían salidas de una pesadilla. 

Finalmente estaban los dragones rojos. También llamados los Reyes de los Dragones. Revestidos de escamas rojas, como el fuego que salía de sus fauces, eran los más fuertes y dominantes, capaces de espantar a un dragón negro de solo un rugido.  

Pero lamentablemente, cuando la inquisición empezó, también fueron un blanco. Erick peleó, y perdió a muchos de sus hermanos. Hasta que solamente quedó él, quien a veces derrama lágrimas, añorando los días en los que podía surcar el cielo, y volar libremente.  
 




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