Nayla, Amor, Magia y Aventura

Capítulo Veintiuno: El Desafío

—¿Y por qué me buscaba? —interviene Nayla—. ¿Por qué tuvo que llamarme Kira? 
—Su olfato. —responde ella—. Pudo sentir que estabas cerca. Y como sabe, de buena fuente, que los Caballeros Celestiales te están siguiendo el rastro, teme que dañen al pueblo. O que alguien salga lastimado en consecuencia de un cruce que puedas tener con ellos. Y digo cruce para no decir pelea mortal. 

Ambos se quedan cabizbajos con esa explicación. Apenas mirándose con algo de vergüenza. 

—¿Qué les pasa? —pregunta ella. 
—Creo que es un temor bastante lógico. —responde Kyros. 
—Yo creo que no eres una amenaza Nayla, sino todo lo contrario. Eres una elegida por La Luna, para liberarnos al fin, de ese horrible mal que nos persigue desde la inquisición. Y que ha estado detrás de todas las calamidades que ocurrieron desde entonces. La primera y segunda guerra mundial, por ejemplo. Han estado controlando todo desde la sombras, y nadie sabe que más podría ocurrir después. Pero nunca pierdo la esperanza en ti, y en tus guardianes. 
—Por algo nunca lo logré. —responde Nayla. 
—¿Qué? 
—Así es. Por algo sigo reencarnando. ¿Alguna de todas mis reencarnaciones anteriores estuvo cerca de derrotar a los Caballeros Celestiales? 

Ante esas palabras el silencio se adueña de la mesa. Shahmaran sabe que debe decirle algo que la aliente ahora. Pero las oraciones no vienen a su boca, ni siquiera se asoman a su mente. En cambio Kyros la mira, con un chiste en la punta de la lengua, que finalmente se atreve a soltar. 

—Pero las demás versiones no me tenían a mi como guardián. —dice, y las dos lo miran pensando que diría algo más inteligente. 
—Supongo. —responde Nayla, revolviendo la poca comida que queda en su plato. 
—Chicos, la verdad fue un placer conocerlos. —dice Shahmaran—. Espero volver a verlos pronto, y que les vaya bien en su viaje. No se preocupen por Erick, me encargaré de que no vuelva a molestarlos. Y una cosa más. —toma la mano de Nayla, con delicadeza—. Creo en ti. —dice con voz suave para luego retirarse, moviendo su cintura de manera coqueta, como si el lugar fuera su pasarela. 

Sin más la ven irse, para luego subir por las escaleras, pensando en todo lo que les habían contado. 

—Kyros… —dice Nayla con cierta timidez. 
—¿Si?  
—¿Podemos hablar? —pregunta arrugando los puños, denotando cierto nerviosismo. 
—Claro, pasa. —responde él, abriéndole la puerta de su cuarto. 

Él toma asiento en el borde de la cama, ya que su cansado cuerpo se lo pide. Ella sin embargo se queda de pie, cruzada de brazos, con una notable expresión de angustia. 

—Estuve pensando en lo que nos dijeron… sobre todo en la parte que ese tipo entro gritando a decirnos que nos vayamos. 
—¿Erick? 
—Si, él. Quizás si llevo la desgracia a donde voy. Digo, cuando era niña le quité la a el padre Howard. Era un hombre bueno y aun cuando duermo veo su cara, portando la sonrisa que me regaló antes de morir. Y tan pronto comienzo mi viaje encuentro a Víctor, a quien también tuve que arrebatarle la vida… 
—Nayla, ninguno de esos hechos fueron culpa tuya. 
—¿Cómo que no? 
—Escúchame, no fuiste tu quien terminó con la vida del padre Howard, fue Kira. 
—¿Y quién se supone que porta a Kira? 
—Pero tu no lo quisiste así. Ni siquiera sabías que tenías a Kira en tu interior, lo descubriste en ese momento, y fuiste muy consiente para no herir a nadie más. Y tampoco creo que sea culpa tuya lo de Víctor, el hubiera perecido de todas formas por su enfermedad.  
—Enfermedad que despertó por salvarme la vida… A lo que voy es que si no hubiera estado ahí el padre Howard estaría bien, y Víctor estaría con vida. 
—Nayla, no podemos cambiar lo que pasó. Pero podemos encargarnos de lo que suceda de ahora en adelante. Sé que no quieres que Kira lastime a nadie más. Y por eso estoy aquí. Para ayudarte a controlarla. 

Los dos guardan silencio un momento. Él la mira, cabizbaja, casi inexpresiva, espera una respuesta de ella, pero no la forzará a hablar. Solo espera hasta que las palabras lleguen a su boca.  

—¿Entonces no crees que lleve la desgracia a donde voy? 
—No. Pero los Caballeros Celestiales querrán que creas eso. Desde la edad media castigaban atrozmente a las personas que protegían a los seres mágicos, solo para que dejaran de hacerlo, y usarán el mismo método.  
—Por eso el pueblo de la antigua Nayla calló. 
—Cayeron por protegerla, al igual que yo te protegeré a ti. 

Ella al fin sonríe y lo mira a los ojos.  

—Yo puedo cuidarme sola. —dice con una leve risa—. Ya es tarde, iré a dormir. 

Dice para así retirarse, con un poco más de calma, aunque detiene su paso al llegar a la puerta, para voltearse y mirar a Kyros una vez más. 

—Gracias por la charla. Descansa.  
—Para lo que necesites, estoy. —responde viéndola irse. Disimulando toda la alegría que siente porque al fin habló con él.  

El sueño llega para los dos. En la cabeza de Nayla aun moran esos pensamientos, esas preguntas que plantó Erick. Supone que deberá acostumbrarse a ese tipo de trato de ahora, en lo que dure su viaje.  

La luz del día se impone sobre las sombras que dejó la noche. Kyros, cambiado y preparado para ir hasta el pueblo, golpea la puerta de Nayla, quien sacude sus ojos y bosteza al verlo. 

—Ya voy. —dice con voz de dormida, para cerrar la puerta y disponerse a cambiarse, mientras Kyros escucha la multitud de sus bostezos desde la puerta. 

Una vez listos bajan hacia la entrada. Comenzando el camino hacia el pueblo.  

—No sé si ya lo mencioné —dice Kyros—En el pueblo encontraremos pistas sobre tu segundo guardián, tengo un contacto ahí que… 

De repente se ven interrumpidos por una figura que se impone frente a ellos, cayendo desde el cielo, haciendo estremecer a todo el suelo, levantando su polvo maldito que nubla la vista. Es Erick. 

—Kira, tu pelearás conmigo. —dice de manera sombría. 
—Creí que pensabas en la gente de este lugar. —responde Nayla—. ¿Desatar una pelea aquí, en la posada y a tan pocos metros del pueblo? Debes estar demente. 
—Te espero en las montañas. 

Dice terminante, para marcharse con un salto atroz, que lo hizo desaparecer de su vista fácilmente. 

—Nayla, no sé que le ocurre pero no podemos pelear contra él, será… —dice Kyros, hasta que ve como ella arroja su bolso al suelo, toma unos pasos de distancia, y se aleja con un salto alucinante—. ¡Nayla, espera!  

Grita casi desesperado, para verla marcharse camino a las nubes. Él no puede saltar toda esa distancia. No le queda más que empezar a correr hacia allá, soñando alcanzarla antes de que empiece el combate. 
 




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