La pesca es provechosa, una actividad muy común, que les llevo un poco de tiempo para distraerse, así pudieron pasar por las brasas tres ricos peces, los que degustan con gran alegría.
—La próxima vez déjame cazar un venado. —dice Kyros.
—No mientras podamos ir de pesca. —responde Caym.
Mientras hablan, Nayla parece inmersa en su propio mundo, sin poder dejar de recordar lo que ocurrió hace tan solo un momento, vacilando entre ideas sobre ganarse el respeto de Kira.
—¿Está rico? —le pregunta Kyros, rompiendo su burbuja.
—La verdad si, tienes madera de chef. —responde Nayla—. Aunque mataría por un hot dog.
—Cuando lleguemos al próximo poblado, quizá. —responde Kyros.
—No entiendo como te puede gustar eso —dice Caym.
—Y yo no entiendo como te gusta el pescado sin aderezos. —responde Nayla.
La comida transcurre con tranquilidad, hasta que llega el momento de levantar el campamento improvisado que se habían montado, y seguir su rumbo.
—Por esta vez me encargaré del transporte. —dice Caym, para luego juntar sus puños y cerrar los ojos, como si concentrara su energía. Hasta que, tan solo un segundo después, tres rayos coloridos y luminosos aparecen a su alrededor, comenzando a formar tres círculos, que flotan en el mismo aire, Kyros sabe de lo que se tratan, son portales directos al reino de las bestias.
—¿Qué está ocurriendo? —pregunta Nayla, sin entender lo que ocurre.
De los portales salen a todo galope tres equinos oscuros, relinchando en pleno trote, mostrando su poder. Nayla cree que son caballos comunes, hasta que puede ver que tienen seis ojos, tres de cada lado, en lugar de solo dos. Los ojos son rojos, y todos tienen una actitud amenazante.
—Son Phalmagors. —dice Kyros, acercándose a acariciar a uno de ellos—. También son conocidos como los equinos del infierno, ya que suelen ser hostiles, salvo que tengas a tu lado a un domador de bestias, como Caym.
—¿Se supone que tendremos que montarlos? —pregunta Nayla.
—Si, salvo que quieras caminar. —responde Caym.
—¿De dónde vienen estas criaturas realmente? —inquiere Nayla.
—Del reino de las bestias. —dice Caym—. Como domador de bestias puedo usar mi magia para comunicarme directamente con este reino perdido.
—¿Y por qué no lo hiciste cuando estábamos atrapados en el bosque?
—No quería someter a las bestias a pelear contra otras bestias, siendo que estaban bajo un hechizo. —responde Caym subiéndose al Phalmagor.
—Entonces te pareció mejor que yo pelee —dice Nayla.
—No fuiste la única que peleó, ahora súbete a tu corcel, tranquila, no te morderá.
Ella se acerca de manera tímida al equino, que tiene sus seis ojos puestos sobre su figura, los ve a Caym y Kyros tranquilos, si ellos subieron sin dificultad, ella también debería poder, pero entonces entra en un dilema, no sabía de donde agarrarlo, o si sería muy bruto subir directamente de un salto. Harta de vacilar, rodea su cuello con los brazos, y los usa para impulsarse y subir una pierna, y luego la otra al lomo de la bestia, la que relincha al tenerla encima, y se larga a correr, seguido por los otros dos.
Todos toman con fuerza a sus corceles, ya que caer podría ser doloroso, su velocidad es similar a la de un vehículo a motor, Nayla está impresionada por la fuerza que tienen al galope, parece que nada los detendrá.
Sin embargo, tres figuras se posan frente a ellos, tienen la nariz y la boca tapadas con un pañuelo negro, que parece parte de su atuendo, igual de oscuro. Por sus miradas lucen muy amenazantes, y no se ven como simples bandidos. Dos de ellos son de estatura promedio, pero quien está en el medio, tiene el cuerpo de un oso, y es el más intimidante de los tres.
Los corceles se detienen de inmediato, y Kyros los mira igual de desafiante, identifica que se tratan de magos físicos.
—¿Quienes son ustedes? —pregunta Nayla.
—Debes ser Nayla, ¿no es así? —responde el mayor de ellos.
—¿Quién pregunta? —dice ella.
—Somos miembros de la Orden de Nébula, y vinimos a pedirte que nos acompañes. —responde él.
—No los conozco. Lárguense. —dice Nayla.
—Pero yo si los conozco —dice Kyros—. Nébula es un hechicero, que usa magia prohibida de un libro oscuro, escrito con sangre, cuyas hojas son de piel humana.
—Veo que conoces a nuestro líder.
—No me extrañaría que haya sido él quien encantó el bosque. —dice Kyros.
—Fue él mismo. —responde—. Hechizamos el bosque pensando que podían tomarlo como atajo.
De pronto el cielo oscurece sobre ellos, y pesadillescas nubes negras borran por completo el brillo del día.
—Y también Nébula nos debe lo que le hizo a Byron —declara Kyros, con una profunda expresión de rencor.
—Los tiempos en los que Nébula rendía cuentas terminaron. —responde—. Ahora todo el mundo es su deudor, lo repetiré una vez más, somos La Orden de Nébula.
Con esas frías palabras el suelo bajo los pies de Nayla y de sus guardines estalla, haciéndose añicos, la tierra se parte en pedazos, y una onda expansiva los golpea de lleno, derribándolos de sus corceles, quedando así en el suelo, inconscientes, sin poder presentar batalla.
—A todos los que se opongan en el camino de Nébula les espera este final —dice—. Ahora recojan a Nayla y nos vamos.