Nayla, Amor, Magia y Aventura

Capítulo Treinta y Tres: La Historia Del Capitán Crock

  Habiendo encontrado a Nayla continúan su camino hasta una pequeña villa, ubicada en el medio de unas imponentes montañas. Una suave llovizna los toma por sorpresa al arrimar la noche, por suerte hayan refugio en una posada, centrada en ese pequeño poblado de seres mágicos. 

 

Nayla está encantada al ver como la rodea la magia, en su viaje es el primer lugar donde hay más seres mágicos que personas y animales, hasta encuentra a Bubus acompañando a viajeros. Después de pedir dos habitaciones deciden sentarse a comer, para descansar de ese largo viaje a galope.

 

Son atendidos por un ogro, que a diferencia de los ogros que encontraron en el bosque, este no es salvaje, sino que se dirige a ellos con mucha educación, es esbelto, alto y está formalmente vestido, hasta le guiña el ojo a Nayla intentando coquetear con ella, pero la joven solo ríe y se ruboriza de vergüenza. 

 

Cuando los platos están sobre la mesa se disponen a comer, nadie charla entonces, haciendo notar el apetito que, quizá sin saber, tenían. Después de la cena, Kyros y Caym se miran de manera cómplice, como si ocultaran algo, lo que Nayla no tarda en notar.

 

—Tenemos que decirle —menciona Caym.

—¿Decirme qué? —interviene Nayla.

 

Un silencio los interrumpe entonces, seguido de un suspiro por parte de Kyros.

 

—Yo se lo diré —menciona Kyros como si las palabras le pesaran—. Antes de conocer a quien será tu tercer guardián, Byron, es importante que sepas su historia…

—Soy toda oídos —responde Nayla.

—Está bien…

 

La costa de La Región de Las Plumas es conocida como: “Las Plumitas” tiene este nombre por las pequeñas plumas que dejan las aves que emigran ahí en primavera, también recibe el nombre de “La Calurosa”, por las altas temperaturas a la que es sometida todos los veranos.

 

Aunque es un lugar muy agradable a la vista, el turismo escasea, ya que nadie se arriesgaría a tomar vacaciones en un lugar donde la única ley es la propia. Los habitantes viven con miedo, las olas del mar solo reflejan la piratería y el crimen, ya nadie se siente a salvo. Pero no fue así siempre, hubo un hombre que defendió este mar con vigor y valentía, su nombre es Byron.

 

Bajo el sol del verano se desarrolla este relato. Un barco decidió desembarcar en el puerto, pero la iniciativa es frustrada por un uniformado, quien se gana el desprecio de todos los hombres con solo mostrar su frío rostro. 

 

—¿Quién eres? —preguntó el capitán desde la proa.

—Eso debería preguntarlo yo. —respondió el uniformado, haciendo que su voz resuene en las olas.

—¿Desde cuando las fuerzas de seguridad tienen pie en esta costa?

—Hace algún tiempo. Intentamos que la noticia no se divulgue, para que se acerquen más criminales con menos precauciones. Tenemos una orden jurídica para requisar todo el barco esperamos de su completa disposición. 

 

De mala gana el capitán permitió que aborde, el oficial extiende una orden frente a sus ojos, la que detallaba sus funciones legales. Sin embargo, solo finge leer la orden, mientras se acercaba al uniformado con sigilo, tomando un puñal que descansaba oculto en sus prendas, para extenderlo en su espalda y dejarlo caer con suma fuerza y velocidad, cargado de saña y maldad.

 

Contra el pronostico que imaginó su mente, sus ojos se llenan de sorpresa, al ver que el metal del puñal se hace añicos contra la espalda de ese hombre.

 

—Interesante —dijo el oficial—. Los anteriores intentaron ofrecer soborno.

—¿Co co co cómo es posible? —dijo tartamudeando.

—Se llama magia física. Pero no es hora de hablar.

 

Con una audaz y rápida patada en el pecho, dada con esos pesados borcegos militares, el capitán queda inconsciente, escupiendo saliva por el suelo.

 

—Ni creas que ese hombre está solo —dijo a sus espaldas un fuerte marinero de voz grave, acompañado por toda la dotación del barco.

—Estaba a punto de decir lo mismo —resonó entonces la voz de un jovencito a sus espaldas. Él portaba el mismo uniforme, solo que con una sonrisa confiada iluminando su rostro.

 

Los gallardos marineros lo vieron como a una presa fácil y se prepararon para el ataque. Pero él no borró esa sonrisa, aunque era joven ya lidió con malandros así antes. El cielo se oscureció en un instante, y un furioso rayo azul cayó sobre ellos, diezmándolos con su descarga eléctrica, haciendo que, en cuestión de segundos, sus cuerpos decoren el suelo. 

 

Sin embargo, cuando se los creía acabados, un hombre fiero y robusto se levanta entre ellos.

 

—Muy interesante niño —dijo él—. Pero no me impresionas, mi fuerte puño pondrá fin a este asunto.

—Es el hombre fuerte del barco —dijo el joven—. Todos los barcos tienen uno, ¿Qué hará este? ¿Tendrá un martillo, arrojará barriles?

—Yo solo uso mis fuertes puños…

 

Alzando su mano, con férreas intenciones de atacar, lo descargó con ira y una fuerza que parecía desmedida, pero, contra toda voluntad, su mano es detenida al chocar con la palma de otro uniformado, que apareció velozmente como un destello, y parecía medir más de dos metros de altura.

 

—Miserable —bramó el bandido, iniciando inútiles intentos de zafar su mano.

—Como pareces muy orgulloso de tu fuerza, te dejaré hacer otro intento.

 

Soltando su mano permitió que el pirata vuelva a atacarlo, repitiendo así el resultado, un puño bravo terminó estancado en la palma justa y poderosa de un guardia costero. 

 

—Supongo que ahora es mi turno —mencionó, para darle un gancho con la derecha y liquidar ese asunto.

—Muy bien hecho Elías —dijo el primer uniformado que apareció, dirigiéndose al más joven—. Tu también Lebrón —menciona mirando al más alto—. Fueron formidables.




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