Saliendo de la pequeña villa, las bestias retornan a su reino, así ellos pueden tomar el tren, donde pasarán la noche.
El tren resuena sobre las vías, haciendo sentir la soledad y lejanía. El llano de la tierra carraspea, un lugar semejante al desierto, justo antes de la región costera de Las Plumas, donde marchan en busca de Byron, el tercer guardián. Nayla mira hacia la ventana, siendo iluminada por el sol de la mañana, logra ver el mar desde su asiento, mientras la música de rock invade sus oídos letalmente.
Mira a Kyros un momento, quien parece concentrado con uno de sus libros, su vista rota por el vagón, donde no encuentra mucho con qué entretenerse, puesto que está casi vacío y con varias caras largas, la gran mayoría aun adormecida.
—¿Desde cuando se conocen? —inquiere ella, quitándose los auriculares.
—¿Quiénes? —responde Kyros, despertando del encanto en el que lo había sumido el libro.
—Ustedes.
—Nos conocimos cuando éramos niños. Nuestros padres eran amigos, vivíamos en el mismo vecindario, hasta que a cada uno le tocó mudarse. Antes de que de tener que decirnos adiós pudimos ver en sueños como fuimos elegidos para cuidarte como tus guardianes, pero a partir de ese momento nos vimos muy poco. Caym desapareció, Byron desde ese hecho ya no contesta mis llamadas, ni mis cartas. Y tu cuarto guardián, Eloy, fue el qué…
—¿Eloy? —interrumpe Nayla.
—Si, Eloy es el nombre de tu cuarto guardián —explica Kyros.
—Nunca me lo habías mencionado —reclama ella.
—Si, lo evité. —responde—. Tu destino está marcado, así que no quiero anticiparte cosas.
Nayla piensa un segundo en el concepto de destino marcado, ese segundo engloba toda una serie de pensamientos, ¿Su victoria o derrota también estarán marcadas como pequeños puntos en una línea temporal?
¿Podrá alguna vez romper con esa marca del destino y hacer sus propias reglas?
Sin embargo, no deja que esos pensamientos se conglomeren en su cabeza por un segundo más, ahora debe estar concentrada en el mundo que la rodea.
—¿Y dónde lo encontramos? —pregunta ella.
—Tenemos que cruzar el mar para eso, debemos ir en barco. Para eso también necesitaremos a Byron. —responde Kyros.
—¿Y si Byron se niega?
Kyros hace una pausa por un segundo, manteniéndose cabizbajo.
—Buscaremos la forma —responde, levantando la cabeza para mirar a Nayla, sus ojos brillan con la luz del sol atravesando la ventana, hasta parecen claros. Ella también mira a los suyos, encontrando en mismo brillo, estableciendo una conexión, que se rompe cuando escuchan un fuerte ronquido.
—Caym —menciona Nayla volteando, pero verlo roncar como un dulce jabalí.
—Creo que duerme más que tu —le dice Kyros—. ¿Cómo es que no estás dormida?
—La verdad con todo lo que me contaste anoche, apenas pude dormir —responde Nayla, mirando al techo, luego a la ventana, para ver al pueblo donde tendrían su próxima aventura, sin poder dejar de pensar en el dolor que siente Byron, aunque no lo conoce, lo imagina destruido emocionalmente.
El tren llega hasta la estación, donde se detiene sutilmente para que bajen solo tres personas. Nayla y Kyros parecen lucidos, mientras Caym aun estira y sacude sus ojos sintiéndose adormecido. Los empleados ferroviarios los miran, es extraño tener viajeros rondando por ahí. Tan pronto caminan por la estación sienten ese fresco aire de pueblo.
Las calles están hechas de pequeños ladrillos cuadrados, grises y fabricados para ver a la gente andar entre trivialidades, sueños y romances. Las casas se ven muy coloridas, su aspecto guarda en el pueblo esa alegría ya perdida.
—¿Y saben donde está Byron? —pregunta Nayla.
—Si, lo sé —responde Kyros—. No nos tomará mucho…
Sus palabras se interrumpen al ver que los pobladores corrían a encerrarse en sus casas con desesperación, tapan las ventanas y puertas siendo presa del pánico, desprendiendo una mirada sin esperanza en sus rostros pálidos y tensos.
—¿Qué ocurre? —pregunta Caym mirando a su alrededor, abandonando su estado de sueño.
—Dijeron que este lugar era frecuentado por piratas, ¿cierto? —menciona Nayla, oyendo algo a la distancia—. Creo que puedo oír muchos gritos de ayuda y desesperación a lo lejos, debe ser en la costa.
—Tenemos que aproximarnos —dice Caym—. Pero con sigilo, no sabemos el número de nuestros enemigos, podría ser peligroso.
—Concuerdo —responde Kyros—. Nayla te parece si…
Antes de que pudiera terminar una oración, ella salta al ataque, invadiendo al cielo, con un bravo salto despiadado en busca de aquellas voces que piden auxilio. Logra verlos desde una azotea, los piratas sacan a la gente por la fuerza de sus casas, sin que puedan hacer nada para defenderse, y sin que nadie los ayude. Esto provoca que sus puños se enciendan de ira.
Su vista divisa a un hombre parado en el medio de la arena, riendo a gritos y bramando ordenes hacia los demás piratas, detrás de él se forman tres imponentes embarcaciones, con múltiples hombres armados en la costa. Sus sonrisas son maliciosas y sus miradas desalmadas.
—Tomen todo lo que sea de valor —dice este—. Oro, plata y también mujeres, tenemos un largo viaje por delante, será mejor divertirse. —finaliza su discurso con una risa sonora, escupiendo saliva entre carcajadas.
No le cabe duda que el hombre que brama ordenes es el capitán, a él debe acatar. Sus pies despegan de la azotea y alza su puño flameante, tomando toda la atención en la costa, para impactar con furia en un escudo invisible que rodea al capitán. Ya vio este tipo de magia antes, se trata de un cristal de Apolo.
—Ni creas que podrás hacerme daño jovencita —dice él—. No es la primera vez que enfrentamos a un mago, tengo un buen escudo.
Nayla analiza un segundo la situación, para fijar sus ojos en las tres embarcaciones que esperan en la costa.
—Tienes un escudo —responde—. Pero ellos no.
Para sorpresa de todos, sus pies se despiden de la arena, y aquel puñetazo del infierno cae sobre el barco que se encuentra en el medio, haciéndolo pedazos.
—No —grita el capitán desesperado—. Había pólvora y municiones ahí.
En ese mismo instante, el barco explota, llevándose consigo a los otros dos. Haciendo que los piratas sean sacudidos por la onda expansiva, como por la sorpresa y el pavor de ver a sus embarcaciones bajo el calor del fuego.
Kyros y Caym llegan a tiempo para ver toda la escena, preocupados por Nayla, con una explosión tan grande pudo haber sido una víctima fatal. Sin embargo, disipando todas las dudas, su figura emerge desde el fuego y las cenizas, como un ángel recién salido del infierno, con una fría mirada despectiva hacia los bandidos, que miran con temor al saber que no escaparán.
—Disparen —clama el capitán, con la esperanza de que las balas puedan detener a esa pesadilla en forma de mujer.
—Yo no haría eso —dice Kyros, formando en un instante múltiples nubes de tormenta, que desatan una lluvia de rayos sobre los piratas, diezmándolos gravemente.
—No me quedaré atrás —menciona Caym, juntando sus puños, abriendo un portal, dándole paso a bestias similares a canguros, pero con brazos más largos, dos pequeños cuernos adornando su cabeza, y con una bola picuda al final de su cola, sin embargo, no llevan la famosa bolsa colgando en sus estómagos, lo que les da un aspecto más intimidante—. Adelante Ivocanes
Son cuatro bestias de esta especie en total las que son invocadas, saltando a la arena de la playa, que ahora es su arena de combate. Y son más que suficientes para dejar por los suelos a los piratas restantes, quedando solamente el capitán en píe, quien es protegido por el cristal de Apolo. Los tres lo rodean, y él los mira con pavor, sabiendo que su escudo no podrá resistir mucho.
—Me rindo —clama levantando las manos, en una cómica expresión de angustia.
—Danos el cristal del Apolo y te dejaremos ir —le dice Nayla y el obedece de inmediato—. Gracias —responde ella con ironía para luego derribarlo de un puñetazo.
—¿Por qué siempre te lanzas al combate de forma prepotente? —le pregunta Kyros a Nayla.
—Mmmmm —musita ella acariciándose el mentón, pensando en alguna respuesta posible o motivo aparente—. No lo sé. Toma, de seguro nos servirá. —le dice entregándole el cristal.
De pronto ven a una multitud y personas conglomerándose en la costa, todos los miran, con ojos inquisidores e impredecibles, la tensión rodea a los tres aventureros hasta que una lluvia de aplausos cae sobre ellos, acompañados de muchos clamores de alabanza y agradecimiento. Son vistos por la mayoría de los ciudadanos como héroes milagrosos, por haber llegado en el momento justo.
Nayla los ve, con una expresión anonadada, pocas veces fue felicitada por alguien, y ahora tiene a toda una multitud alabándola. Los rodean, besando y apretando sus manos en señal de agradecimiento, por haberlos defendido en un lugar donde nadie los defiende. Les ofrecen hospedaje y comida antes de retomar su viaje, creen que es lo menos que pueden hacer.
—Les agradecemos el ofrecimiento —responde Kyros—. Pero tenemos que…
—Kyros —interrumpe Nayla—. Creo que no nos vendría mal algo de comida, un baño y ropa limpia después de un largo viaje.
La verdad Nayla no quería rechazar la oferta, mostró coraje y valentía en la batalla, así como también estuvo rodeada de llamas que rasgaron sus vestiduras, su aspecto no es ni fue nunca algo que le quite el sueño, pero se siente como una pordiosera, y eso le molesta. Sus palabras hace declinar a su guardián, quien termina aceptando la hospitalidad de los agradecidos.
En cuestión de horas su paladar se deleitada con comida caliente, sus cuerpos se relajan por el agua tibia de la ducha y también reciben ropa a su medida. Nayla toma una campera de cuero negra, que hace juego con un jean azul y una remera gris topo, con su pelo lacio suelto y ordenado se mira al espejo, viendo el reflejo de una linda mujer frente a ella.
—Te ves bien —le dice Kyros.
—Tu también, guardiancito. —responde ella—. Ahora creo que ya estamos listos para ir por su amigo, Byron.
Recibe una sonrisa y un gesto de afirmación como respuesta. Sin embargo no imaginó que la casa de su tercer guardián quedara casi en las afueras del pueblo. Al verla le trae la imagen de un casa abandonada, o de una choza hecha a las apuradas, pero aun así está segura que es donde vive de manera solitaria desde ese trágico momento que marcó de oscuridad su vida.
Kyros toma la delantera, asomándose a su puerta, respira profundo y levanta su puño, pero antes de que llegue a golpear una voz lo interrumpe.
—Lárguense —brama la voz desde adentro.
—Byron soy yo, Kyros —responde él.
—Sé quien eres y a lo que has venido, por eso márchate, sigue tu camino —dice de nuevo.
Kyros no piensa quedarse con esa respuesta, por lo que se arma de valor y atraviesa la puerta. Nayla lo sigue junto a Caym, para así ver la espalda de quien será un próximo guardián. Quien ni siquiera voltea a verlos, se queda pegado a la mesada, cocinando mientras un olla de agua hierve a su izquierda.
—Byron… —musita Kyros.
—Les dije que se larguen —les dice, para voltear y mostrar su cara, con una barba larga y descuidada, que hace juego con sus cabellos alborotados y la ropa que parece llevar puesta hace años. Una remera blanca que refleja su descuido por si mismo al haber quedado gris, tenía el abdomen hecho una piedra según sus admiradores, y ahora lo ven tomando una forma circular, marcando su barriga.
Nayla mira sus ojos, encontrando un vacío frío y sin esperanza a través de ellos. Pero él no se gasta en mirar los de ella, sólo mira fijamente a los de Kyros quien no hace más que pensar cómo y qué responder.
—Soy tu amigo, sabes que no me iré de aquí —le dice Kyros.
—Sé a lo que vinieron y no pienso
escucharlos —menciona—. No seré su guardián.
Dice con una voz que se torna rasposa cuando pronuncia la palabra no. El agua en la olla resuena en el silencio que dejó después de su habla, el vapor supe y se disipa en el techo de chapa. Nayla aun no recibe su mirada, pero su corazón golpea como martillo dentro de su tórax, sabe que habita el dolor en el desorden que mora a su alrededor.
—Somos tus amigos, no tenés porque tratarnos así. —argumenta Caym.
Los ojos de Byron se mueven lentamente hacia Caym, y aunque su mirada sea de piedra, no logra intimidarlo.
—¿Si son mis amigos dónde estaban cuando los necesité?
Su cuestión es más bien un escupitajo, cargado de reproche. O así lo toman ellos, cuando esas palabras caen a su pecho, acompañadas de la suave brisa, que penetra en esa ventana sin vidrios, arrastrando así a una cortina amarilla, dejando que se vean los agujeros en la tela.
—Nosotros…
—Silencio, no quiero oírlos —dice Byron de manera terminante, interrumpiendo a Kyros—. Sólo tomen la puerta y váyanse por donde vinieron.
Entonces voltea, toma una cebolla, y comienza a pelarla sobre una tabla de madera como si no hubiera pasado nada. Nayla no lo conoce, pero por su historia de vida no le cuesta trabajo empatizar con él, con esa determinación que tiene en los combates decide pararse firme, para poder hablar.
—Chicos necesito que salgan un momento, por favor —les dice ella—. Hablaré con él a solas.
Ellos comparten una mirada, y sin muchos ánimos se marchan, dejándolos solos, refugiando así las últimas esperanzas de recuperar a su amigo en ella. Un rechinar azota la puerta, y ellos desaparecen por ella.
—Byron…
Dice ella con calma y lentitud, a lo que él hace caso omiso, y sigue desglosando las capas de la cebolla.
—No te conozco, pero sé tu historia, y entiendo perfectamente por lo que pasaste.
Prosigue, obteniendo más silencio e indiferencia como única respuesta.
—También perdí a las personas que amaba…
Entonces se oye al filo del cuchillo azotar la tabla, partiendo a la cebolla por la mitad.
—Cállate —responde él—. Tu no sabes nada.
Sus palabras anonadaron a Nayla, quien seguido de eso solo escucha como sigue cortando esa cebolla tranquilamente.
—Sé lo que es perder a un ser amado —responde ella—. Tuve que decirle adiós a las únicas personas que me demostraron eso que llaman amor, una de ellas fue el padre Howard, cuando era tan solo una niña, y como si fuera poco tengo que convivir con la bestia que lo mató en mi interior.
Las palabras evocan en su mente el recuerdo, el que tiñe a sus ojos de rojo.
—La segunda persona —continua—. Fue Víctor.
Al decir ese nombre su voz se tornó aguda y una lágrima escapó furtiva de sus ojos.
—Tomé ambas vidas en mi propia mano, y aunque los recuerdos me pesan cada día sigo adelante, intentando ser fuerte. No hay que dejar que nuestros errores ni nuestro pasado nos condicionen, podemos ser mejores. Ahora Nébula viene detrás de nosotros, a mi no me conoces, pero si a Kyros y Caym, está en tus manos la oportunidad de protegerlos. A causa de ese infame padecieron muchas personas, y si no le ponemos un alto seguirá derramando caos y sufrimiento, como ya lo hizo en este pueblo.
Sus palabras abandonan su garganta con poder, pero Byron sigue indiferente, cortando un morrón rojo.
—Si ya terminaste tu discurso puedes irte, no te seguiré —responde, sin gastar energía en voltear a verla.
Entonces Nayla suspira, haciendo que su respiración resuene en las paredes de madera, para así sobrellevar la carga de las palabras que aguardan en la punta de su lengua, listas para salir cual jabalina de manera mortal.
—¿Qué crees que hubieran querido tus amigos si…
—Cállate —la interrumpe de manera abrupta—. No te atrevas a hablar de ellos. O arrancaré sus nombres de tu boca.
Ella solo niega con la cabeza viéndolo como quien mira a un hombre derrotado, sin fuerzas suficientes para levantarse ni dejarse ayudar. Resignada voltea y paso a paso abandona a su tercer guardián, dejándolo en el vacío emocional que lo consume hasta los huesos como una fiera hambrienta, tomando su carne y su voluntad con sus colmillos.
Al salir tiene la mirada encima de Kyros y Caym, por lo que se acerca cabizbaja, con la sensación de la derrota encima.
—Él no nos ayudará —les dice resignada, a lo que ellos guardan silencio, dando paso a la tristeza en sus corazones, como si estuvieran de luto.
De pronto algo toma su atención, como la de todo el pueblo. Del cielo caen, como si fuera lluvia, hojas de papel, dejándose mecer lentamente con el viento en su caída libre.
—¿Qué es eso? —pregunta Nayla.
—Es un hechizo —responde Kyros.
Tan pronto las furtivas hojas llegan a manos de los pobladores, comienzan a producir ruidosas exclamaciones y muchos gestos de espanto, desatando también murmullo y habladuría. Una de ellas cae justo a las manos de Nayla, mientras las demás decoran el suelo. Sus ojos bailan entre las palabras escritas en rojo, que parecía sangre, pidiendo así por ellos.
“Entreguen al grupo de tres viajeros, recién llegados, o reduciré el pueblo a cenizas. Nébula”
Informa la nota amenazante.
—Creo que debemos aprovechar el momento para escapar —sugiere Caym, leyendo una de las notas.
—No vamos a huir —responde Nayla—. Es ahora el momento de luchar.
—Nayla tiene razón —dice Kyros arrugando una de las hojas de papel—. Me lo deben por lo que le hicieron a Byron. Esta será la batalla de la venganza.