En este punto de la historia, quizás muchos pensarán que ya se sabe todo de mí. Que esto es simplemente una crónica más con final anunciado. Pero no. Cada vez que escribo, me doy cuenta de que aún tengo mucho por contar. Porque no se trata solo de mirar hacia atrás. Se trata de entender el camino, paso a paso, tropiezo por tropiezo. Y si puedo dejar algo en el camino para alguien más, aunque sea una idea, una advertencia o una pregunta… entonces todo esto vale.
Yo venía de estudiar Enfermería en una facultad privada. Tenía apenas 21 años. Era 2016, más o menos. Trabajaba, estudiaba, tenía novia. Pagaba mis cosas, hacía regalos, salía a pasear. Todo parecía estar bien, pero por dentro empezaba a girar una rueda silenciosa… la de la deuda.
Fue un error, lo admito sin rodeos. Saqué un préstamo para comprar cosas que no necesitaba. Me metí en el mundo de las tarjetas de crédito sin entender los riesgos. Gastaba más de lo que ganaba, vivía para aparentar, para sostener un estilo que no era mío. Nadie me enseñó cómo manejar el dinero, ni en casa ni en la escuela. Y ahí empezó mi primera gran caída.
Si pudiera hablarle a mi “yo” de aquella época, le diría: “Fuiste un bobo, un iluso. No sabías en qué te estabas metiendo”. Porque entré en un sistema que no perdona. Comprás hoy, pagás después… y después te aplasta.
Las cosas se empezaron a derrumbar. Las deudas crecían. Mi relación de pareja terminó. La facultad la suspendí porque descubrí que no estaba acreditada. Y para colmo, en el trabajo las ventas cayeron y perdí mi puesto como encargado. No me despidieron, pero fue un golpe duro volver a empezar desde abajo. Ahí conocí a Guillermo y a Bastián, dos genios en el arte de vender. Ellos me enseñaron más de lo que cualquier jefe me enseñó jamás. Pero yo ya estaba golpeado, confundido, arrastrando muchas mochilas.
También conocí a dos chicas que marcaron ese tiempo. La primera, con un estilo rockero, fue mi salida de la relación anterior. Compartimos buenos momentos, pero no duró. La segunda… fue diferente. Mi relación más real, más profunda. Pero mi inmadurez, mi falta de compromiso y mis ganas de estar en la joda me hicieron perderla. Esa historia la contaré más adelante, porque merece su propio espacio.
Lo cierto es que, en esa etapa, todo parecía enredarse. Entré en lo que yo llamo “el limbo”: sacar un préstamo para pagar otro. Así, uno tras otro. Vivía trabajando para tapar huecos que yo mismo había cavado. Cambié de trabajo. Empecé como cajero y repositor en una tienda. Pagaban bien, el ambiente era bueno, la gente divertida. Pero las jornadas eran agotadoras: turnos rotativos, madrugadas, horarios cruzados. No podía más.
Fue entonces cuando surgió la idea de visitar a mi madre. Sí, esa parte no la conté antes.
Mi mamá había viajado a España en 2015 o 2016, no recuerdo con precisión. Se fue buscando un futuro mejor. No porque estuviera mal ella, sino porque ya no podía más con lo que vivía acá. Mi papá… bueno, era un hombre conformista. Trabajador, sí, pero sin ambición, sin visión. Mi madre era la que empujaba el carro, la que sostenía todo. Y un día se cansó.
Aun así, nunca se separaron. Ella siguió siendo su compañera, pero desde lejos. Desde otro país. Y nosotros… bueno, salimos de la casa de mi abuelo, alquilamos una casa. Mi hermano trabajaba como cajero en un banco, mi hermana estudiaba en la facultad. Y yo, como siempre, el torbellino de la familia, tratando de enderezarme en medio de mis propias tormentas.
Con deudas, con un caos encima, tomé la decisión de viajar. Mi papá me pagó el pasaje. Un gesto que, a su modo, decía “te acompaño”. Y así, el 17 de julio del 2017, partí rumbo a España. Viajé solo, sin nada, más que una mochila llena de errores… y un corazón lleno de esperanza.
Viajar por primera vez en avión. Sentir cómo el cuerpo se eleva, cómo el suelo se aleja mientras todo lo conocido queda atrás. Para muchos puede ser una experiencia normal, pero para mí… fue un sueño hecho realidad.
Subirme a ese avión fue como tocar el cielo con la punta de los dedos. Iba cargado de ilusiones, con la esperanza de que ese viaje lo cambiaría todo. Y de hecho, sí cambió muchas cosas… aunque no como imaginaba. Porque lo que no cambié fue mi forma de pensar. Y si algo aprendí en todo este tiempo, es que cuando uno se va, se lleva la cabeza consigo.
Fue un impulso. Un arranque. Una de esas decisiones que uno toma cuando no sabe cómo pedir ayuda, cuando no sabe cómo hablar. Cuando todo por dentro grita, pero por fuera solo hay silencio. Quería escapar. Y lo hice.
Mi llegada a España fue un regalo que no se puede describir. Estar con mi madre de nuevo, abrazarla, sentir su olor, su voz, su risa... era una felicidad simple, limpia, que me llenaba por completo. Durante un tiempo, sentí que estaba en paz. Que todo podía recomenzar.
Pero venía roto. En Paraguay dejaba deudas hasta el cuello, una cabeza llena de dudas y un corazón más gastado que mi billetera. Allá solo era un chico de “pinta”, como yo decía… con cero dirección, pero muchas ganas de aparentar.
Nunca fue fácil comenzar de nuevo. Mucho menos dejar todo atrás. Pero aún así, siempre creí que mirar para adelante era la única forma de avanzar. Y ese era mi plan: avanzar.
Estuve en España desde el verano de 2017. Palma de Mallorca me recibió con sol, playa, nuevas caras y comidas que todavía hoy puedo saborear si cierro los ojos. Vivía en la casa de la familia para la que trabajaba mi madre. Ellos me dieron techo y comida, sí… pero después supe que todo eso lo cubría ella con su sueldo. Y eso me partió el alma. Me sentí como una carga. Nunca me lo dijo, pero yo lo sentía. Y esa incomodidad me comía por dentro.
Yo no trabajaba de forma legal, claro. Era un indocumentado. Nunca me gustó la palabra “ilegal”, porque las personas no lo son. Solo estaba sin papeles. Pero trataba de ayudar como podía. Cuidaba ancianos por unas horas, hacía voluntariados. Lo poco que encontraba. Y aún así, mi madre, como siempre, fue la que me liberó de todas las deudas que yo arrastraba. Y yo… solo podía pensar que era un gasto más en su vida.
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"una historia real de caídas, decisiones y renacimientos", cambio de pensar
Editado: 15.08.2025