Después de volver a Paraguay, sentía que mi vida empezaba a ordenarse. Tenía trabajo, una novia, y ese pensamiento ingenuo de que las cosas al fin estaban saliendo bien. Pero como en mi historia no pueden faltar los errores, pronto lo perdí todo: la relación, el control sobre mis finanzas, y esa falsa estabilidad que creía haber alcanzado.
Empecé de nuevo con los préstamos, con las tarjetas, con ese ciclo tóxico que ya conocía de memoria. Pensaba que esta vez sería distinto, que lo manejaría mejor, pero me equivoqué. Me metí otra vez en el mismo mierdero del que tanto costó salir.
Conocí gente nueva. Amistades que al principio me motivaban, pero que con el tiempo resultaron ser pura fachada. Eran personas que solo estaban ahí mientras yo mostraba una sonrisa, mientras aparentaba estar bien. Hoy ni vale la pena contar sus nombres. Fueron parte de esa etapa que me enseñó que no todo el que te aplaude está contigo.
Mi familia, mientras tanto, empezaba a cambiar. Mi papá era más hablador, mi hermano compartía más conmigo, y mi hermana ya no era la nena de antes. Pero yo seguía siendo el mismo por dentro. No contaba lo que me pasaba, no hablaba de mis problemas. Pensaba que siempre podía solo. Y no, no es así. En esta vida, aunque se pueda avanzar en soledad, el verdadero cambio necesita apoyo. Necesita que alguien camine con vos.
En agosto del 2019, renuncié a mi trabajo en la casa de cambios. Quería buscar algo mejor, algo que me hiciera sentir diferente. Durante esos meses, las deudas volvieron a crecer, y justo en ese tiempo mi mamá regresó para pasar las fiestas. Se fue de vuelta el 4 de febrero del 2020. A tiempo… porque días después empezó la pandemia.
Y en medio de ese encierro, cuando parecía que todo se apagaba, me salió un trabajo que ni yo creía real. Empecé como chofer de una señora que, luego supe, era la madre de uno de los hombres más conocidos del espectáculo en Paraguay. Su familia me abrió las puertas a un mundo nuevo, desconocido, lleno de experiencias que nunca imaginé vivir.
Pasaba muchas horas con ellos. Al principio me movía en bus, pero con el tiempo me dieron autos, más responsabilidades, y un sueldo que nunca había tenido. Y aunque el dinero era bueno, no sabía manejarlo. Mis ingresos se me iban de las manos.
Mi primer concierto importante fue en diciembre. Un evento que disfruté con mis hermanos, mi cuñada (una buena cuñada de esa época) y mi cuñado. Lo viví con una energía diferente, como si algo en mí se activara. Pensaba que por fin estaba viviendo algo grande. Y sí, lo era. Fueron meses hermosos, llenos de conciertos, madrugadas, viajes y movimiento. Pero también llenos de excesos y de decisiones mal tomadas.
Antes de salir de ese trabajo, conocí a alguien. La que llamo, sin vueltas, la peor desgracia de mi vida. Una relación que terminó por aplastar lo poco de dignidad que me quedaba. Al principio parecía una persona fuerte, parecida a mí. No se callaba nada, decía lo que pensaba. Me gustaba eso. Pero su forma de decir las cosas… quemaba.
Me fui de ese mundo de espectáculos cargando esa relación como un ancla. Salí sin rumbo, sin claridad, pero aún creyendo que podía. Empecé a buscar trabajo. Pensé que sería fácil, pero no tenía contactos. Renuncié en septiembre y no fue hasta octubre o noviembre que conseguí algo como cajero en una fábrica. Me lo consiguió una amiga de la señora de la productora. Duro poco. La carga era mucha, el ambiente pesado, y mi carácter… difícil. No duré ni nueve meses.
Y ahí vino el peor error de todos: hacerle caso a mi pareja y comprar un auto. Sin trabajo, sin estabilidad, y con una montaña de deudas… decidí endeudarme más. Ese auto fue la gota que rebalsó todo. Desde que volví a Paraguay sin deudas, terminé debiendo más que nunca. Y lo peor es que no tenía cómo pagar.
Muchas veces me dijeron: "Menos mal que no embarazaste a nadie". Y la verdad… tienen razón. No estoy en contra de eso, pero no estaba preparado. En ese momento, mi situación era un caos.
Así estaba: sin trabajo, con un auto nuevo, con una novia que me gustaba pero que no era lo que necesitaba, y con las deudas apretándome el cuello. Pero, aun así, seguía diciendo lo mismo: “yo voy a poder salir de esto”. Y lo sigo creyendo.
Seguía buscando mi camino. Y aunque no lo tenía claro, algo dentro de mí decía que contar mi historia era una parte importante. Quizás, escribir esto es el principio. Quizás es por acá.
Después de salir del mundo de espectáculos y renunciar a ese trabajo, empecé a trabajar como chofer de plataformas como Uber. Era lo que había, lo que podía. No era fácil, no por el trabajo en sí, sino por la inseguridad del país. Salía a la calle con el miedo en el cuerpo. Pero igual salía. Porque no había otra.
Tomé una decisión importante: me fui a vivir a la casa de mi suegra. Dicen que vivir con la suegra es complicado, y no fue diferente para mí. No porque ella fuera mala persona, al contrario. Me trató bien, me apoyó, me cuidó. Lo que pasaba era que yo no estaba bien conmigo mismo. Y eso hacía todo más difícil.
Tenía deudas de millones, presiones diarias, responsabilidades que no podía manejar. Y encima, al mudarme ahí, me convertí en padrastro de un chico de 13 años. Lo digo con sinceridad: lo quería como si fuera mío. Me encariñé con esa familia, con la rutina, con los pequeños momentos que compartíamos. Pero había algo dentro mío que no estaba del todo firme.
La gota que rebasó el vaso fue una discusión con mi pareja. Ella, en un momento de enojo o desesperación, fue y le contó todo lo que yo debía a su mamá, a una mujer que apenas me conocía. Dijo que ella era quien me mantenía, como si yo fuera una carga. Eso me dolió más que cualquier deuda.
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"una historia real de caídas, decisiones y renacimientos", cambio de pensar
Editado: 15.08.2025