Necesito Cambiar

Capítulo 14 : No quiero más, quiero ser más

El mundo parece haberse olvidado de respirar. Todo es correr, competir, acumular. El “más” se ha convertido en la religión moderna: más dinero, más viajes, más fotos perfectas para mostrar, más ropa, más likes. El “más” se come el alma y ni siquiera se da cuenta.

Vivimos como si la vida fuera una vitrina y cada uno expone lo que tiene para que lo miren, para que lo envidien, para que lo aplaudan. Pero ¿cuándo fue la última vez que alguien presumió su paz? ¿Cuándo fue la última vez que viste a alguien orgulloso de decir: “No tengo todo, pero estoy tranquilo”?

La insaciabilidad humana es como un pozo sin fondo: cuanto más le das, más vacío queda. Es una máquina que no conoce el “suficiente”. Es la voz que susurra: “Podrías tener más, podrías ser más… para los demás”. Y así, las personas corren detrás de un premio que nunca existe, mientras se olvidan de algo mucho más simple y mucho más difícil: ser.

Porque tener no es lo mismo que ser. Tener es acumular objetos, títulos, experiencias para la galería. Ser es otra cosa… ser es lo que queda cuando todo eso desaparece. Ser es cómo tratás a la gente cuando nadie te ve. Ser es la forma en que te hablás a vos mismo cuando no podés dormir. Ser es la calma que te acompaña, o la tormenta que no te deja en paz.

La diferencia es clara, pero no cómoda: tener te da felicidad momentánea, ser te da tranquilidad duradera. La felicidad es como un fuego artificial: brillante, ruidoso, hermoso… pero se apaga rápido. La tranquilidad es como un amanecer: lento, silencioso, pero constante. Y si me das a elegir, me quedo con la tranquilidad. Porque la felicidad va y viene, pero la tranquilidad te deja dormir sin guerra en la cabeza.

Y la vida… la vida es un regalo finito. No hay segundas temporadas ni repeticiones. No existe el botón de “volver a empezar”. Te levantás un día, tenés 20… cerrás los ojos, y de pronto tenés 40. Lo único seguro es que un día va a terminar. Y no hay cartera, auto ni pasaporte que pueda comprar un minuto más.

Siendo así de corta, ¿por qué vivirla en modo “demostración”? ¿Por qué gastar el tiempo en aparentar en lugar de habitarla de verdad? ¿De qué sirve viajar por el mundo si en tu interior seguís estando perdido? ¿De qué sirve tener la mejor casa si no podés estar en paz adentro de ella?

Yo no quiero más. No quiero acumular hasta que me pese. No quiero correr detrás de la zanahoria invisible que otros decidieron que es éxito. Quiero ser más. Más humano. Más consciente. Más presente. Quiero mirar a alguien y verlo, no solo medirlo. Quiero mirar mi vida y saber que fue mía, que no fue una copia barata del sueño de otro.

Y ese cambio que quiero ver en el mundo, sé que empieza en mí. No puedo esperar que todos sean mejores si yo no lo soy. No puedo quejarme de la avaricia si yo no sé compartir. No puedo criticar la mentira si yo sigo diciendo “estoy bien” cuando no lo estoy.

La vida me enseñó que el cambio no siempre es cómodo. Que a veces significa renunciar a cosas que brillan, para ganar cosas que no se ven. Que tal vez no me dé un “más” que pueda publicar, pero sí me dé una calma que nadie pueda comprar.

Y si algún día me preguntan qué logré en la vida, espero poder decir: “No lo tuve todo, pero fui más de lo que esperaba ser”.
Porque en este mundo que cada vez quiere más, el verdadero acto de rebeldía es aprender a vivir como si ya lo tuvieras todo.




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