La alarma no dejaba de sonar, el flash se vislumbraba en la habitación y ni siquiera sabía si era por la misma alarma o por una llamada, tampoco me importaba mucho, fue por eso que apagué el celular, bajé las persianas de la habitación por donde comenzaba a filtrarse el sol y cerré los ojos intentando dormir placenteramente.
En cuestión de minutos «al menos así lo sentí» la puerta de mi habitación estaba siendo golpeada con desesperación y a lo lejos escuchaba que articulaban mi nombre, pero estaba tan relajada que decidí ignorar el ruido, lo que no pude evitar fue que una intrusa ingresara a mi habitación.
—Vamos —me movió con brusquedad —levántate, Keleine —ordenó.
—Hannah... —musité a mi mejor amiga, la única que aguantaba a un desastre como yo —tengo sueño —anuncié.
—Tienes los síntomas de la depresión, pero no tienes el dinero suficiente para tratártela, así que levántate —se subió a mi cama y comenzó a saltar en ella como si las viejas maderas fueran a resistir nuestro peso.
—Joder, ¡pero que amable eres! —ironicé ante las palabras de “aliento” que me soltó.
—Soy sincera —me recordó con frialdad, también era muy amargada —¿vas a levantarte o prefieres que vaya por un balde de agua helada y te la lance?
—¡No lo hagas! —me apresuré a decir, Hannah era peor que el mismísimo demonio cuando se lo proponía.
—Date una ducha y abre las ventanas, aquí huele a muerto —fui irguiéndome de la cama y alcancé a notar como tapó su nariz con exageración —ésta no es la Keleine que conozco —me regañó apuntando todo el desorden que había en mi habitación, el mismo que se alojaba en mi interior desde que lo mío y lo de Saúl terminó «¡lo extrañaba en cada respiro que daba!».
—¿No irás a la universidad? —cuestioné al mirarla más preocupada por mí que por sus estudios.
Hannah y yo éramos polos opuestos en muchas situaciones; ella estudiaba, y yo trabajaba, su familia era adinerada mientras que mi mamá y yo estábamos sumergidas en deudas, ella era inteligente y brillaba en cada lugar al que iba, yo opacaba cualquier cosa que tocaba, ella era segura de sí misma y hacía todo para su propia conveniencia, mientras que yo era tan insegura como un pollo astillado y ponía a todo el mundo frente a mí sin importar que las personas fueran una mierda en toda la extensión de la palabra.
Apesar de las múltiples y notorias diferencias entre nosotras, siempre estábamos la una para la otra; ella aparece en mi primer y último recuerdo de vida, incluso nuestras madres bromeaban con que estábamos atadas al mismo cordón umbilical.
—Entro tarde.
—¿En serio? —elevé mi ceja.
—Sí —rodó los ojos —ve a ducharte, te llevaré al trabajo.
—¡Gracias! —me levanté de golpe de la cama y corrí a abrazarla.
La situación económica en casa era tan precaria, que ahorrar el dinero del transporte público podía salavarnos el pellejo, así fuese una cantidad mínima.
—Apúrate —exigió.
Trabajaba en una agencia publicitaria, era secretaria de uno de los altos mandos, por eso siempre debía irme presentable.
Obtuve ese importante empleo después de graduarme del instituto y ha sido uno de los logros más grandes en mi vida, si no es que el único.
La universidad nunca llamó mi atención, ya que nunca supe qué estudiar y cuando por fin descubrí que la nutrición me apasionaba, era demasiado tarde, pues mamá enfermó y tuve que dedicarme de lleno a trabajar para solventar los gastos de la casa.
Mamá se culpó por muchos meses, pero ni ella ni nadie era la responsable de su enfermedad, uno no nace queriendo tener esclerosis, ¿cierto?
Los medicamentos eran excesivamente costosos y aunque tenía un excelente y jugoso sueldo, el dinero no me rendía al final del mes entre los insumos de la casa, el transporte, los medicamentos, las múltiples visitas a las clínicas y las eternas deudas que teníamos «la casa era una de ellas».
Como si mi vida no pudiese ser más patética, recién había terminado una larga relación de 6años con Saúl, el primer y probablemente el único chico en mi vida.
Mi vida estaba desmoronándose a pedazos sin él y me dolía en demasía el imaginar que nunca más volvería a besar sus labios, pero sabía que en el fondo era lo mejor para ambos.
Nos sumergimos en una toxicidad que ni siquiera Chernobyl tenía, lo peor es que no me di cuenta hasta después de 6años.
Nuestra relación inició en el colegio, yo tenía 14 y él 16 «debí haberme dado cuenta de la clase de chico que era al saber que había recursado un año, ¡pero siempre he sido una tonta!» todos a nuestro alrededor «sobre todo las personas maduras como nuestra familia» nos decían que lo nuestro no funcionaría, que éramos muy jóvenes e inmaduros como para durar grandes cantidades de tiempo en una relación, que el cosquilleo que sentíamos se debía a la adolescencia, que nos faltaba nucho por recorrer y demasiadas personas por conocer, pero lo que sentíamos era tan inmenso, que decidimos no escuchar y nos aventuramos a iniciar una relación que al principio fue todo lo que una ilusa adolescente anhelaba experimentar.
Al inicio todo era inocencia, ternura, respeto y risas, Saúl siempre se caracterizó por ser caballeroso y realmente lo fue, hasta que comenzó a fastidiarse de lo que antes amaba de mí.