Arribé en el trabajo muy acelerada después de lo que había sucedido con Saúl, pero jodidamente satisfecha con mis acciones, necesitaba ponerle un alto al chico que me había hecho daño durante muchos años, luego de tanto tiempo me había dado cuenta de que la mayor parte de culpa no le correspondía a él, sino a mí por no ponerle un freno a la relación que en vez de provocarme sensaciones bonitas como se supone que debería ser, causaba malestares e inseguridades en mi persona, siempre lo elegí a él sobre todas las cosas y justo ese había sido mi mayor error.
Iba caminando con tanta torpeza, que mi pequeño cuerpo chocó con uno muy musculoso para mis gustos, levanté mi mirada y me encontré con unos ojos cafés que últimamente me daban más paz de la que deberían, mis fosas nasales se regocijaron ante su masculino olor y mi corazón latió desenfrenadamente al encontrarme con Maximiliano.
—Yo… —tartamudeé —lo lamento, iba de prisa y no lo miré —me sinceré, él desplegó una sonrisa coqueta y negó, dándome a entender que no sucedía nada.
—Buenos días, Keleine —olvidó nuestro choque fugaz y prefirió saludarme.
—Ho-hola, señor —saludé con timidez, ese hombre imponía sin siquiera querer hacerlo, era joven, pero era mi jefe y por tanto, debía hablarle con respeto.
—No soy viejo —escupió y reí levemente —¿te divierto? —indagó frío, la risa se esfumó de mí y al parecer eso le molestó, aghh, ¿quién lo entiende? ¡Carajo! —ayy, cielo —alegó y su apodo causó muchas dudas en mi interior —si supieras lo hermosa que te ves riendo, jamás dejarías de hacerlo —pasé de tener el rostro níveo a tenerlo tan colorado como un betabel.
—Vaya que es bipolar —musité bajo, aunque no lo suficiente, porque me escuchó.
—¿Bipolar? —se carcajeó —no soy bipolar.
—Sus actitudes demuestran lo contrario —aceleré el paso, pero de nada servía, no podía alejarme de él en totalidad, pues era mi jefe.
—¿Por qué? —curioseó.
—Es frío, después tierno, luego amargado y finalmente dulce, ¿a qué está jugando? —al parecer me había despertado con unas ganas inmensas de refutar hasta por mi existencia.
—No juego a nada, Keleine, tú eres quien no entiende mis bromas —se quejó.
—¿Usted sabe bromear? —nuestras miradas se fundieron en una sola y tuve que dejar de mirarlo o moriría ahí mismo, mi relación con Saúl me cegaba tanto, que estando con él ni siquiera me tomé el tiempo para admirar lo guapo que es el señor Maximiliano.
—Por supuesto —su carcajada varonil resonó en el último pasillo que debíamos atravesar para llegar a nuestra área de trabajo —puedo desmostrártelo si me das una oportunidad.
—¿Oportunidad? —murmuré interesada.
—Sabes a lo que me refiero —se colocó frente a mí, tomó mi mano y la acarició con dulzura, sentir su tacto áspero sobre mí fue otro nivel, algo irreal.
—No sabe lo que dice —me solté de su agarre y finalmente tomé asiento en mi silla para ponerme a trabajar.
—Estoy dispuesto a hacer todo por ti —guiñó el ojo con coquetería, ingresó a su oficina con ese porte tan imponente que tenía y penetró el ambiente con su agradable olor, sacudí mi cabeza para botar todos mis pensamientos y enfocarme en el trabajo.
Estaba leyendo y respondiendo correos electrónicos que eran de suma importancia cuando el teléfono fijo de mi escritorio, sonó, lo tomé y lo llevé a mi oreja para escuchar las órdenes que iba a darme mi jefe.
—Dígame —sostuve el teléfono entre mi oreja con mi hombro y seguí tecleando algunas cosas.
—Tendremos una reunión de última hora, necesito que prepares los estados financieros del último mes, los egresos, ingresos y los beneficios de invertir en la empresa, nos conviene tener a estos socios con nosotros.
—De acuerdo, enseguida lo hago —con velocidad fui a la carpeta correspondiente y mandé a imprimir algunos juegos —¿cuántos inversionistas son?
—Cinco —vaya, eso era muy bueno.
—Listo —sonreí, giré un poco la silla para mirarlo a través del cristal que nos dividía y me sonrojé ante su impresión por mi rapidez.
—Eres increíble —hasta ese simple cumplido causada estragos en una mujer llena de inseguridades y traumas como yo, no podía recibir un halago porque ya estaba buscando mil defectos más para contrarrestrar las palabras positivas que me decían.
—Iré a preparar la sala de reuniones —anuncié.
—Gracias —desplegué una sonrisa y colgué la llamada.
Me puse de pie, me desplacé hasta llegar a la impresora y luego fui a una repisa donde se encontraban materiales de papelería, tomé las carpetas y ordené cada juego de hojas en ellas, las abracé a mi pecho y tomé el elevador para ir al piso en donde era la sala de juntas, coloqué cada carpeta en los lugares estratégicos de la mesa que pensé serían los adecuados, también encendí el proyector y coloqué la presentación en el ordenador que estaba conectado al mismo, inspeccioné que el área de bebidas estuviese abastecida lo suficiente para los importantes invitados que tendríamos y noté que el frasco de azúcar estaba vacío.
Había azúcar baja en calorías, pero por experiencia sabía que esa azúcar no les gustaba a los hombres importantes, por eso tuve que ir a la tienda de autoservicios más cercana y comprar azúcar para poder rellenar el frasco y satisfacer a los futuros inversionistas de la empresa.