El caballero de Maximiliano me abrió la puerta del lado de copiloto, salí un tanto temerosa y con inseguridades como de costumbre, todo con Max estaba siendo diferente y no sabía si era merecedora de tantos buenos tratos, ¿qué de maravilloso tenía alguien como yo?
Decidí dejar mis malos pensamientos a un lado y sonreí cuando me tendió la mano para que camináramos al unísono, avanzamos rumbo a un elegante restaurant coreano y la palidez se apoderó de mí en el momento en que un conocido rostro para mí apareció frenre a nosotros, por inercia apreté la enorme mano de Maximiliano y para Saúl ese acto no pasó desapercibido.
—Eres una... —Max lo interrumpió antes de que mencionara una palabra altisonante que iba a dañarme, estaba segura de eso.
—¿Una qué, imbécil? ¿¡Una qué?! —repitió exigiendo una respuesta y mi cuerpo flaqueó al instante.
—Vete de aquí, Saúl —bramé —no fuiste invitado a esta cena —mencioné con sarcasmo.
—¿Por este pendejo tuviste esa actitud por la mañana, Keleine? —escupió.
—¡No metas a Maximiliano en esto! —alegué —fuiste tú con tus actitudes de mierda quien la cagó repetidas veces conmigo, Saúl, aguanté más de lo que debía, me pisoteaste más veces que a una alfombra y ya no será así, ¡ya no hay nada entre nosotros! —solté al señor Max y empujé al idiota de mi ex.
—¿Te irás por las buenas o por las malas? —indagó mi acompañante con rabia y me asusté al mirar a dos ferias en el mismo espacio que yo.
—¿Qué vas a hacerme, pendejo? —se burló Saúl con ese toque de maldad que lo caracterizaba, era el mismísimo diablo.
—Voy a romperte la boca como te lo mereces, tienes 3seg para largarte —dijo entre dientes y el otro chico estalló de risa.
—No te tengo miedo —Maximiliano soltó mi mano y sin previo calentamiento se lanzó a Saúl provocando que cayera al suelo y que se pusiera más rabioso de lo normal.
Max hizo un puño con su mano y no dudó ni un segundo en estrellárselo a Saúl en el rostro, lo hizo repetidas veces hasta que cambiaron de posición y fue mi ex quien golpeó a mi ex jefe (tantos exs terminarían enloqueciéndome) y como buena niña tonta que era me quedé pasmada un buen rato viendo como se desangraban mutuamente, me causaba dolor verlos en ese estado, pero temía acercarme a ellos y recibir un golpe de su parte por accidente.
—¡Es suficiente! —rugí cuán leona molesta con sus cachorros —¡ya basta! —grité histérica y me lancé a la espalda de Saúl, apreté su cuello hasta que Max se puso de pie y lo liberé para acercarme a mi acompañante quien estaba sangrando del labio y de la nariz —perdóname —curvé mis labios —no pensé que él nos seguiría —confesé.
—No vuelvas a disculparte, nada de esto es tu culpa, compréndelo, mi cielo —me apretó a su cuerpo y eso hizo que Saúl se retorciera de coraje.
—¿Qué le viste a ese cabrón? —me preguntó.
—Él no me ofende, no enumera mis múltiples defectos ni me culpa por sus desgracias y tú lo hacías, tú hacías eso y muchas cosas más —mencioné con una mezcla de dolor y resentimiento conmigo misma por dejar que eso sucediera —vete y no sigas buscándome, ¡dame la paz que necesito!
—Eres mía, Keleine —negué aterrorizada —tu corazón tiene tatuado mi nombre y ni él ni ningún otro cabrón podrán borrarlo.
—¡No soy un objeto para ser de tu propiedad! —refunfuñé.
—No eres un objeto, eres mi mujer.
—¡No es tu mujer! —gruñó Max.
—Y, ¿piensas que va a ser tuya? —se carcajeó y me tensé en cuanto algunos guardias de seguridad se acercaron a donde estábamos, aunque pensándolo bien se habían tardado en venir.
—Buenas noches —saludaron con frialdad —les pedimos a los tres que se retiren o nos verán en la obligación de utilizar la fuerza.
—¡A ver, utilízala conmigo! —Saúl actuaba como un psicópata y no lo había notado antes.
—Nos retiraremos —musité defendiendo a Saúl pese a lo idiota que era, apreté la mano de Max y caminamos hasta el estacionamiento, Saúl nos siguió y sabía que mi acción solo lo alteraría más de lo que ya estaba.
—¿¡Por qué tomas su mano?! —giré para encararlo.
—¡Porque quiero y porque puedo, soy una mujer libre! —Max sonrió orgulloso y Saúl se retorció de coraje.
—Keleine perdóname —su temperamento cambió de inmediato y fue acuclillándose frente a mí con la intención de pedirme perdón y que aceptara sus falsas disculpas como usualmente lo hacía —no puedes dejarme, no puedes hacerlo —abrazó mis piernas y las moví con fuerza para quitarme de su agarre.
—Suéltame —pedí —¡suéltame, Saúl!
—¿¡No entendiste?! —exclamó mi acompañante.
—Bien, voy a soltarla —chilló y se puso de pie —y voy a advertirte que así como a mí me mandó al carajo lo hará contigo, es una zorra —dio media vuelta y se marchó antes de Maximiliano le rompiera la boca por segunda ocasión.
Mi respiración se agitó, mi nariz picó y lo único que pude hacer fue esconderme en su pecho para que me consolara.
—No le hagas caso, cielo, eres muy valiosa —dejó un beso en mi cabeza y eso aumentó mi llanto.