El automóvil seguía su curso, Max estaba muy enfocado viendo hacia enfrente y todos los retrovisores, mientras que yo no podía dejar de mirarlo.
Sus labios eran delgados, su cabello era castaño claro, cuando estábamos en el sol soltaba destellos color miel y su piel era tostada, era un tono diferente de ver en las personas pues no llegaba a ser canela, pero tampoco era 100% nívea.
Volteó hacia mí y el color abandonó mi rostro, me había descubierti viéndolo tontamente.
—¿Disfrutas la vista? —bromeó elevando su poblada ceja.
—No estaba mirándolo a usted —mentí descaradamente haciendo que soltara una masculina carcajada y decidí enfocar mi mirada en el exterior.
No tenía idea de a dónde iríamos, pero la idea de pasar un día con mi ex jefe estaba agradándome mucho más de lo que debería.
Estaba confundida, Maximiliano me confundía demasiado, pues aunque fuese un grande, imponente y muy maduro hombre, lograba darme tranquilidad y paz, dos cuestiones que últimamente estaba necesitando igual que respirar.
Ingresamos al área de autoservicio de un importante restaurant de comida chatarra y observé con interés a Maximiliano, escuché con atención lo que ordenó y parpadeé anonadada cuando pidió un helado doble de chocolate.
Pasamos a la primer ventanilla y pagó, cuando llegamos a la segunda le entregaron el enorme cono que estaba desbordándos de tanto helado y sin decir niguna palabra me lo entregó.
—¿Qué hay de usted? —indagué —¿por qué no se pidió nada?
—Tú necesitas más ese helado que yo, bonita —me dedicó una mirada empática y siguió manejando por avenidas que desconocía —disfrútalo.
—Gracias —sonreí en agradecimiento —¿alguna vez se ha preguntado porqué es que el helado es el primer alimento al que acudimos cuando nos sentimos mal? —negó.
—¿Por qué sucede eso, cielo? Personalmente no como helado, pero sé que sana a las chicas cuando las cosas van mal —la sonrisa se borró de mi rostro, por un momento me había sentido especial, incluso llegué a pensar que había sido la primera a la que le compraba un helado para levantarle los ánimos, pero claramente eso no era así, debía entender que no sería la primera ni última chica a la que Maximiliano mimara con helado.
—El helado contiene triptófano, un aminoácido que nos calma aumentando la producción de serotonina, eso ayuda a combatir el estrés —expliqué y lamí el helado de chocolate que estaba deliciosamente cremoso.
—Eres muy inteligente, Keleine —aprovechó que el semáforo se puso en rojo y me dio una mirada de orgullo.
—Sólo es un dato curioso, eso no me vuelve inteligente ni nada por el estilo —le enseñé la lengua.
—¿Por qué te cuesta tanto aceptar tus cualidades? —curioseó un tanto fastidiado y lo entendía, estar con alguien tan aburrida y negativa como yo, debía estarlo sulfurando.
—Quizás porque no tengo —musité.
—¿Qué? —su rostro se tornó molesto.
—Nada, señor —suspiré y seguí deleitándome con el helado.
En el monitor del moderno auto aparecían todas las notificaciones que estaban llegándole al celular, entre ellas había correos y llamadas.
—¿No va a contestar? —ladeé mis labios un tanto preocuada, quizás eran llamadas importantes.
—No —dijo sin interés alguno en hacerlo —hoy no haré nada que no sea dedicarme a ti —apagó el monitor despreocupado y me ruboricé al sentirme tan importante para él, ¿acaso estaba soñando?
—Gracias —mencioné apenada.
—No agradezcas absolutamente nada, cielo, todo lo hago por y para ti —apretó mi mano y aunque fue un apretón tosco, logré sentir la calidez que emanaba un hombre tan grandioso como él.
—¿Puede decirme a dónde vamos? —supliqué emocionada.
—No te diré —dijo con tono meloso y eso bastó para que mi blanco rostro se volviera del color de una cereza.
—Por favor —volví a pedir curvando los labios.
—No comas ansias, bonita —entrelazó sus dedos con los míos y sólo nos soltábams cuando necesitaba su mano para dar vueltas o meter cambios en el auto.
Parecía una adolescente y no era por justificarme, pero estaba siendo tan delicado conmigo que no podía dejar de sonreír bobamente ante cada una de las acciones que tenía hacia mí.
Terminé mi helado, limpié mis labios con la servilleta estampada con el logo del establecimiento en donde lo había comprado Max para mí y la guardé en mi bolsa para no dejar basura en su moderno auto deportivo.
Nuestras manos seguían entrelazadas, mi corazón latía fuerte y muchas emociones explotaban en mi interior por un acto tan tierno como ese.
Con confianza delineé su mano con mi dedo índice y solté risitas tontas cuando a yema de mi cálido dedo sintió los pequeños vellos que se alojaban en sus dedos, sus manos eran grandes, sus uñas estaban perfectamente limpias y chillé para mis adentros porque siempre me habían llamado la atención los hombres que mantuviesen limpias sus manos.
Me sobresalté cuando soltó mi mano y subió la suya hasta mi mejilla, la misma que acarició con delicadeza y cariño.