Sin poder evitarlo y sin mucho arrepentimiento, dejé un beso muy cerca de la comisura de sus labios, logrando dejarlo estupefacto por mi comportamiento.
Por un leve momento se quedó analizando lo que había hecho y luego de eso, decidió acercar demasiado su rostro al mío y fue dejando besos hasta en el área más remota.
Mi corazón palpitó con fuerza desmedida y estaba tan atolondrada por sus dulces actitudes, que no pude evitar recibir un suave beso casto en mis labios que me hizo cerrar los ojos y disfrutar de la suavidad de sus labios, un beso que no necesitó de la lengua para transmitirme lo que sentía por mí, uno que no necesitó ser pasional para encender en llamas hasta la parte más profunda de mi ser y uno que no necesitó tener un título formal entre nosotros para que aconteciera, eso era lo que más me había pactado, ¡me dejé besar por alguien que no era mi novio! y aunque me pareció extraño sentir unos labios que no fueran los de Saúl posándose sobre los míos, había disfrutado de esa calidez que tanto necesitaba mi cuerpo, alma, mente y sobre todo, mi destrozado corazón.
—Estás convirtiéndote en mi nicotina.
—¿Por qué, señor? —elevé mi ceja.
—Por lo adictiva que me pareces, cielo —mis labios fueron extendiéndose con lentitud hasta formar una boba e inmensa sonrisa combinada con unos pómulos jodidamente colorados, me convertía en una fresa estando con él —quiero seguir probándote —susurró en mi oído, provocando un hormigueo en mi vientre.
—No sea tan galán o terminará matándome —lo regañé y rio —¿de qué se ríe? —gruñí cruzándome de brazos.
—De la ternura que me provocas —confesó —me gusta conocer más allá de la aplicada, bonita y sexy secretaria con la que trabajaba a diario.
—Deje de ponerme nerviosa, por favor —me cohibí agachando mi cabeza.
—Y tú deja de ser tan temerosa, Keleine, te aseguro que no voy a dañarte —acarició mi cabello con suavidad y fui alejándome un poco de él antes de perder la cabeza.
Al parecer la suerte estaba a mi favor, pues en cuanto me alejé, la película dio inicio.
Algunos chicos pasaron vendiendo palomitas de distintos sabores, mientras que yo preferí las acarameladas, él prefirió las de mantequilla y las compartimos mientras disfrutábamos de la película en medio de algunas caricias tiernas de su parte que estaban amenazando con acabar con mi cordura, seguía siendo estúpida y muy en el fondo estaba deseado haber vivido con Saúl por lo menos la mitad de lo que estaba viviendo con Maximiliano y eso me convertía en una verdadera perra, pues mientras Max intentaba hacer todo para hacerme sentir bien, yo añoraba la presencia y toxicidad de Saúl.
Quizás comía muy lento, había disfrutado la trama de la película o quizás las palomitas eran demasiadas, pero la película terminó antes de acabármelas.
—¿Te gustó la película, cielo?
—Demasiado —sonreí, estaba muy contenta de haber podido mirar una película que no fuera de rápidos y furiosos o alguna de esas mierdas que tanto le gustaban ver a Saúl «¡me es imposible dejar de mencionarlo!».
—Me alegro —tomó mi mano y dejó un beso casto en mi dorso.
—La he pasado muy bien hoy, pero debo volver a casa —decir eso me dolió más de lo que imaginaba.
—Bien —sonrió de lado sin mucho ánimo de llevarme a casa.
El camino hasta casa fue silencioso, ninguno tuvo el valor suficiente para hablar, lo que me sorprendió fue que a pesar del silencio que reinó el camino, la incomodidad no se hizo presente en ningún momento.
Finalmente llegamos a mi casa y el momento de despedirnos estaba a punto de presentarse, algo que al parecer no entusiasmaba a ninguno de los dos, realmente habíamos disfrutado la compañía del otro.
—Gracias por este día, la pasé increíble —lo abracé con incomodidad, la palanca del auto y el freno de mano me estorbaban.
—Todos tus días pueden ser así si lo decides, cielo.
—Hasta luego, señor —con rapidez salió del auto para rodearlo y abrir caballerosamente la puerta del copiloto, la misma de la que salí —no era necesario abrirme la puerta, tengo manos y puedo hacerlo sola.
—Eres capaz de muchas cosas, estoy consciente de eso, pero no puedo hacer a un lado mis modales ante una princesa como tú.
—Basta —reí —no soy ninguna princesa —le enseñé la lengua.
—Desde mis ojos lo eres —me dio un beso en la mejilla.
—Cuídese, señor.
—Lo haré para poder protegerte —lo abracé con más comodidad al no tener nada que se interpusiera entre nuestros cuerpos.
—Adiós —dejé de abrazarlo y caminé hasta mi casa mientras agitaba mi mano despidiéndome de él.
Saqué las llaves de mi bolso, la introduje en la cerradura y la giré para poder abrir mi casa, ingresé y obtuve un susto de muerte al darme cuenta de que Maximiliano estaba a tan sólo unos centímetros de mi cuerpo.
—¡No me asuste! —chillé.
—Se te olvidó esto —me entregó las zapatillas de las que me había olvidado completamente y lo positivo de todo fue que no me las puso, no quería recrear el cliché de Cenicienta.