El día de oficializar nuestra relación frente a los padres de mi terroncito, había llegado y no sabía cómo sentirme al respecto.
Tragaba saliva ruidosamente mientras me cuestionaba qué iba a ponerme, cómo me peinaría y cómo actuaría ante imponentes personas.
Me angustiaba ir a comer con los señores Koch, nunca fui la empleada estrella y ni hablar de lo mal que terminaron las cosas entre el papá de terroncito y yo, ¡quién diría que el hombre que me despidió de la agencia, se convertiría en mi suegro!
Una parte de mí me decía que me tranquilizara, que las cosas estarían bien mientras Max me protegiera, pero la parte restante me advertía que las cosas podían terminar muy mal, ¿y si no asistía a la reunión familiar? Sería lo mejor, dudaba que los papás de mi novio sufrieran por mi ausencia y realmente quería inventar algún pretexto para quedarme en casa con mamá. Sin embargo, el único motivo por el que no lo hacía, era por la ilusión que tenía mi novio de presentarme ante sus papás como su primera novia oficial, pues pese a sus tantos amoríos fugaces, nadie había ido a la casa de sus padres con un título de novia, ¡situación que me ponía los pelos de punta!
Sobraba decir que mi clóset contenía ropa decolorada de tantas lavadas a las que la había sometido, prendas remendadas y vestimenta que además de ser vieja, no encajaba con la reunión a la que asistiría, tenía el presentimiento de que los señores Koch harían un reverendo banquete y no porque les emocionara conocerme, sino por lo mucho que amaban a su hijo y por lo tanto que les encantaba demostrar la riqueza con la que contaban, eran capaces de ofrecer Bogavante, carne de cocodrilo, alguna preparación con leche de camello y hasta caviar, ¡eran los típicos y presumidos millonarios! Lo que a veces hacía que me cuestionara porqué Maximiliano era tan diferente a ellos, ¿acaso era adoptado? Reí al imaginar tantas sandeces y decidí enfocarme en lo importante; ¡el atuendo del día!
De repente el bombillo sobre mi cabeza se encendió y recordé que Hannah solía regalarme vestidos confeccionados por ella que yo no utilizaba debido a lo lindos que eran, los diseños eran muy sofisticados para alguien tan insípida como yo.
Fui deslizando los ganchos de mi clóset lleno de astillas y en cuánto encontré un vestido floreado, supe que ese era el adecuado para la ocasión; era de tirantes, con el pecho un tanto corrugado, me llegaba debajo de la rodilla y tenía una abertura en la pierna izquierda, una prenda muy sensual para la ropa holgada que solía utilizar, pero era lo único decente para la ocasión y la única prenda que no me había visto mi terroncito, aunque bueno, tampoco era como que tuviese un extenso guardarropa.
Una parte de mí quería producirse en demasía por el tipo de personas a las que conocería, pero analizando la situación, eso era un tanto hipócrita de mi parte, sobre todo considerando que la gran parte de mi vida diaria me la pasaba con looks desarreglados y cómodos, quería dar buena impresión, pero tampoco veía necesario ni lógico aparentar algo que no era, bien decían que aunque la mona se vistiera de seda, mona se quedaba, así que, no importaba qué tanto luchara por verme digna para Max, lamentablemente para sus padres, nunca lo sería.
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Hannah me hizo el favor de quedarse cuidando a mamá y siempre insistiría en decir que económicamente estaba en la quiebra, pero la verdadera lotería radicaba en tener a una amiga como ella y es que sin importar qué tan ocupada estuviese o qué tantas amistades tuviera «a diferencia de mí que sólo la tenía a ella como amiga, ella tenía incontables amistades y era una de las cosas que siempre admiraría de ella, pues para mí siempre fue difícil entablar relaciones duraderas y cuando llegaba a hacerlo, las cosas resultaban caóticas como ocurrió con Saúl», siempre se tomaría el tiempo de estar para mí y para mamá.
Me despedí de las mujeres a las que más amaba en la vida cuando escuché el motor del auto de mi novio y tomé todas mis cosas para salir de inmediato y no hacerlo esperar.
Como de costumbre me esperaba recargado en la puerta del copiloto, sonreí tontamente al verlo y seguía sin poder creer que alguien como él fuese mi novio, mi corazón bombeó con gran velocidad al percatarme de que la vida finalmente me sonreía «¡ja, ni imaginaba lo que pronto sucedería!».
—Wow... —musitó apreciándome con detenimiento de pies a cabeza, motivo que me hizo sonrojar —. Te ves bellísima, mi amor —por inercia iba a agachar la mirada como cada que alguien me halagaba y se apresuró a impedirlo sosteniendo mi barbilla y levantándola meticulosamente —. No hagas eso.
—L-lo siento, señor —gruñó.
—No me digas así, tortuguita —solté una risita.
—Hoy amaneció muy mandón —le enseñé la lengua divertida —aunque siempre ha sido así.
—¿Eso crees de mí, princesa? —elevó la ceja sorprendido.
—Puede que a mí nunca me haya regañado, siempre se apiadó de mí, pero no del resto de los empleados, es un jefe duro cuando se lo propone —y era verdad, era un jefe exigente, aunque no tan neurótico como su padre, a quién pronto volvería a ver, ¡joder!
—Tenemos juntos tantos recuerdos —musitó en mi oído.
—Te quiero, Max —dije espontáneamente y esbozó una enorme sonrisa, seguía siendo de las pocas frases que podía decir tuteándolo.
—¡Te amo, tortuguita! —besó mis labios con ternura y al despegarnos, le entregué una caja de regalo, lo que hizo que se sorprendiera, algo evidente considerando que los detalles que le daba no eran seguidos por la pobreza en la que vivía.