“Tal vez, si me voy por bastante tiempo, olvidaré la razón por la que me fui”
Inhaló profundamente, tratando de almacenar todo el oxígeno que sus pulmones fueron capaz de soportar. Cuando el dolor era bastante palpable exhaló con suavidad, disfrutando de la sensación. Esto fue lo último que hizo antes de pisar hasta el fondo el acelerador y emprender el viaje que marcaría para siempre su, hasta entonces, desafortunada vida.
Su castaña cabellera voló hacia atrás y el fuerte viento golpeó su cara. Ella sonrió cuando la adrenalina se desató en su pecho, acto que la incitó a presionar todavía más el acelerador.
Con la noche como cómplice se escabulló entre las calles y en pocos minutos salió de su ciudad, adentrándose en la enorme carretera. Borró de su memoria todo rastro de lo que había vivido los últimos meses, eliminó cada lágrima oculta en sus recuerdos y dejó su mente en blanco, lista para llenarse de nuevos problemas.
Soltó la mano izquierda del volante y la colocó en el respaldo de la puerta. La carretera estaba totalmente sola. En los alrededores no había más que kilómetros de monte, contorneados en la lejanía por algunas montañas.
Después de un par de horas manejando; la noche apenas comenzaba a alejarse y las pocas estrellas que se podían observar ya se empezaban a ocultar por las luces tenues del amanecer.
La joven encontró gratificante la falta de carros en la autopista, de esa forma tuvo mayor sensación de libertad. El respirar el aire fresco ajeno al contaminado al que estaba acostumbrada, la hizo sentir que esa libertad era más real que nunca.
Puso en práctica sus habilidades de manejo, al pasar por curvas muy cerradas sin necesidad de disminuir sus casi doscientos kilómetros por hora. No tenía miedo, lo peor que podía pasarle era la muerte y ella no entendía porque muchos le temían, si la vida solía ser mucho peor.
Durante el viaje disfrutó cada instante en el que el viento acariciaba su piel y revoloteaba su cabello.
Poco después, vio evidente el amanecer frente a ella; al final de la fina línea en la que se había convertido la carretera.
―Te voy alcanzar ―le murmuró a la hermosa combinación de colores cálidos al final de la autopista.
Tomó el volante con ambas manos e incrementó todavía más la velocidad. Luchaba contra la gruesa capa de aire, que se cortaba al permitir el paso del auto con Ximena adentro.
Tenía una sonrisa deslumbrante en el rostro, no recordaba cuanto tiempo hacía que no se sentía tan viva.
―¡Aaah! ―gritó con todas sus fuerzas y cerró los ojos por un instante.
La velocidad de los latidos de su corazón competía con la del auto y la adrenalina hervía en su sangre. Abrió los ojos justo cuando la inclinación de la carretera descendió y por la velocidad, el carro se elevó unos segundos. Poco después cayó bruscamente en el pavimento, robando carril ajeno.
No tardó en recuperar el equilibrio de carro y como estaba sola en la carretera no tuvo mayores problemas. Sin embargo el auto ya había salido del carril y arrasaba con el monte del costado.
Frenó de golpe, sin embargo por la velocidad a la que iba no se detuvo de inmediato. Se produjo el sonido chirriante de las llantas y el olor a quemado también hizo presencia. Finalmente algo detuvo el vehículo y ella salió impulsada al frente.
El cinturón de seguridad le presionó con fuerza el pecho y la dejó sin aliento, mientras el resto de su cuerpo se adhería a la bolsa de aire.
Se sofocó un interminable instante hasta que por fin logró respirar. Salió del carro tosiendo con fuerza con brusquedad. Todavía no se recuperaba del todo cuando fue a examinar los daños.
―Eres una señal de tráfico muy mala onda ―dijo dirigiéndose a señalamiento que detuvo a su tan preciado auto―, rompiste el foco derecho de mi bebé.
Bufó, recuperando la respiración y el control de si misma. Abrió el cofre poco humeante del vehículo. Conocía suficiente de mecánica como para esbozar una sonrisa burlona, al darse cuenta de que su suerte estaba de buenas ese día. El daño que había sufrido era casi exclusivamente estético.
Cerró el cofre y hecho un último vistazo al señalamiento: Gasolinera a 5 km.
Entró a su carro y se permitió un descanso breve. Se encargó de la bolsa de aire e hizo unos últimos arreglos antes de ponerse en marcha de nuevo. Con todo en orden, emprendió la marcha. Su primer destino conocido era la gasolinera, pues no sabía por cuánto tiempo más estaría conduciendo y necesitaba suministros.
El vehículo marchó bien y no le dio nuevos problemas, ella se sentía orgullosa de él. Había trabajado duro para conseguirlo.
El sol comenzó a elevarse pero no daba indicios de calor, al contrario, ella podía verlo sin que le causara alguna molestia.
Esta vez manejó más despacio, pero siguió disfrutando del viento en su piel. Poco después visualizó una vieja gasolinera, a un costado de la carretera. Apenas había un par de carros estacionados frente a una pequeña tienda de autoservicio. Se estacionó entre ambos.
No abandonó la seguridad de su vehículo hasta que vio una mujer con un niño adentro. Esto le inspiró una diminuta confianza. Revisó su vestuario; una blusa con estampado, jeans obscuros y zapatillas deportivas. Ropa cómoda para poder correr si alguien intentara dañarla.
Tomó su bolso de mano y revisó que tanto el dinero como su navaja siguieran en su sitio. Sabía que el arma blanca no la ayudaría a salvarse de una situación extrema, sin embargo en ciertas ocasiones ya le había sido de utilidad.
Cerró con llave su auto al salir y entró a la tienda.
Sintió un ligero escalofrío por el clima del lugar. Desde dentro no lucía tan viejo. Un señor barbudo en el mostrador se giró al verla llegar. Sus ojos tenían un peculiar tono verde que la impresionó, pero no la hizo bajar la guardia.
―Buenos días, señorita ―saludó con una sonrisa de la que Ximena desconfió.
Editado: 09.09.2020