Necesito irme.

7. ¡Sangre!

Se concentró para no perder el control y corrió en su dirección dispuesta ayudarlo con la esperanza de que no fuera algo tan grave. Lo giró con cuidado y colocó su cabeza entre sus manos.

Se trataba de un chico joven, Ximena tragó saliva cuando miró su rostro. Era perfecto, era tan hermoso.

―¡Puta mierda, Ximena concéntrate! ―se gritó enojada.

Pasó su mano por el cuello del chico y tocó su pulso, aún latía pero a un ritmo muy bajo. El suyo en cambio, estaba acelerado y dos lágrimas corrieron por sus mejillas. Tenía miedo.

Se quitó su sudadera y la dobló para presionar una herida enorme en la cabeza del chico por donde fluía mucha sangre.

No sabía qué hacer, no encontraba manera de ayudar a la persona que acababa de atropellar por sus pendejadas. Estaba furiosa consigo misma por manejar sin haber dormido y como consecuencia haberlo atropellado.

―Lo siento, perdóname ―le murmuró con un nudo en la garganta y los ojos hinchados―, no quería hacerte daño.

Pensó en llamar una ambulancia pero enseguida se reprodujo en su memoria un recuerdo; se vio a si misma sonriendo al ver como su celular se hundía lentamente en el agua de la piscina de su casa.

Mierda, maldijo en su pensamiento, me deshice de mi celular antes de venir...

Pero se le ocurrió una idea y comenzó a estrujar los bolsillos del herido, encontró una cartera y unas llaves, nada de celular.

―No... ―murmuró y regresó la mirada a la cara del chico― vas a estar bien lo prometo.

Pero ella sabía que no iba a ser así, ¡Por Dios! ¡Acababa de pasar por encima de su auto! ¿Cómo iba a estar bien después de eso?

La angustia le estrujó el pecho y retrocedió soltándolo. No quería que esa persona se muriera, no quería que le pasara nada malo y se sentía tremendamente culpable.

―Bien, iré por... Alcohol y te limpiaré esa herida... ―acotó y caminó dando traspiés a su carro.

Sus manos temblaban mientras buscaba su botiquín de primeros auxilios, los intentos por mantener la calma no habían funcionado.

Regresó con él, se colocó a su lado y limpió la herida de la cabeza, para colocar finalmente unas gasas fijas con micropore.

―No sé qué es peor, dejarte aquí sin recibir ayuda, o moverte y correr el riesgo de hacerte más daño ―susurró e hizo una pausa―. Bueno, te llevaré a algún lado, debe haber un hospital por aquí.

Revisó su cuerpo, buscando alguna señal de fracturas. Inició con el cuello, parecía estar bien y eso la tranquilizó por tratarse de una de las partes más delicadas.

Tocó sus brazos, eran gruesos y fuertes, no había ni un huesito fuera de lugar. Sonrió. Tal vez solo había sido el susto.

Levantó su camisa, el chico tenía moretones y heridas por todos lados. La invadió de nuevo una desagradable sensación en el pecho

Respiró profundamente y se acercó para tocar las costillas una por una. Revisó el lado derecho y al darse cuenta de que estaba todo en orden, sintió un pequeño alivio.

Continuó avanzando en su examinación, siguió tocando hasta que en una parte sintió algo fuera de lo normal, en las costillas del lado izquierdo había un hueso fuera de lugar. Ximena sintió que se le calló el mundo encima en cuando la identificó. Cerró los ojos aterrada.

―Deja de manosearme

Ximena se alejó bruscamente asustada, el chico seguía con los ojos cerrados y ella dudó sobre sí él había sido quién dijo esas palabras.

―Puedo oler tu miedo ―susurró el chico con los labios apenas separados, Ximena vio como movió los ojos por debajo de los párpados― ¿Qué me hiciste?

¿Cómo éstas? ¿Sientes que tienes algo roto? ―le preguntó una vez que salió de su aturdimiento.

Se acercó al atropellado y lo miró de cerca.

―Joder, estoy destrozado ―exclamó con un gesto de dolor en la cara― ¿así me veo?

El chico abrió los ojos y enseguida los cerró de nuevo por la luz, Ximena se puso del otro lado para hacerle sombra con su cuerpo. De esa forma él puedo abrir los ojos y mostrar su hermoso color avellana.

Él la miró un segundo para después desviar la vista al auto que lo arrolló.

―Me atropellaste ―aseguró recuperando la memoria― manejas como loca.

―Discúlpame ―pidió Ximena sonriente.

―Guao ―exclamó el chico―, yo jodido y tú de risas.

―Es solo que ya te creía muerto ―le contó―, me alegra que estés vivo.

Ximena lo miró con atención una vez que la angustia desapareció de su pecho. Su cabello era oscuro pero levemente rojizo al igual que sus cejas. Le impresionó demasiado, lucía barba recién cortada y cuando prestó más atención vio unas pocas pecas en los extremos de su rostro.

La imagen mental que ella tenía formada sobre los pelirrojos no era muy atractiva, teniendo en cuenta que nunca en su vida había visto uno, sin embargo el chico era bastante guapo. Una belleza exótica que cautivaba.

―No me mires con hambre ―se quejó el herido y trató de ponerse de pie.

―No lo hagas, tienes una costilla rota ―acotó la chica deteniéndolo del pecho e ignorando sus quejas.

Él se la miró extrañado y negó con la cabeza.

―Mis huesos están bien ―contradijo―, por andar de atrevida conmigo debiste tocar mi costilla extra.

―No andaba de atrevida ―se defendió― quería ver si tenías algo roto para poder moverte sin riesgo. ¿Cómo es eso de una costilla extra?

―Es de nacimiento ―contestó sin ganas y después la volvió a mirar―. Ya que me arrojaste por los aires, de perdido ayúdame a parar.

Ximena puso los ojos en blanco y se acercó a él, pasó el brazo del chico por encima de sus hombros y con gran esfuerzo de ambos, él se puso de pie.

El chico torció su cara en un gesto de dolor e intentó caminar.

―Vamos a mi auto, te llevaré a donde digas ―dijo ella.

El asintió sin prestarle atención. Le dolía todo el cuerpo y solo necesitaba sentarse de nuevo.

Ximena lo ayudó a sentarse en el asiento del copiloto. Era más alto que Ximena y pesaba demasiado para ella, terminó agotada.



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Editado: 09.09.2020

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