Necesito irme.

8. Sorpresa.

Las hojas anaranjadas crujían bajo sus pies, la brisa matutina les facilitó la movilidad al regalarles un poquito de comodidad. Lentamente caminaron entre la breve vereda que se perdía en el bosque.

Ximena respiraba con dificultad, el chico ya la ayudaba con la mitad de su cuerpo pero aun así se le hacía pesado.

Unos metros más adelante, por fin llegaron a su destino. Se trataban de unas construcciones de madera que combinaban de una forma peculiar con los árboles.

En total había tres construcciones. Frente a ellos se presentó un camino de piedra que los condujo a través de un jardín con pocas plantas, finalizó en el inicio de un puente curvilíneo de madera con barandales del mismo material.

Al principio de las escaleras se encontraban dos linternas de luz anaranjada, a Ximena le conmovieron los detalles pues encajaban justo con su gusto.

Caminaron por el puente que terminaba en una casa de dos pisos y el ático. Dicha residencia estaba construida de madera y vidrio. Permanecía elevada y de alguna curiosa manera se mantenía sujeta a los árboles.

Ximena no pudo evitar detenerse y suspirar ante la impresión, el chico la miró un momento y esbozó una sonrisa burlona.

―Niña, sigo malherido ―le recordó.

―Ah sí, claro ―balbuceó, siguió caminado hasta quedar de frente a una gran puerta de madera.

Ximena se dio cuenta de que la misma casa desprendía un olor a pino, a campo. Con su mano libre llamó a la puerta.

Unos minutos después, se escuchó el clic de la perilla y una mujer deslumbrante se colocó frente a ellos.

Ximena entreabrió los labios y la miró asombrada. Se trataba de una pelirroja de abundante cabello ondulado, rostro totalmente simétrico con fracciones perfectas y cuerpo alto de reloj de arena. Sus enormes ojos avellana se llenaron de desconcierto, que pronto se transformó en miedo al ver al chico. Se acercó a él rápidamente.

―¡Henry! ¿Qué te pasó? ―le preguntó mientras compartía el peso de su cuerpo. Su voz era firme sin dejar de sonar femenina, era una combinación especial.

Ximena estaba asombrada de ver a una chica como ella, durante toda su vida se había acostumbrado a tratar con personas de cabello castaño y ojos negros o viceversa, ¿cómo había dado con aquellas personas tan exóticas y extrañas, en medio de un increíble lugar perdido entre la nada?

La pelirroja estaba molesta, hacía ya dos veces que le había llamado a Ximena sin recibir respuesta, pues la chica estaba atontada al verla.

―Joder, te estoy hablando ¡Qué le hiciste a mi hermano! ―gritó la chica por tercera vez.

―Yo... ―tartamudeó Ximena incorporándose a la situación.

―Tuve un accidente en la carretera y ella me ayudó, ¿quieres dejarte de preguntas tontas y ayudarme a entrar, Irene? ―exclamó Hendrick.

La chica asintió preocupada y entre las dos ayudaron a pasar al herido.

Por dentro, todo era todavía más hermoso y acogedor. Había tres sofás rodeando una gran alfombra cuadrada color vino y en el extremo sobrante permanecía una chimenea.

Lo sentaron en el sofá más cercano con quejidos por parte de Hendrick. Una vez que su hermano estuvo recargado, la pelirroja se colocó delante de él.

―¿Qué pasó Hendrick? ―exigió saber, viéndolo directamente a los ojos.

―Hermanita, un loco me quiso atropellar ¿me das algo para el dolor? ―manifestó el chico mientras cerraba los ojos y hacía una mueca de dolor.

―¿Ella no tuvo nada que ver? ―insistió Irene mirando con desdén a Ximena, quién estaba demasiado atónita para decir algo.

―Que va, ella me medio curó con esto ―señaló la gasa en la herida de su frente. Irene relajó el ceño y dejó fluir una sonrisa sutil entre sus labios―, es más deberías agradecerle que salvó a tu bien más preciado.

―Si bueno, como sea ―concordó y le dedicó a Ximena por primera vez una mirada amable―, gracias por no dejarlo morir.

Dicho esto, se puso de pie y salió a paso rápido de la sala. Subió por unas escaleras en forma de espiral que estaban al fondo. Vestía nos leggins grises bajo un abrigo tipo trench color crema. Ximena la siguió con la mirada hasta que desapareció en el segundo piso.

Regresó la mirada a su compañero. Él estaba recargado sobre el sofá con los ojos cerrados y la mano en la cabeza.

―¿Por qué le mentiste? ―le preguntó.

El chico no se movió ni abrió los ojos, sin embargo respondió sin vacilar.

―Ella es muy agresiva ―le contestó― cuando la conozcas mejor me agradecerás no haberte culpado.

Ximena no comprendió porque las palabras de Hendrick la conmovieron, tal vez era la insinuación de que no quería que su hermana la agrediera, o quizás la mención de que ella llegaría a conocerlos. La más probable era la segunda opción. Sin embargo antes de decir algo ante su explicación, Irene bajó corriendo las escaleras.

―Cuanto weon cabrón hay por la carretera ―gritó la chica mientras caminaba―, te juro que les daría de coñazos hasta que se quedaran sin ganas de volver a manejar.

Irene entró a la cocina y trajo consigo un vaso con agua para acompañar las pastillas.

―Hermanita si me trajeras eso en lugar de gritar como loca, me ayudarías más ―pidió Hendrick con un recién e insoportable dolor de cabeza.

Ella lanzó un gruñido y puso los ojos en blanco. El tacón de sus botines resonaba en el suelo hasta que fue amortiguado por la alfombra.

―Tómate estas dos ―le pasó el vaso con agua y le dio las pastillas.

―¿No crees que deberíamos llevarlo a un hospital? Puede tener golpes graves en la cabeza―sugirió Ximena, hablando por primera vez.

Irene dio un suspiro de frustración y miró a su hermano. 
―Este pueblo no tiene más que un culiao que estudió medicina ―resopló, Hendrick no se molestó en oponerse a lo que su hermana estaba a punto de declarar― iré por él. ¿Puedes cuidarlo?

Le dio una mirada severa a Ximena, como analizando en su reacción si era apta para la tarea. 
Ella asintió.



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En el texto hay: carretera, nuevavida, romanceyamistad

Editado: 09.09.2020

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